Si muero lejos de ti: Los que somos de México

La marea postelectoral cubre a mi país y arrasa con casi todo. En las mesas de los cafés y restaurantes, en el transporte publico, en las oficinas, en las reuniones familiares, en las redes sociales, la situación política por la que atraviesa México invariablemente está presente.
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elecciones mexico

  1. La marea postelectoral cubre a mi país y arrasa con casi todo. En las mesas de los cafés y restaurantes, en el transporte publico, en las oficinas, en las reuniones familiares, en las redes sociales, la situación política por la que atraviesa México invariablemente está presente. Una elección como la que se vivió el 1 de julio deja, además de incertidumbre y desconfianza, una sensación de que todos sabemos o entendemos algo que los demás no; es una forma de explicarnos lo ocurrido. Resulta difícil entonces entablar conversaciones sin que uno quiera corregir a otro, y no conozco a alguien que no haya tenido al menos un desencuentro con un amigo, familiar o conocido debido al tema electoral.

    Lamentablemente mi caso no fue la excepción y recientemente tuve mi propio encontronazo con un amigo de años. Tras un comentario de mi parte sobre las condiciones en las que se celebró la elección, mi amigo aseguró que quienes vivimos fuera de México debemos tener "extra-cuidado" al verter nuestra opinión, debido a que supuestamente no conocemos las condiciones de quienes viven ahí.

    El comentario me dio un puñetazo que, utilizando el argot boxístico, me mandó a la lona. Pero al margen del golpe personal, la realidad es que esta observación y la forma en que fue emitida no son una manifestación extraordinaria entre quienes viven en mi país. Es común escuchar a través de frases lanzadas al aire la poca comprensión que existe entre los mexicanos sobre su propia diáspora, particularmente aquella en Estados Unidos, y la estrecha relación que quienes estamos fuera tenemos con México.
  2. Hace ya una década el académico Samuel Huntington nos metió una sacudida al afirmar que los mexicanos en Estados Unidos, a diferencia de otros grupos inmigrantes, no nos asimilamos a la cultura estadounidense. Parte de su argumento radicaba en el hecho de que quienes venimos de México mantenemos un vínculo tan fuerte con nuestro país, que éste impide que adoptemos de manera definitiva la identidad y los valores dominantes en Estados Unidos.

    Aunque desde luego difiero ampliamente con respecto a su forma de evaluar la asimilación de la diáspora mexicana, sí he de reconocer que el planteamiento de Huntington presenta información sólida. Una gran parte de los mexicanos en Estados Unidos, sobre todos los de reciente arribo, trabajan para enviar dinero y sostener así a sus familias que se quedaron en México; las remesas constituyen la segunda fuente de ingreso en ese país (cerca de 23 mil millones de dólares en 2011, 6.8% más que durante el 2010).

    Pero no sólo el migrante recién llegado vela por la estabilidad económica en su patria. Decenas de miles de inmigrantes mexicanos que han vivido en Estados Unidos por décadas, y que cuentan con una vida familiar estable en este país, tienen incidencia en México a través del programa 3x1, mediante el cual envían recursos de su bolsillo para contribuir a la construcción de obra pública y proyectos productivos en sus lugares de origen. A eso se suma la activa participación política de estos grupos a través de clubes de oriundos, federaciones y otras organizaciones no gubernamentales, muchas de las cuales tienen una doble función de cabildeo, tanto ante las autoridades estadounidenses como ante el gobierno mexicano.

    Están también las agrupaciones de defensa de derechos de las minorías. Uno de los casos más sobresalientes es el del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB), que a través de su ala política ha logrado incidir en procesos electorales tan importantes como el del gobierno estatal de Oaxaca en 2010, cuando se logró que el aspirante al gobierno estableciera compromisos concretos con la comunidad en caso de resultar electo; una vez que eso ocurrió, los integrantes de FIOB han ejercido presión para que éstos no queden incumplidos. Esta misma organización trabajó en jornadas informativas rumbo a la elección presidencial de 2012 en México antes incluso de que iniciaran las campañas presidenciales, y el día de la elección encabezó una caravana rumbo a la ciudad de Tijuana con mexicanos dispuestos a emitir su voto en su país.

