Una madre escucha el corazón de su hija latir en otra mujer

¿Qué debe sentir una madre al escuchar el corazón de su hija latir en el pecho de una mujer a la que no conoce? Aunque tenía a estas dos mujeres delante de mis ojos, no podía imaginármelo. Linda Miers apretaba entre sus manos un estetoscopio, primero tímidamente y luego con firmeza, concentrada enteramente en encontrar ese sonido primal y único en el pecho de la extraña sentada frente a ella. Sharon Lusby, una mujer de 58 años con un trasplante de corazón desde hace siete, la miraba amorosamente después de darle permiso de ponerlo en su pecho, donde ahora reside el corazón de Melanie, la hija de Linda.
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¿Qué debe sentir una madre al escuchar el corazón de su hija latir en el pecho de una mujer a la que no conoce?

Aunque tenía a estas dos mujeres delante de mis ojos, no podía imaginármelo. Linda Miers apretaba entre sus manos un estetoscopio, primero tímidamente y luego con firmeza, concentrada enteramente en encontrar ese sonido primal y único en el pecho de la extraña sentada frente a ella. Sharon Lusby, una mujer de 58 años con un trasplante de corazón desde hace siete, la miraba amorosamente después de darle permiso de ponerlo en su pecho, donde ahora reside el corazón de Melanie, la hija de Linda.

Era lo que llamamos un "primer encuentro". Alrededor de 5% de los familiares de los donantes de órganos fallecidos en el Sur de California llegan a conocer a los receptores de sus órganos, una práctica que, según he podido comprobar, trae consuelo al corazón de los dolientes. La sonrisa de Linda Miers me lo confirmó. No fue cualquier sonrisa. Durante unos minutos por su rostro compungido corrían las lágrimas, buscaba ansiosa con el estetoscopio un sonido que, aunque los doctores lo hacen con soltura, es difícil de encontrar. Y fue en ese segundo, el segundo en el que escucho el inconfundible palpitar de un corazón, el sonido de la vida, que la sonrisa iluminó su cara y algo por dentro se le transformó.

"¡Late fuerte!", exclamó Linda. Shannon le explicó que los corazones trasplantados laten un poco más rápido de lo normal ya que se les cortan los nervios. "Cuando hago ejercicio empieza a latir más rápido al rato, al principio ni se entera de que me estoy esforzando", le explica todavía asombrada.

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Melanie, según supo Shannon durante la reunión, siempre quería ayudar a los demás. Entre otros, había decidido estudiar psicología para ayudar a estudiantes como los que veía en su escuela secundaria, con depresión u otros problemas. Cuando fue a sacarse la licencia de manejar, por supuesto que se inscribió para ser donante y le imprimieron el punto rosado de donante que se usa en California. Aunque en el caso de los menores de edad los padres tienen la última palabra sobre si se producirá la donación, Linda no dudó en honrar el último deseo de su hija. Cuando habla de las cuatro vidas que salvó Melanie, el orgullo y el consuelo de que su tragedia no fue en vano es palpable.

Melanie tenía 16 años cuando murió en un dry-by shooting, un tiroteo anónimo desde un coche, una de esas aberraciones nacidas en los enclaves pobres de tantos barrios de la nación, donde los inocentes son las principales víctimas. "¿Han encontrado a los culpables?", le pregunta Shannon a Melanie. "No. Quiero justicia para ella, pero no voy a dejar que conseguirla domine mi vida", le explico Linda.

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Hablaron de más cosas. De los nietos de Shannon. De su enfermedad cardiaca hereditaria que acabo con la vida de su hermano hace unas décadas y hace un año con la de su hermana, mientras estaba en la lista de espera por un trasplante. De las horas de vida que le quedaban a Shannon cuando falleció Melanie. Diariamente mueren 18 personas esperando por un órgano y Shannon sabe bien que ha tenido suerte. "Gracias a Melanie he podido cumplir 47 años de casada, ver a mis hijos graduarse de la universidad, ser abuela y conocer a mi nieto".

Linda habló de Melanie, de su pasión por el waterpolo, por los derechos de los animales, del llavero que hicieron sus compañeros de escuela después de su fallecimiento, de la carta del receptor del hígado, con fotos antes y después del trasplante. "Ver la diferencia me hizo llorar. Mi hija hizo algo maravilloso", dijo durante la reunión organizada por OneLegacy, la organización no lucrativa de recuperación de órganos en Los Angeles y seis condados circundantes.

El hielo inicial se había derretido. Al principio siempre es chocante para las familias estar frente a alguien totalmente desconocido con el que comparten algo tan íntimo como un órgano de un ser querido. Ni Linda ni Shannon habían podido dormir la noche anterior, no sabían qué esperar, cómo reaccionarían. Una quería ver en carne y hueso el regalo de vida que dio su hija, la otra dar las gracias, traer algo de consuelo a una madre que ha perdido lo más preciado en su vida.

Mientras hablaban, delante de las dos mujeres había una foto de Melanie. Me era casi imposible imaginar el corazón de la adolescente alegre y juguetona de la imagen en el pecho de la mujer mayor, vital y elegante, que tenía enfrente. La lógica te dice que una operación quirúrgica lo hizo posible, pero tus emociones te dicen que estas ante un milagro. Después de unas fotos y un abrazo, salieron por la puerta en dirección a un restaurante cercano, invitaba Shannon. La sonrisa en sus rostros mostraba que, indistintamente de lo que la lógica les dictara a ellas, una vez más, sus corazones habían conectado.

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