Si Muero Lejos de Ti: Calderón no merece un refugio en la academia

La presencia de Calderón como profesor invitado en Harvard ofende a las víctimas de la guerra contra el narcotráfico y da al presidente una legitimidad que nunca pudo ganar entre sus gobernados
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Mexico's President Felipe Calderon drinks a glass of wine while toasting during his last state dinner in Mexico City, Friday, Nov. 30, 2012. The party that ruled Mexico for seven decades returns to power Saturday with a president from a new generation to govern a country that has changed dramatically in the 12 years since the Institutional Revolutionary Party last held the top post. (AP Photo/Dario Lopez-Mills)
Mexico's President Felipe Calderon drinks a glass of wine while toasting during his last state dinner in Mexico City, Friday, Nov. 30, 2012. The party that ruled Mexico for seven decades returns to power Saturday with a president from a new generation to govern a country that has changed dramatically in the 12 years since the Institutional Revolutionary Party last held the top post. (AP Photo/Dario Lopez-Mills)

La presencia de Calderón como profesor invitado en Harvard ofende a las víctimas de la guerra contra el narcotráfico y da al presidente una legitimidad que nunca pudo ganar entre sus gobernados
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Una de las épocas más hermosas de mi vida fueron mis años en la universidad. Tuve la fortuna de estudiar en la Universidad Autónoma Metropolitana, plantel Xochimilco, en la Ciudad de México. Ahí tomé clases con periodistas, cineastas, investigadores y gente de letras, algunos mexicanos y otros venidos de diferentes países, quienes compartían con sus alumnos sus experiencias y su conocimiento al tiempo que les ayudaban a construir su propio bagaje. Aunque eran diferentes entre sí, había elementos comunes a todos ellos: congruencia, autoridad moral, la capacidad de despertar admiración y respeto por parte de sus alumnos, y una tendencia natural a convertirse en modelos a seguir.

Siempre que pienso en la academia la veo como el espacio natural de supervivencia de la inteligencia y la razón. La política, la vida cotidiana, los jaloneos entre partidos, entre iglesias, entre países y entre individuos, suelen encontrar un campo neutral en la academia. Ahí es donde el buen juicio y la visión a largo plazo ponen en su sitio a cada quien, y en donde las pasiones y la frivolidad son dominadas por la ciencia y el humanismo. O al menos así debería de ser.

Poco antes de dejar su cargo como presidente de México, Felipe Calderón anunció graciosamente su paso del gobierno de su país a la vida académica: la Universidad de Harvard le ofreció una estancia de un año como profesor invitado en la Escuela de Gobierno Kennedy, una prestigiada institución que ofrece estudios de posgrado de alto nivel vinculados con políticas públicas. Es una costumbre en este sitio tener como profesores invitados a quienes han encabezado un gobierno u organizaciones de alto impacto internacional para que compartan su experiencia con los estudiantes. Sin embargo en el caso de Calderón, la invitación no sólo ignora la falta de talento, sensibilidad y liderazgo del ex mandatario durante su gestión, sino que ofende a las víctimas de la guerra contra el narcotráfico emprendida por el panista, que entre muertos y desaparecidos -migrantes entre ellos-, y sus familiares afectados, se cuentan por cientos de miles.

Todos los presidentes tienen derecho a cometer errores, pero también es su obligación reconocerlos y solucionarlos. Al poco tiempo de iniciada su gestión, Calderón supo que su iniciativa de declarar la guerra al narcotráfico como primera acción de gobierno había sido un error. En lugar de admitirlo y ajustar la estrategia, en lugar de escuchar a la sociedad a la cual gobernó, el presidente hizo gala de una personalidad arrogante, obstinada, insensible y visceral. Seis años después, los cárteles siguen ahí -el del Sinaloa más fuerte que nunca gracias a la complicidad, deliberada o no, que encontró en las gestiones panistas-, la venta de drogas y armas no disminuye, y cerca de 100 mil personas han sido asesinadas, entre ellas miles de niños víctimas del fuego cruzado. Para adornar el pastel, este hombre fue capaz de afirmar que quienes han muerto estaban vinculados con actividades ilícitas, e intentó convencernos de que nuestros difuntos, nuestros desaparecidos, nuestras familias desmembradas, quienes han tenido que salir de sus ciudades y sus países huyendo, entran en la categoría de "daño colateral".

Tan pronto se supo que la invitación a Harvard iba en serio, inició una campaña tanto en México como en Estados Unidos para pedir al director de la Escuela Kennedy la revocación del contrato al ex presidente. Actualmente hay al menos cuatro peticiones en la página de Internet change.org que reúnen firmas para este fin. Otras personas han instado a quienes se encuentran indignados por la invitación de Harvard, a escribir a las autoridades de la institución.

Una persona que conozco optó por esta alternativa, y recibió una respuesta por parte de David T. Ellwood, decano de la Escuela. En su mensaje, Ellwood explica que una de las características fundamentales de Harvard y de todas las universidades estadounidenses es el libre intercambio de ideas, y habla de la tradición de tener invitados internacionales para que los estudiantes puedan realizar preguntas "sin filtros". "La oportunidad única de sostener una discusión directa con un jefe de Estado es algo que nuestros estudiantes aprecian sobremanera, aún cuando no comulguen con algunas de sus posiciones políticas", responde el decano.

El argumento de Harvard, pragmático y bien planteado, es acertado, pero insuficiente. Harvard no sólo proporciona a sus alumnos la oportunidad de ampliar su visión del mundo; también otorga a quienes forman parte de su cuerpo académico el privilegio de ser reconocidos por la institución. La inclusión de Calderón entre sus profesores invitados da al presidente una legitimidad y una autoridad moral que nunca pudo ganar entre sus gobernados. El paso de Felipe Calderón por el gobierno de México fue una desgracia porque se basó en la obcecación y el autoritarismo, condiciones opuestas al imperio del humanismo y la razón que caracteriza a Harvard.

Calderón se equivocó como cualquier otra persona puede hacerlo, pero nunca hizo nada para reconocer y enmendar su error. La congruencia, la autoridad moral, la capacidad de despertar admiración que, como decía al inicio, deben caracterizar a un maestro, no son cualidades con las que cuente este hombre. El privilegio de dar clases, de ser un modelo para el alumnado, es algo que se construye a pulso, con inteligencia y humildad. La academia es el único refugio que nos queda y Felipe Calderón no merece un sitio ahí.

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