    Nada de esto podría ocurrir en una sociedad migrante mexicana desinformada, o alejada de la realidad de su tierra y de su gente.
  3. Hace un par de días viajaba de Tijuana a Los Ángeles y me tocó esperar tres horas en la fila que se forma en la garita de San Ysidro para cruzar de México hacia Estados Unidos. Este es un viaje que quienes vivimos en las ciudades cercanas a la frontera y contamos con documentos para entrar y salir, realizamos frecuentemente. Sé que sólo quien ha vivido en la franja fronteriza puede comprender la naturaleza de esta identidad: el saber que eres parte de los dos lugares y el vivir con intensidad tanto uno como el otro. Sin embargo el histórico centralismo mexicano hace sus estragos en este sentido también. Quienes cuestionan nuestro derecho a opinar apelan a nuestra falta de presencia en nuestras ciudades de origen, como si Tijuana, Mexicali, Agua Prieta, Ciudad Juárez o Reynosa, no fueran México también. Para la mayoría que vive ensimismada en el centro del país, desde donde se toman las grandes decisiones que nos afectan a todos, el norte de México y el México que se extiende más allá de la frontera parecen ser una variable que no altera ningún resultado.
  4. Me encontraba hace dos semanas en una reunión familiar en la Ciudad de México, cuando una de mis tías me preguntó: "A ver, tú que estás más enterada, ¿puedes decirme por qué les los extranjeros tienen derecho a votar?". Pedí que precisara si su pregunta se refería al voto de los mexicanos en el exterior. "Bueno, sí, eso", me dijo. "Si ya no viven en México, ¿por qué pueden opinar sobre lo que pasa aquí?".Empecé respondiendo lo obvio: la ley mexicana, como en la mayoría de los países democráticos, reconoce el derecho de todos sus ciudadanos a elegir a sus gobernantes sin importar el lugar en el que dichos ciudadanos se encuentren. Es un derecho constitucional por cuyo reconocimiento las comunidades migrantes lucharon durante varias décadas. "Pues sí, pero ¿por qué?", me insistió. Le di el dato de las remesas como segunda fuente de ingresos. Le dije que en zonas como la mixteca oaxaqueña, el campo está muerto, no existe la industria, escasamente existe el comercio y las expectativas para sus habitantes son nulas. Que en estos sitios, el sustento y la paz social llegan cada quince días a la sucursal de Western Union en forma de dólares. Y que en México y en cualquier lugar del mundo, quien genera la riqueza tiene derecho a opinar y a elegir quién va a administrarla. "Bueno, ahora que lo explicas así, creo que tiene sentido", me respondió.
  5. Ante los malos tiempos que se ciernen sobre mi país, es común escuchar la siguiente frase: "Bueno, a ti qué te afecta, tú ya estás afuera". Debo confesar que por un momento lo pensé. Un par de días después de la elección caminaba por la Avenida Juárez, en el centro de la Ciudad de México; acababa de caer un aguacero y la ciudad estaba recién lavadita. Una marcha de los jóvenes del grupo #YoSoy132 recién había pasado por ahí y aún se escuchaban los gritos de rabia y las acusaciones de venta de voto, mezclados con los rostros de la gente que tal vez sólo volvía del trabajo, pero que igual eran pura desolación. Por un segundo pensé que esa podría ser la opción: dejar todo eso atrás, romper con el México que traemos cargando, sacudirme ese peso y andar ligera en el país que me acogió. Mientras pensaba esto, a cada paso que daba iba tropezando con pedazos de mi corazón: las calles que recorrí siendo niña de la mano de mi madre rumbo a su trabajo en Gante 20; la escalinata de Bellas Artes en la que me sentaba a conversar con un novio; el jardín de la Alameda, a donde solía llevar a mi hijo a jugar y en donde ahora, ya adulto, él mismo se sienta con su novia a conversar. Con eso, por más que se quiera, uno nunca rompe.El derecho legal a la participación democrática de los mexicanos es algo ya reconocido, pero la sociedad de ese país aún tiene una deuda reconociéndonos el derecho moral a decidir sobre su destino que es el nuestro. Esto no es algo que dependa de la ubicación geográfica o de las calles que caminas. La ciudadanía se ejerce a través de la información, de la incidencia económica, de la organización, de la solidaridad con los seres queridos aún cuando una de las partes se encuentre en otro territorio. La ciudadanía no te la da un papel, te la da la pertenencia, y es ahí cuando la frase "yo soy de México" adquiere su verdadera magnitud.

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