Si Muero Lejos de Ti: Cinco formas de paranoia fronteriza

Pocas cosas más fascinantes que circular por frontera entre México y Estados Unidos. Una larga, larga cicatriz que por momentos es río, por momentos es montaña, y en muchos tramos se convierte en un muro de acero con alambre de púas que por absurdo, ofende. Por ella transitan los sueños de miles de indocumentados que cruzan cada año de manera ilegal, pero también los de millones de personas que cruzan legalmente. Esto, en medio de la paranoia yanqui post 9/11, puede convertirse en una pesadilla para ambas partes.
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frontera arizona

Pocas cosas más fascinantes que circular por frontera entre México y Estados Unidos. Una larga, larga cicatriz que por momentos es río, por momentos es montaña, y en muchos tramos se convierte en un muro de acero con alambre de púas que por absurdo, ofende. Por ella transitan los sueños de miles de indocumentados que cruzan cada año de manera ilegal, pero también los de millones de personas que cruzan legalmente. Esto, en medio de la paranoia yanqui post 9/11, puede convertirse en una pesadilla para ambas partes.

Esta semana un grupo de legisladores republicanos protestó ante el director de la Patrulla Fronteriza estadounidense, David Aguilar, debido al anuncio hecho en días pasados de que algunas estaciones de esta dependencia cerrarán por recortes presupuestales. Los que protestan aseguran que la vigilancia en la frontera es insuficiente y que los 1.3 millones de dólares anuales que ahorrará el gobierno estadounidense quitando estos puntos que no son estratégicos, son un monto que vale la pena pagar para conservar el estado de sitio que se vive en algunas zonas de la franja fronteriza.

Revisando el mapa de los puntos en donde serán removidas las estaciones -la mayoría en Texas-, recordé un viaje que hice en febrero de 2007 con la organización Ángeles de la Frontera, como parte de la caravana que tuvo por nombre Marcha Migrante II: 16 días recorriendo la línea entre México y Estados Unidos, empezando por el cruce San Ysidro-Tijuana en el Pacífico, y terminando en Brownsville-Matamoros, en el Golfo de México. El objetivo era recoger historias y testimonios de migrantes y gente que vive en la frontera, para llevarlas a Washington, en donde se debatía la Reforma Migratoria que no ocurrió. Movida por la nostalgia busqué mis notas de entonces para darme cuenta de que nada ha cambiado. Estas son algunas de las perlas que conservo de ese viaje.

1. Vigilados
Yuma, Arizona. Por cuestiones que no vienen al caso, mi acompañante y yo tuvimos que salir a medianoche de esta ciudad para llegar de madrugada a Phoenix, en donde habría un evento con el resto del grupo al día siguiente. Manejar por la línea fronteriza en Arizona de día es lindo, los paisajes son bellísimos; pero de noche es alucinante. Pasas por áreas rodeadas de montañas rocosas que no ves debido a la obscuridad, pero que puedes sentir a pesar de ella. En un punto vimos una imagen digna de un programa de ovnis: allá arriba avanzaban unas luces como haciendo olas, rapidísimo, arriba y abajo. Nos tardamos un rato en descubrir que no eran ovnis, sino vehículos de la Patrulla Fronteriza, la "migra", con unas luces como para dejar ciego a dios, recorriendo las montañas rocosas. "Buscarán indocumentados cruzando", pensamos. De pronto, un retén. Dos agentes de inmigración nos empiezan a cuestionar, a pedir nuestros documentos. "Oye, pero si no estamos cruzando la frontera", se me ocurre decirle a mi acompañante en español. El agente evidentemente entendió; me lanzó una mirada filosa y la luz de su linterna en la cara. Esa noche descubriríamos que si vas bordeando la frontera, aunque no la cruces, debes pasar por retenes de inmigración cada 30 millas. Los agentes tienen derecho a interrogarte, a pedirte tus documentos, y a retenerte si les pareces sospechoso. Sí; aunque seas estadounidense y sólo andes recorriendo tu país. Les llaman "operativos de vigilancia".

