Ver lo que veo: Mujer joven que no debe morir

Me levanto alarmado al sonido del. Tres de la madrugada. Código azul. Mientras me pongo los suecos y espanto al sueño malhumorado que crónicamente habita en mí, me pregunto si puedo continuar viendo lo que veo. Salgo corriendo en busca de la mala noticia y cruzo pasillos cubiertos de sueños en veremos. A lo lejos veo al escuadrón de la muerte entrando y saliendo frenéticamente del cuarto de la víctima. Finalmente, jadeando, llego y veo lo que vi.
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medical doctor with lab coat...
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mujer que no debió morir
Me levanto alarmado al sonido del pager. Tres de la madrugada. Código azul. Mientras me pongo los suecos y espanto al sueño malhumorado que crónicamente habita en mí, me pregunto si puedo continuar viendo lo que veo. Salgo corriendo en busca de la mala noticia y cruzo pasillos cubiertos de sueños en veremos. A lo lejos veo al escuadrón de la muerte entrando y saliendo frenéticamente del cuarto de la víctima. Finalmente, jadeando, llego y veo lo que vi.

Mujer de cuarenta años con historial de cáncer de seno y metástasis a pulmón en paro cardio-respiratorio. Acerco dos dedos para palpar su pulso carotideo pero sólo siento el mío. Trinco los dientes maldiciendo a la muerte y a las circunstancias que me han puesto de frente a la desgracia, a las tres de la madrugada, cuando soñaba con nada. El daño está hecho. Que comience la función.

Tubo respiratorio conectado al ventilador, compresiones rítmicas en el pecho, epinefrina, atropina, órdenes que viajan en gritos, conversaciones al margen de fin de semana... mujer joven que no debe morir. Comienzo a jugar a la ruleta rusa con lo intangible, sólo que el revólver siempre apunta a la mujer.

La maquinaria en movimiento intenta recobrar un latido cardiaco, un respiro voluntario. ¿Y a que me enfrento? A la muerte, al cansancio, a la incertidumbre del momento, a las estadísticas desfavorables y a un cosmos que últimamente favorece la existencia de un desequilibrio entre la vida y la muerte.

¿Me rindo? No. Más compresiones, epinefrina, atropina, gritos que aumentan en decibeles y ansias por salvar una vida, la cual a mi entender, no está lista para partir.

Una hora duró la lucha; tal vez cargada de futilidad.

En silencio me retiro; derrotado y no rendido. Preocupado por los niños, ahora huérfanos de madre. Deseoso de que su madre se encuentre muerta para que no tenga que tolerar lo intolerable. Y camino para liberar mi carga y así lograr un exorcismo emocional.

Guiado por un reflejo hipocampal entro en un ascensor. Oprimo el número tres. Se abre el ascensor y llego a una puerta doble que tiene un letrero que dice "Sala de parto". Entro y alcanzo a ver múltiples mujeres embarazadas agonizando de vida. Me siento en una silla localizada justo al lado de la primera sala y permanezco en una meditación controlada.

Una mujer grita más fuerte que las otras y una corriente de agua enchumba el piso. Dos doctoras aparecen en la sala de observación y avanzan de prisa en dirección a mi redentora. La camilla en movimiento se mueve rápidamente hacia mí y entra en la sala de parto número uno. Me pongo de pie, solicito permiso para entrar y me estaciono en una esquina del cuarto donde no molesto. Respiro hondo. Estoy cansado. No dormiré hasta que vea al niño nacer.

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