La mentira, solo la mentira y nada más que la mentira

Es como si el destino del mundo estuviese en manos de Joe Biden, este jueves, desde las 9 de la noche (6 de la tarde hora mía en Los Ángeles) y por una hora y media. Sólo él, dicen, podrá detener la hemorragia que amenaza con llevar la esperanza demócrata a la agonía y muerte.
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This combo made from file photos shows Vice President Joe Biden, left, and Republican vice presidential nominee Paul Ryan. In some ways, these presidential ticket No. 2s could not be more different. But in other ways, the 42-year-old Republican congressman and 69-year-old Democratic vice president are very much alike. (AP Photo)
This combo made from file photos shows Vice President Joe Biden, left, and Republican vice presidential nominee Paul Ryan. In some ways, these presidential ticket No. 2s could not be more different. But in other ways, the 42-year-old Republican congressman and 69-year-old Democratic vice president are very much alike. (AP Photo)

biden ryan

La semana pasada, una pobrísima performance del Presidente Obama en su primer debate presidencial con el adversario republicano Mitt Romney, llevó a que se volvieran a barajar las cartas de esta campaña electoral, de tal manera que su lectura hoy parece imposible: según las últimas encuestas ambos están empatados en la intención del voto y Romney aventajaría a Obama y estaría en camino a convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos.

La reacción a la debacle del debate puede explicarse en una serie de factores. Casi todos fueron ya analizados, desovillados y disecados por miles de expertos. Dos nuevos, que se concentran ya no en la debilidad del presidente sino en las fortalezas del retador, llaman la atención:

  • El cambio de estrategia electoral de Romney, que el sitio Politico.com -en "La rebelión de los Romney"- atribuye a una intervención de emergencia de la esposa e hijos del candidato para forzar a los operarios de la campaña a moderar el mensaje del candidato. De allí que Romney haya apoyado ideas a las que hasta ese entonces se había opuesto y negado otras que hasta ahora había impulsado.
  • La fuerte actuación de Romney no solamente movió los corazones de los indecisos -que de pronto parecen más de lo que eran antes- sino que "cambió la narrativa mediática", como afirma el afamado experto en periodismo James Rainey este martes en el diario Los Angeles Times. Rainey nos recuerda que "la prensa política odia el status quo y a la menor evidencia de cambios de fortuna dictaminará que hay un 'game change'", un viraje, un cambio fundamental en la situación.

Así planteadas las cosas, en casi absoluta igualdad matemática, con aún una leve ventaja en el número de electores previstos (se necesitan 272, la gráfica de Huffington Post Pollster, que mide constantemente un balance de todas las encuestas importantes, adjudica a Obama 263 contra 206 de Romney), con inferioridad de recursos financieras en lo que falta de la campaña, a menos de un mes de las elecciones, y con el viento en la cara, Barack Obama necesita su propio cambio de rumbo, su aro de salvación, su bocanada de oxígeno.

Ese se llama Joe Biden, es el vicepresidente de Estados Unidos, y este jueves va a debatir contra el candidato vicepresidencial republicano, congresista Paul Ryan. Y el 20 de noviembre cumplirá 70 años de edad.

Biden no las lleva todas consigo. En el pasado cercano ha sido criticado por repetidas, insensatas meteduras de pata. La más reciente fue cuando dijo que la clase media de Estados Unidos fue sepultada durante los últimos cuatro años, una afirmación no carente de certeza, solo que tiene un problema:

Esos últimos cuatro años fueron los de Obama y él mismo, Biden, al frente del país.

En el rincón opuesto a Biden, hay un magnífico orador, un joven de 42 años, con 14 de experiencia en el congreso y, como dicen en mis pagos, sin pelos en la lengua. Paul Ryan.

Para aclarar las cosas antes de que inicie el debate vicepresidencial más visto de la historia, diremos que Biden es un orador talentoso, experto en las mañas del debate (fue candidato presidencial dos veces) así como en los temas que interesan a la opinión pública. Por experiencia personal -lo he escuchado y visto actuar de cerca en el reciente congreso del Concilio Nacional de la Raza en Las Vegas- afirmo que es superior a Obama, que es capaz de llevar a la audiencia a las lágrimas o al furor, que más que un político parece un virtuoso interpretando a "Macbeth" o al "Rey Lear". Aunque no sé si todo ello alcance.

Pero de todas maneras, es como si el destino del mundo estuviese en sus manos, este jueves, desde las 9 de la noche (6 de la tarde hora mía en Los Ángeles) y por una hora y media. Sólo él, dicen, podrá detener la hemorragia que amenaza con llevar la esperanza demócrata a la agonía y muerte.

Sin embargo, hay algo que, de manera similar al primer debate, podría generar una dinámica propia, algo que engañaría a los planificadores y operadores de campaña, algo que amenaza con convertirse en una constante de las campañas política de ahora en adelante.

Ese algo es el imperio de la mentira.

Si no hay un cambio de mentalidad a última hora, cualquiera de los dos participantes del debate podrá alterar su curso, cuando sin pestañear, simulando indignación y ofensa, reclame la inocencia a tiempo que desparrame una sarta de afirmaciones contrarias a la verdad.

Esto se ha hecho. Y con éxito. Un excelente análisis de Michael Scherer, el jefe del buró de Time Magazine en la Casa Blanca, "Blue Truth, Red Truth", nos anuncia la triste realidad: decir mentiras es hoy una parte aceptable e incluso deseable de las campañas.

Contrariamente al pasado, no implican un riesgo de ser descubiertas, porque el fraccionamiento, la rivalidad entre partidarios de los demócratas y de los republicanos es tal, que la mentira es permitida, es considerada parte del partido, perdón, del teje y maneje político.

Si hoy la mentira como elemento de campaña es aceptada ¿dónde vamos a terminar?. La pregunta es tan peligrosa como la respuesta. Que es ésta: adonde lo posibiliten los límites de la democracia. Mientras resistan.

"Y así van las cosas en la democracia más celebrada del mundo: otro día de campaña, otra batalla sobre la naturaleza misma de la realidad", dice Scherer.

Cierto, cita el autor, ya en la primera campaña presidencial, la de 1796, John Adams acusó a Thomas Jefferson de ser un ateo leal a la Francia revolucionaria, y este retrucó diciendo que Adams quería ser rey. Adams, un federalista, ganó las elecciones, pero cuatro años después fue reemplazado por el mismo Jefferson, un Demócrata-Republicano, y hasta entonces vicepresidente, quien cumplió funciones durante ocho años. Ambas acusaciones fueron mentiras. Y ambos son considerados hoy próceres de la patria, "padres fundadores", casi semidioses.

La enorme mayoría del público votante - un 86% según la mayor parte de los estudios - están seguros de su candidato. Uno de cada tres de ellos habrá votado por correo o en comicios adelantados, ya en práctica, antes del 6 de noviembre. La proporción de aquellos que no se han decidido oscila entre el 3 por ciento y el 5 por ciento del electorado, y muchos de ellos, si no se han decidido a esta altura, es porque seguramente no se decidirán nunca y no votarán.

Lo poco que queda es hacer en estas circunstancias es que quienes ya te apoyan lo hagan enardecidos, izando banderas, enarbolando palos y agitando consignas, que no falten al a cita ciudadana, que traigan a sus parientes, amigos y vecinos. Y para eso no hay que convencer con la verdad, sino con la palabra.

Lo que hace la tarea de balance que se le pide a Joe Biden aún más difícil, si no imposible.

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Joe Biden

Joe Biden en NCLR 2012

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