De Minnesota a Yucatán: la vida universitaria LGBT

Muchos jóvenes gays, lesbianas, bisexuales y transgénero vivimos en hogares donde no fue fácil salir del clóset. Fuimos a escuelas donde no se mencionaba la homosexualidad más que para recordarnos que es pecado
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La semana pasada la organización Campus Pride publicó su lista anual de las 50 universidades más "LGBT friendly" de Estados Unidos.

El Campus Pride Index señala cuáles son las instituciones que destacan por sus políticas de inclusión a estudiantes y empleados LGBT, contenidos en las clases y programas educativos, si hay clubes o asociaciones estudiantiles LGBT en el campus, qué tanto toman en cuenta las necesidades específicas de personas LGBT en temas de salud y seguridad, entre otras categorías.

¿Para qué sirve un análisis de este tipo?

Cada vez son más los jóvenes que toman en cuenta información como la que publica Campus Pride para tomar la decisión de dónde estudiar una carrera. En Estados Unidos, sin duda, pero me parece que en México también.

Y cada vez son más los jóvenes que, estando en la universidad, se encargan de generar un ambiente más seguro y respetuoso de quiénes son, políticas institucionales que garanticen que no haya discriminación a estudiantes y profesores LGBT, actividades sociales (como un cineclub) y académicas (el ensayo final de una materia o una semana de la diversidad sexual) para discutir el cruce de la orientación sexual y la identidad de género con temas como política, derechos humanos, economía, medios de comunicación, moda, política exterior, psicología, salud o deportes.

La universidad fue el primer espacio donde me sentí seguro como joven gay. Fue el primer lugar donde me sentí cómodo con que la gente, cualquier persona, cercana a mí o no, supiera que soy gay. Salí del clóset con amigos y compañeros que llevaba meses de conocer antes que con mi familia o mis amigos de toda la vida, que estaban en otra ciudad.

En 2006 estaba terminando mi primer año de Relaciones Internacionales en la Universidad de las Américas Puebla. Me enteré de Diversitas, una asociación estudiantil LGBT que, si me informaron bien, fue la primera de su tipo en una universidad privada en México.

El grupo organizaba ciclos de cine, talleres con activistas locales, conferencias con académicos y legisladores, y El divergente, un programa de radio en la estación estudiantil.

Diversitas lleva unos años en coma y ojalá alguien en la UDLAP lo retome pronto. Y ahora hay grupos similares en el ITAM, la Universidad Iberoamericana, la UNAM y la UPN en la Ciudad de México, el ITESO en Guadalajara y, a partir de este semestre y después de que el consejo de la universidad lo rechazara varias veces, en el Tec de Monterrey.

Otras escuelas han abierto espacios para temas LGBT en sus clases, como CENTRO; para semanas de la diversidad sexual, como la UADY en Mérida, el CIDE y la UAM en el DF; o para conferencias en el marco de congresos de las facultades de economía u otras disciplinas, como la UNACH en Tuxtla Gutiérrez y la Universidad de Guanajuato.

He tenido oportunidad de conocer de cerca varios de esos proyectos, de participar en conferencias y talleres en varias de esas universidades, y una de las preguntas más frecuentes es: ¿cuáles han sido los principales avances para las personas LGBT en México?

En mi opinión, sin duda, la visibilidad en las universidades. Si hiciéramos en el país una lista como la de Campus Pride, probablemente algunas de estas instituciones ocuparían los primeros lugares. Y hay de todo: universidades públicas, privadas, laicas, religiosas, en diferentes zonas geográficas.

Muchos jóvenes gays, lesbianas, bisexuales y transgénero vivimos en hogares donde no fue fácil salir del clóset. Fuimos a escuelas donde no se mencionaba la homosexualidad más que para recordarnos que es pecado. Crecimos sin conocer a ninguna persona transgénero. Pero llegamos a la universidad y nos topamos con mejores recursos de información y oportunidades de desarrollo personal, con profesores que nos alientan a explorar la diversidad en el plano académico, y conocemos a otros jóvenes con quienes, por su orientación sexual o su identidad de género, tenemos una empatía especial.

Ese contexto ayuda a potenciar los talentos de sus miembros, a convertir chavos tímidos o marcados por episodios de bullying en líderes con una voz, a encontrar aliados heterosexuales para reconocer la diversidad. Ojalá continúe la tendencia de visibilizar y respetar la diversidad sexual en más universidades.

De ahí están saliendo las personas que empezarán nuevas familias, ocuparán cargos políticos, y muchos profesionistas que están llevando esa mentalidad al mundo laboral, donde hace mucha falta.

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Ellen Page, febrero de 2014

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