Si muero lejos de ti: Replantearnos la ciudadanía

Hace unos días conversé con Claudia Amaro. Claudia tiene 37 años, un hijo de trece, un matrimonio estable y una familia amorosa: su madre y sus hermanas han estado cerca de ella toda su vida.
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claudia
Hace unos días conversé con Claudia Amaro. Claudia tiene 37 años, un hijo de trece, un matrimonio estable y una familia amorosa: su madre y sus hermanas han estado cerca de ella toda su vida.

Hasta hace siete años, la vida de Claudia transcurría de manera relativamente apacible. Vivía en Wichita, Kansas, desde los 17 años; en esta ciudad encontró su hogar después de pasar una infancia de incertidumbre. Cuando Claudia tenía diez años, la familia vivió la experiencia dolorosa de perder al padre, quien fue asesinado en el estado de Durango.

Durante los dos años posteriores vivieron entre la rabia por no encontrar justicia por parte de las autoridades, y la zozobra de recibir amenazas por parte de los asesinos. Ante esta situación, la madre decidió que todas se irían de manera indocumentada a Estados Unidos; Claudia, la mayor de las hermanas, tenía trece años de edad.

Durante sus primeros años en Estados Unidos la joven vivió lo que muchos niños y jóvenes que llegan como inmigrantes a este país deben enfrentar. No dominaba el idioma, así que sus notas en la escuela bajaron considerablemente.

Otros niños la acosaban por su condición de extranjera.

No entendía el sistema social: nadie la enseñó a abrir un casillero para sacar sus cosas, a tomar una charola y servirse su comida en la cafetería; todos daban por hecho que se adaptaría sin ayuda alguna.

Como sucede también con la mayoría de quienes llegan siendo menores de edad, Claudia terminó por echar mano de todos los recursos disponibles para adaptarse de la mejor manera posible.

Cuando cuatro años más tarde la familia se mudó a Kansas, la joven vio una forma de empezar de cero ya contando con algún conocimiento de la vida en Estados Unidos; encontró su casa, y lo que califica como "los mejores años de mi vida". En 1998 se casó y en el año 2000 nació su hijo Yamil.

Todo marchaba bien, hasta que en 2005 la familia enfrentó un proceso de deportación. Claudia, su esposo y su hijo tuvieron que iniciar su vida una vez más en Torreón, México, en 2006.

Claudia es una de los nueve Dreamers -jóvenes que fueron llevados indocumentados a Estados Unidos siendo menores de edad- que el lunes pasado llegaron al puerto de entrada fronterizo de Nogales, desde el lado mexicano, para intentar ingresar al país del norte sin documentos, con el único argumento de tener una vida en Estados Unidos, el lugar que consideran su hogar y al cual anhelan regresar.

dreamers

La acción, publicitada bajo el eslogan "Bring them home", "Tráiganlos de vuelta a casa", fue organizada por la Alianza Nacional de Jóvenes Inmigrantes (NIYA), una red liderada por jóvenes activistas que desde hace algunos años utilizan la desobediencia civil pacífica como un mecanismo para hacer oír su voz.

La noticia hizo eco sobre todo en los medios de comunicación en Estados Unidos -y ojalá lo hubiera hecho con más contundencia en los medios mexicanos- debido a que tres de los jóvenes no habían sido deportados previamente, sino que salieron voluntariamente para poner a prueba la política de inmigración del gobierno de Barack Obama. Lizbeth Mateo, Marco Saavedra y LuluMartínez, aún siendo beneficiarios del estatus de protección temporal que les otorga el programa de Acción Diferida (DACA), decidieron llamar la atención sobre las 1.7 millones de familias
separadas por la actual administración como consecuencia de la deportación.

A los nueve jóvenes organizados para volver a Estados Unidos, se unieron treinta más, en la misma situación, una vez que la acción inició en la frontera de Nogales.

Hoy el grupo que ya es conocido en redes sociales como los #Dream9, recluido en un centreo de detención, espera una respuesta a su solicitud de asilo político en Estados Unidos tras haberles sido negada una visa humanitaria. Ahí están Lizbeth, Marco y Lulú, con su vida y sus sueños en pausa, en espera de encontrar una respuesta con rostro humano por parte del gobierno estadounidense, el que consideran suyo.

Ahí está también Claudia, cuestionándose la razón por la cual el país al que ella ama no la quiere. Ahí está una sociedad viendo un acto desesperado de nueve jóvenes que hacen un replanteamiento sobre qué es la ciudadanía. ¿Es el ejercicio de derechos en el lugar al cual consideras tu casa, tu hogar? ¿Es el espacio, la comunidad que te ha hecho ser quien eres, a la cual le quieres regresar algo de lo que te ha dado? ¿Es tu pertenencia a la tierra que pisas todos los días, la que te alimenta, sobre la cual trabajas y te conviertes en un mejor ser humano? ¿Es la existencia de un papel?

Antes de finalizar mi conversación con ella, Claudia me contó que en una ocasión, conversando con una mujer estadounidense, le preguntó: "¿Por qué Estados Unidos no nos quiere?". La mujer le respondió: "Afortunadamente una política de gobierno no representa a todo Estados Unidos".

Esperanzada por esta respuesta, me dijo, Claudia hoy vuelve a casa a pedir que su país le abra los brazos como la ciudadana estadounidense que ella está convencida que es. Sentada en un centro de detención en Arizona, espera la respuesta.

Política de acción diferida

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