La primera vez de tu hija

Por un lado nuestras hijas quieren explorar lo que significa ser mujer, y por otro lado le temen al poder de la sexualidad y de lo femenino...
This post was published on the now-closed HuffPost Contributor platform. Contributors control their own work and posted freely to our site. If you need to flag this entry as abusive, send us an email.

Para quienes tenemos hijas, existen momentos que definen nuestra maternidad: la primera vez que dicen "mamá", el primer diente de leche caído y, más adelante, el primer día de escuela. A medida que las niñas crecen y se aventuran en el mundo de la adolescencia, llegan también otras "primeras veces" que nos causan más ansiedad y algo de miedo: la primer discusión grande con lágrimas y portazos, la primera salida sin un adulto acompañante, y tal vez el primer noviecito.

Como madres responsables, tratamos de aprender distintas formas positivas de navegar estas situaciones. Especialmente nos preocupamos del tema sexualidad, de la influencia del alcohol y las drogas, y del fluctuante rendimiento escolar.

Hoy me gustaría hablar de otra primera vez que a muchas mamás se nos pasa por alto: la primera dieta.

Para la mayoría de nuestras hijas, la adolescencia es un período de cambio acelerado, que en muchos aspectos implica redescubrirse y redibujar su existencia. El cuerpo cambia y comienza a regirse por los ciclos hormonales, que traen consigo no sólo la aparición del período menstrual sino también las curvas femeninas.

Esta nueva imagen sinuosa es recibida con mucha ambivalencia: por un lado nuestras hijas quieren explorar lo que significa ser mujer, y por otro lado le temen al poder de la sexualidad y de lo femenino. Es por eso que las vemos un minuto maquillándose frente al espejo, y al momento siguiente abrazando a su osito de peluche tiradas en el sofá.

Semejante tipo de reacción es comprensible, puesto que a nivel social los mensajes que enviamos a nuestras hijas son muy contradictorios. Si bien nosotras las alentamos y les decimos que pueden estudiar lo que quieran, que no necesitan casarse o tener hijos y que son hermosas con el cuerpo que ya tienen, existen muchos otros mensajes que tal vez no verbalizamos pero que se los damos con nuestro ejemplo.

Nuestras hijas perciben mucho más que nuestro discurso oral: ellas ya están acostumbradas desde niñas a oír los desafíos que nosotras mismas tenemos con el rol de lo femenino, y especialmente con nuestra propia imagen. Durante años han notado cuando le decimos a una amiga que ya no cabemos en los jeans, cuando servimos postre a toda la familia pero nosotras no lo comemos, cuando vamos a la playa y ocultamos nuestra figura debajo del pareo. Todos esos elementos son absorbidos en silencio y, llegada la adolescencia, nuestras hijas se inician también en ese mismo campo conflictivo.

Por eso, para muchas jóvenes, el rito de pasaje femenino por excelencia es la primera dieta: es señal de que su cuerpo está cambiando, que ya no tienen el físico de una niña y que su sexualidad ya se insinúa. A veces, las mamás incluso promovemos esa primer conducta alimenticia distorsionada. Tal vez porque pensamos que nuestra hija está un poco redondita y le queremos hacer un favor, pero por lo general estamos haciendo más mal que bien. Queremos que nuestras hijas se ahorren desde ya todos los problemas que nosotras hemos tenido con nuestro propio cuerpo, y proyectamos nuestros miedos y nuestros desafíos en su relación con la comida.

Es importante comprender que una dieta no es una solución, sino que se trata del primer comportamiento problemático en torno a la alimentación. Estudio tras estudio demuestran que las dietas no causan desórdenes alimenticios, pero que todas las mujeres que padecen de alimentación desordenada han hecho dieta.

Como profesional, no me canso de decirle a las mamás que ellas no les comprarían cigarrillos ni vodka a sus hijas, ni les prestarían el auto a una niña de 13 años; pero si la hija les dice que quiere hacer dieta, inmediatamente salen al supermercado a comprar comida "más sana" y comienzan a contar las calorías.

Es aquí donde me gustaría sugerir una ruta alternativa para todas las mamás preocupadas: no nos centremos en el peso ni en la imagen de nuestras hijas, sino en su estado de salud. Si nuestras hijas tienen curvas pero buen nivel de energía, si no hay condiciones físicas apremiantes ni complicaciones digestivas o de otra naturaleza, no es necesario hacer dieta. Y si existen enfermedades o síntomas problemáticos, entonces lo fundamental es hablar con un profesional capacitado que nos ayude a crear una alimentación saludable y balanceada, pero no restrictiva.

Crecer es difícil, tanto para las niñas como para las mamás, pues ambas estamos aprendiendo a navegar los cambios en nuestros cuerpos y en nuestras psiquis. Cuando decidimos hacerlo con una actitud positiva, centrándonos en cómo nos sentimos y en lo que nuestro cuerpo puede hacer en vez de en cómo se ve para los demás, entonces ya estamos dando juntas el primer paso saludable en esta jornada de descubrimiento.

Popular in the Community

Close

What's Hot