2. Vergüenza
Víctor y Ruth son ciudadanos estadounidenses; ambos viajaban en el mismo auto como parte de la caravana. Al llegar a un retén de la Patrulla Fronteriza, el agente les preguntó a ambos si eran ciudadanos americanos, y los dos contestaron que sí. A Víctor, quien es de origen mexicano, le pidieron un documento que lo comprobara. Víctor entregó su licencia de conducir; el agente la deslizó por una computadora y le preguntó el apellido de soltera de su madre, una de las preguntas de confirmación de identidad usadas en Estados Unidos. A Ruth, de origen -y aspecto- anglosajón, no le pidieron nada.

"Es tan ofensivo, tan doloroso, tan anticonstitucional", me dijo Ruth más tarde. "Me dio mucha pena ver el trato que le dieron a Víctor sólo porque 'parece' mexicano. Los dos hemos vivido el mismo tiempo en este lugar. Me sentí muy avergonzada de mi país".

3. Hielera
Nuevo México. Otro retén. Uno por uno, revisan a los autos que van en la caravana. Le toca al nuestro. Para ese momento, casi una semana después de haber salido, llevamos nuestras cosas hechas un relajo. Nos ven con miradas sospechosas. Nos piden abrir la cajuela. Se asoman a nuestras maletas. Abren las puertas traseras del auto. Intentan asomarse bajo los asientos. En el colmo del absurdo, un agente me pide abrir una hielera. Me da un poco de pena que vea que va llena de jugos abiertos y muffins aplastados. No es cierto: la verdad es que me da risa. En ningún momento hemos salido del país, pero sí: nos vuelven a pedir nuestros documentos.

4. Delincuentes
Lajitas, Texas. Si buscan el nombre en el mapa, tal vez no lo encuentren; pero si buscan entre los 100 mejores hoteles del mundo, ahí está. En el exclusivo resort Lajitas, ubicado en un terreno justo sobre la frontera -en este caso el Río Grande-, todos los trabajadores vienen de los pequeños poblados vecinos en México. Del lado estadounidense no hay pueblos en varias millas a la redonda, así que la relación beneficia a ambas partes: del un lado no hay empleo, del otro se necesitan los servicios. El problema es que tras los cambios en los reglamentos post 9/11, está prohibido que la gente que vive en el lado mexicano cruce a Estados Unidos por puntos que no sean una garita oficial; y la más cercana para esta comunidad está a dos horas por tierra. Es decir, en lugar de cruzar en quince minutos, los empleados tendrían que desplazarse casi cuatro horas para ir a trabajar, y de regreso. Por supuesto nadie lo hace: la gente sigue cruzando el río por donde siempre, como lo ha hecho por décadas; la diferencia es que eso, hoy, los convierte en delincuentes.

5. El cruce
Tres veces cruzamos hacia México durante la Marcha Migrante. Una de ellas fue con un grupo de activistas de Eagle Pass, Texas, que se oponen a la construcción del muro fronterizo en la zona. Como parte de las actividades del grupo, fuimos a una reunión de trabajo con el alcalde de Piedras Negras, Coahuila, del lado mexicano. Uno de los dirigentes propuso que fuéramos en un solo vehículo: una de esas camionetas blancas como para trasladar monjas, donde cupimos catorce personas. Sin problemas cruzamos hacia México, vimos al alcalde, cenamos. De regreso, nos preparamos para cruzar la garita.

El conductor pregunta entonces: "¿Todo el mundo trae sus documentos?". Empiezo a buscar los míos, todos palpan nerviosos bolsas y bolsillos. Se siente tensión en el aire. Me asalta una duda: ¿Y si alguno de los que viene no trae papeles? ¿Y si en la revisión alguien les parece sospechoso? ¿Qué pasaría con los demás? ¿Acabaríamos todos fichados como "smugglers"? ¿Por qué nos provoca tanta ansiedad la revisión? Son casi las dos de la mañana y me preocupo un poco: para ese entonces me veo peor que en la foto de mi pasaporte. ¿Pensarán que soy terrorista?

Llegamos al cruce, el conductor explica quiénes somos y a dónde vamos. El agente lanza la luz de su linterna, echa una ojeada y nos deja pasar sin pedir documentos, sin revisarnos siquiera. Cruzamos. El ambiente se relaja dentro de la camioneta y un bromista rompe el silencio: "De haber sabido, nos hubiéramos traído a unos paisanos".

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