Caravana por la Paz: El poder de uno

Quien ha vivido la desaparición de un ser querido se vuelve invencible. El miedo se esfuma con él, porque peor que el temor es la incertidumbre. Quien no lo crea, tendría que preguntárselo a Isaías, el nieto de diez años de esta mujer. El niño sabe que su abuela está buscando a su papá y asegura que puede ayudar a encontrarlo.
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maria

"Cada vez que salgo con una caravana, la prensa me hace la misma pregunta: ¿Cuántos viajan con usted? Y yo les digo: con uno que fuera, ése es importante". Es lunes por la tarde y el calor en Los Ángeles empieza a bajar un poco mientras Enrique Morones, presidente de la organización Ángeles de la Frontera, habla sobre los visitantes, un grupo conformado por familiares de muertos y desaparecidos en México durante los últimos seis años. "Una sola persona es importante porque nunca sabes si ese que llega es el que puede hacer un cambio en una política pública, o el que diga 'yo vi a esta persona que está desaparecida'", dice el activista, quien ha realizado por su cuenta cinco caravanas por Estados Unidos en apoyo a una reforma migratoria. "Nunca sabes de qué tamaño es el poder de uno sólo".

Durante la mañana la temperatura rebasó los 95°F y el sol del sur de California caía a plomo sobre la Placita Olvera, en el centro de Los Ángeles. Aún así, las cámaras, los reporteros, los fotógrafos, las antenas de televisión, esperaban pacientes en la calle por una sola persona: Javier Sicilia, el poeta mexicano que, tras la muerte de su hijo en marzo de 2011, decidió cambiar los poemas por los caminos e inició un peregrinar primero por México y ahora por 26 ciudades de Estados Unidos.

En esta marcha se han ido sumando madres, padres, hermanos de personas asesinadas, torturadas, secuestradas, desaparecidas y mutiladas que claman por justicia para las víctimas, por castigo para los victimarios, por la búsqueda de los desaparecidos y el cese al tráfico de armas desde Estados Unidos hacia México. Bajo el nombre de "Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad", dos autobuses cargados de historias conmovedoras, de esas que hacen un nudo en la garganta y erizan la piel, cruzaron la frontera por Tijuana, pasaron por San Diego, y en su segunda escala arribaron a la ciudad de las estrellas. Ahí, un grupo de actores y directores de cine mexicanos se unió al mensaje, así como activistas, dirigentes de organizaciones, artistas, artesanos y algún curioso. Y todo empezó con uno sólo.

Javier Sicilia lo sabe, pero prefiere evitar el reflector. "Se menciona mucho mi nombre, pero no soy yo, somos todos", afirma. Y sí, cada uno es una historia. La de Guillermo Navarro, asesinado en junio de 2010. La de José Luis Arana, desaparecido un año después. La de Alejandro Moreno, a quien parece que se lo tragó la tierra mientras viajaba por Tamaulipas. La de Coral, la de Guadalupe, la de Amílcar, la de Luis Ángel...

Todas ellas también las cuenta uno sólo. La madre que carga con la foto para todos lados. La hermana que porta una camiseta con la foto de su desaparecido, y que con letras le dice cuánto lo quiere. El padre que lleva un cartel gritando que está hasta la madre; le asesinaron al hijo y clama justicia. Incluso el activista estadounidense que, a nombre de su pueblo, pide perdón a los mexicanos por lo que le toca de responsabilidad. La fuerza de la palabra de uno sólo es suficiente para sentir que las cosas pueden cambiar, que cada uno no está sólo.

La madre de Andrés Ascensión González también lleva su propia historia. Lo último que supo de su hijo fue que había atravesado un retén militar; después, nada. Sola, a sus 55 años de edad, María ha recorrido todas las oficinas de gobierno de su país, desde las municipales en Reynosa y Monterrey para dejar muestras de su ADN por si uno de los muertos resulta ser el suyo, hasta la Procuraduría General de la República, la instancia federal a cargo de la seguridad y la persecución del delito, en donde hay buena disposición para atenderla, pero siempre le dicen lo mismo. En este viaje comparte autobús con otras madres de desaparecidos y algunas que recibieron los cuerpos sin vida de sus hijos. Con un poco de vergüenza por lo que va a decir, contiene el llanto y suelta: "Los que ya no están, uno vive con el dolor y es terrible; pero ¿los desaparecidos dónde están, qué fue de ellos? ¿Se los tragó la tierra?".

Quien ha vivido la desaparición de un ser querido se vuelve invencible. El miedo se esfuma con él, porque peor que el temor es la incertidumbre. Quien no lo crea, tendría que preguntárselo a Isaías, el nieto de diez años de esta mujer. El niño sabe que su abuela está buscando a su papá y asegura que puede ayudar a encontrarlo. "¿Y si fuera contigo? Yo te ayudo a tocar las puertas, yo les pregunto a todos. Yo voy contigo, no tengo miedo. Tú te esperas en la camioneta, tú no te tienes que bajar, yo me bajo y toco en las puertas. Yo voy contigo". María, que ha contenido el llanto hasta ahora, se quiebra y no puede más.

Con este viaje, asegura, tiene la esperanza de que alguien, aunque sea uno sólo, la voltee a ver. Andrés desapareció en México, pero era ciudadano estadounidense. Aún así, las autoridades de Estados Unidos le han dicho que ellos nada pueden hacer: se lo tragó la tierra en México y en Laredo, que es donde trabajaba, un detective le dijo bien clarito: si su hijo se perdió allá, que allá lo busquen.

Eso fue en marzo de 2011, el mismo mes en el que a Sicilia le asesinaron al suyo. El dolor de uno se unió con el del otro, y con el de otros más, y ahora recorren caminos juntos con una sola esperanza. "¿Sabe por qué lo hago?", pregunta María, los ojos secos, sin luz. "Porque entre toda la gente que nos sigue, que ve las noticias, que se acerca, tal vez alguno va a reconocer la foto, uno sólo va a llegar a decirme: 'yo vi a su hijo un día'. Por eso sigo aquí".

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