El silencio de las universidades

Hace unos días, sobre los periodistas mexicanos cayó un balde de agua fría: el consejo del Premio de Periodismo Fernando Benítez, que cada año se otorga en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, suspendió este año su convocatoria por la mala calidad de los trabajos que en años recientes habían postulado y la falta de interés de los periodistas.
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Hace unos días, sobre los periodistas mexicanos cayó un balde de agua fría: el consejo del Premio de Periodismo Fernando Benítez, que cada año se otorga en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, suspendió este año su convocatoria por la mala calidad de los trabajos que en años recientes habían postulado y la falta de interés de los periodistas.

La sentencia provino de la directora de la FIL, Nubia Macías, ella misma periodista. Las reacciones cayeron en cascada: ¿vergüenza o indignación frente a las palabras de Macías? Debo confesar que mi primera reacción fue la vergüenza, luego la duda: ¿De verdad somos tan malos los periodistas mexicanos? ¿A qué se debe la mala calidad de los trabajos? Las posibles respuestas ofrecen material suficiente para mucha tinta y tecla. Pero en esta ocasión vuelvo la vista hacia quien lanza la piedra.

El premio Fernando Benítez nació en el seno de la Universidad de Guadalajara, Jalisco, en México, como el Premio Nacional de Periodismo involucra en su asamblea general a 37 universidades públicas del país, incluida la UNAM, la más grande de América Latina, que actualmente ocupa la presidencia. Debe haber otras que promuevan premios, pero el propósito no es hacer aquí la revisión, sino advertir la parte de responsabilidad de las universidades en torno de los problemas que enfrenta el periodismo y los periodistas.

Uno es la calidad de la enseñaza, sobre todo en las escuelas privadas que hacen de los alumnos clientes y para no perderlos pasan por alto sus deficiencias y hasta los colocan por encima de la autoridad de los maestros. En muchas de estas instituciones, ellos son los que califican a los profesores, y no los profesores a ellos. De los alumnos dependerá el contrato por hora de muchos maestros que trabajan en esas universidades más por un ingreso extra y menos por vocación. Y sinceramente tampoco alienta mucho la condición de maestro de periodismo, que a nadie impresiona en estos días de devaluación del oficio. Quizá muchos habrán comenzado su práctica de profesores con ánimo, pero al cabo de los cursos las ganas pierden color y comienzan las repeticiones, las clases que transcurren con anédotas personales y dejan de lado los retos del conocimiento y el aprendizaje.

Ellos mismos se han encerrado en esas aulas, olvidándose de lo que ocurre afuera. Y así van saliendo de esas universidades jóvenes desprovistos de pasión, compromiso y conocimiento, ajenos a los temas que hoy ocupan al periodismo: sus nuevas prácticas, las herramientas, los infinitos recursos tecnológicos que no sustituyen sus "leyes" básicas pero fortalecen la precisión, la posibilidad de fuentes, la multiplicación de métodos para presentar la información. Y todos nos quejamos de la ignorancia de esos jóvenes, de sus pocas posibilidades en el futuro. Pero nadie hace alto en el camino para pedir cuentas a quienes les extendieron un título sin más requisito que una tesis mediocre, un examen de trámite o el pago de unos 2 mil dólares.

Hablemos también del silencio de las universidades frente a la violencia contra los periodistas. Hasta ahora, sólo las ceremonias de entrega de premios han servido para manifestar el rechazo de las instituciones a los asesinatos, secuestros, desapariciones y agresiones contra los periodistas. Pero no ha habido un solo pronunciamiento de las autoridades universitarias, una sola acción concreta más allá de algunos foros, seminarios o algún curso en línea de autoprotección para periodistas, que de verdad proyecte su preocupación por el tema y exija del gobierno mexicano una decisión firme contra la impunidad. La oferta más amplia de cursos de autoprotección la hemos encontrado en el Centro Knight, de la Universidad de Austin, que ha dedicado al menos dos de sus foros a la discusión de la violencia contra periodistas, ha editado las memorias de esos encuentros y ofrecido material para el análisis y la discusión. Ninguna universidad en México ha emprendido esa ruta.

Es verdad que hay esfuerzos. La Universidad de Guadalajara organiza cada año una interesante jornada de debate en torno del periodismo latinoamericano, pero su alcance y convocatoria son limitados. En la Universidad Iberomericana tiene su sede la beca Prensa y Democracia (Prende), que ofrece a reporteros de todo el país una estancia académica gratuita de un semestre. Es una universidad privada, la única de su tipo que ha acogido en su momento a algunos reporteros amenazados. Pero son apenas unos cuantos los que pueden llegar hasta allí y ninguna otra universidad, ni pública ni privada, ha tenido el propósito de imaginar algún programa de apoyo, becas, estancias, para los periodistas que deben huir de sus estados por amenazas, por ejemplo, y tienen que pasar sus días en el desempleo y la desesperanza.

De cuánta ayuda sería saber que las universidades de México, que por muchas otras razones nos llenan de orgullo, suman su prestigio y su autoridad moral a la defensa del periodismo, los periodistas y los derechos que representan: la libertad de expresión y el derecho a la información, por ejemplo. Junto con los medios, las universidad deberían ser las primeras interesadas en fortalecer todos los frentes de acceso y ejercicio de estos derechos. Sus aulas son, para muchos de nosotros, los primeros espacios de ensayo en el poder de la palabra, el derecho a la opinión. Los periodistas esperamos más de las univesidades, esperaríamos encontrar allí refugio y apoyo, saber que la responsabilidad mutua no se acaba al final de una carrera. Las necesitamos de nuestro lado, como refugio y como inspiración. Pero hasta ahora su silencio desalienta.

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