Las mujeres y sus cabezas

Hay mujeres que atraviesan décadas con la misma impronta, con idéntica cabeza (por dentro y por fuera) e incluso con idéntico rouge. Ellas mismas un día decretan el beige en la boca, y serán diez años de besos chocolatados, por más que el marido tantas veces las imagine carmín. O se les antoja un flequillo rubio como un topacio, o se enrulan hasta el cerebro ostentando libertad y un adiós resentido a cualquier peine que sobreviva en la faz de la tierra.
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woman hairdresser

Hay mujeres que atraviesan décadas con la misma impronta, con idéntica cabeza (por dentro y por fuera) e incluso con idéntico rouge. Ellas mismas un día decretan el beige en la boca, y serán diez años de besos chocolatados, por más que el marido tantas veces las imagine carmín. O se les antoja un flequillo rubio como un topacio, o se enrulan hasta el cerebro ostentando libertad y un adiós resentido a cualquier peine que sobreviva en la faz de la tierra.

Looks pensados para trabajar e intentar ser invisible en la oficina. Looks imán hechos con toda la furia para ser vistos. Rulosas que son clones de chinas gracias al formol prohibido que sigue siendo un boom en las peluquerías de Latinoamérica.

En San Pablo, por ejemplo, habría que sentarse horas, prismático en mano, para dar con alguna chica natural, no formolizada. En Buenos Aires, donde el pelo general podría entrar en la categoría "ni fu ni fa" (léase ni lacio ni enrulado, ni pesado ni extremadamente liviano; toque de frizz, pero dócil) hay más planchitas por cabecera que medialunas por desayuno.

¿Por qué tanto miedo a la hora de cortarse el pelo? Por nuestros pagos resulta mala palabra. La frase típica es "sólo apenitas las puntas". Y después se van felices, e idénticas a cuando entraron. Lo hacen como un acto de salud, pero de tendencias ni hablar.

Ellas pueden tener colgada al hombro la Marc Jacobs más trendy, pero la cortina inmaculada, tan impersonal y calcada, no se toca. A lo mejor esto tenga que ver con la estupidez de algunos hombres argentinos que están a cuarenta mil kilómetros de distancia de saber lo qué es estilo, quienes asocian pelo corto con madurez y melena india versión platinium con sexualidad y glamour.

Siguen esperando a la chica "Bay Watch" para después vestirla de señora, cuando en el mundo triunfan las gacelas de pieles transparentes y facciones fuertes. También influye que nuestras divas, en realidad nuestra número uno, Susana Giménez, jamás se tocó la maxi melena platinada, que le queda perfecta; tan susanesca ella, única y divertida. Pero claro, aunque todas, desde 1970 quieran ser Susana, el platinado en versión extra large, sin extensiones de pelo natural albino, resulta un escándalo.

A pesar de todo, estoy convencida que la peluquería alarga la vida de la mujer. Los masajes capilares, las charlas con peinadores y estilistas, la intimidad de beber el café más esperado con los pelos de punta, en versión decolorante celeste. Todo eso es lo más parecido a una previa de teatro de revistas que una pueda soñar.

He visto señoras que, arengadas por un cumplido, terminan en brasier mientras esperan su bata. He observado otras rompiendo dietas en vivo, devorando tremendos sándwich de jamón y queso en medio de la sesión de manos y pies, mientras explican- detalle cruel tras detalle cruelísimo- cómo su marido la cambió por la fulanita del bar.

Se arman auténticos stand up en las peluquerías. Es que, además de las cargas y los rollos de las clientas, está la locura de los empleados, que siempre tienen historias sorprendentes.

Y eso genera inspiración. La venganza por ex maridos traicioneros o lo que haya sido contado en el salón se hace carne y sangre de todos los presentes. Comienzan a volar las tijeras, rugen los secadores, van y vienen serum y aerosoles.

La danza del cambio comienza y ya es tarde para volver a la versión de la lágrima. El final sorprende. Se siente afuera y adentro, cerquita del corazón. La señora se mira y se gusta. Pero, por sobre todas las cosas, sabe que nunca más volverá al rouge beige chocolatado, ese que, según el colorista, "le hacía cara de vaca triste".

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