Un parque atravesado por las vías del tren

Soñé que mi abuelo Juan me enseñaba el esplendor del Tampico de sus tiempos. Aquel puerto cosmopolita que era el equivalente mexicano de Nueva York. El petróleo detonó su esplendor allá por 1900 y hoy, el narco lo tiene asfixiado como a gran parte de ese enjundioso estado del noreste del país. Lo cierto es que de mi abuelo tengo lejanos pero consistentes recuerdos: Las cueras que nos trajo a mi hermano y a mi. El queso de rancho, las jaibas rellenas. Su impecable sombrero blanco "Panamá".
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Soñé que mi abuelo Juan me enseñaba el esplendor del Tampico de sus tiempos. Aquel puerto cosmopolita que era el equivalente mexicano de Nueva York. El petróleo detonó su esplendor allá por 1900 y hoy, el narco lo tiene asfixiado como a gran parte de ese enjundioso estado del noreste del país. Lo cierto es que de mi abuelo tengo lejanos pero consistentes recuerdos: Las cueras que nos trajo a mi hermano y a mi. El queso de rancho, las jaibas rellenas. Su impecable sombrero blanco "Panamá".

Sus trajes a la medida. Su acento (nació en Monterrey pero vivió casi siempre en el puerto). Sus canas engominadas. Sus lentes. Su leyenda familiar fomentada por el tío Víctor dice que fue un gran billarista, juez de boxeo y excelente pareja en el dominó. Lástima que haya partido cuando yo ni siquiera sabía que me dedicaría a contar historias porque ésta que les quiero compartir, me la hubiera platicado con todos los detalles.

Hace mucho tiempo, hubo un equipo de béisbol que jugaba en un parque situado a las orillas del Pánuco, en la isleta Pérez. Decían que era feo pero se volvió mítico. Lo hicieron de madera, lo inauguraron el domingo 16 de octubre de 1927 con dos partidos entre los locales y el San Antonio de Texas. La madera se pudrió en la inundación de 1955, originada por el huracán Hilda, y lo reconstruyeron con concreto. Estaba en medio de los muelles de carga. Por eso, a ese parque, la vía del tren le atravesaba los jardines y cuando las locomotoras anunciaban su paso, el partido se suspendía de momento. El mismo Ripley (Aunque usted no lo crea) registró tan bizarra situación entre sus millares de historias inconcebibles.

Cuenta José Ignacio Peña, autor de la columna "En la caja de bateo", que también había una casa detrás de la barda del jardín izquierdo. Los dueños del inmueble aprovecharon el anexo y cobraban la entrada a aquellos aficionados que querían presenciar los duelos. Además les servían comida y bebidas distintas a las que se podían encontrar en el graderío. Hay una magnífica foto aérea que publicó el periodista Héctor G. Rivera, en El Sol de Tampico, en donde se aprecia la línea de las vías en los jardines y si uno le pone lupa se podría alcanzar a ver la casa referida.

Ese parque, que ya no existe más desde 1980, era uno de los escenarios mágicos de la historia del béisbol mexicano y fue la casa de los Alijadores, un equipo que se atrevió a poner parteaguas en los almanaques. Aquella novena contrató los servicios del primer pelotero de color que jugó en México (Chester Arthur Brewer). El palmarés tiene tres epicentros de pasión: fueron campeones en 1945 tras derrotar a los Tecolotes de Nuevo Laredo; en 1946, en contra de los Diablos Rojos; y en 1975, con una leyenda como Héctor Espino jugando para ellos, vencieron a los Cafeteros de Córdoba.

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Días antes del maravilloso sueño con mi abuelo, puse alijadores en Google y me aparecieron noticias recientes. Ninguna hablaba del legendario equipo ni de su parque pero sí de un pleito sindical entre trabajadores del puerto. Los alijadores de Tampico se están dando hasta con las cubetas. Los alijadores son los trabajadores que se encargan de descargar los grandes buques que entran a puerto. También encontré que la zona industrial de la isleta Pérez está en el olvido y en dónde alguna vez estuvo el parque, hay bodegas que guardan cosas viejas.

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Espero que la próxima vez que vuelva a soñar con el abuelo Juan, me lleve a ese campo de los sueños y los fantasmas de los peloteros me puedan platicar más al respecto. Por cierto, en la vida real mi abuelo me enseñó su Tampico cuando yo tenía seis o siete años. Todavía me acuerdo.

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