Los médicos como mensajeros de Dios

Uno de mis pacientes que tiene 93 años de edad siempre me dice "los médicos son mensajeros de Dios; sólo hay que escoger un buen mensajero". Siempre me hace reír... por más repetitivo que sea. La verdad nunca había reflexionado sobre esta frase hasta que hace varias semanas me tocó, inesperadamente, ser mensajero. Y de qué forma...
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closeup of a doctor holding a...
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medicos mensajeros de dios
Uno de mis pacientes que tiene 93 años de edad siempre me dice "los médicos son mensajeros de Dios; sólo hay que escoger un buen mensajero". Siempre me hace reír... por más repetitivo que sea. La verdad nunca había reflexionado sobre esta frase hasta que hace varias semanas me tocó, inesperadamente, ser mensajero. Y de qué forma...

Era lunes a eso de las 2:30 de la tarde. Me encontraba viendo uno de mis pacientes en una unidad de rehabilitación. Era una visita súper rutinaria y andaba un poco de prisa pues tenía que ir a Telemundo para presentarme en "Al Rojo Vivo". Mientras estoy escribiendo la nota de progreso de mi paciente en el área en donde usualmente se encuentran las enfermeras, una mujer, rubia y de unos 50 años, vestida de blanco y muy elegante, aparece abruptamente en la escena. Una mirada, un microsegundo, me bastó para saber que algo extremadamente malo le estaba sucediendo. Sentí un rush de adrenalina como millones de hormigas corriendo por mi piel. Salté de la silla y me movía rápido en dirección a la mujer. Mientras más me acercaba a ella menos podía creer lo que estaba sucediendo.

Nunca se me van a olvidar sus ojos. Eran verdes, grandes, aterrorizados pero a la misma vez alegres de verme. El sonido de su respiración forzada me acordó el silbido amenazante de un huracán... ese pitillo insoportable que nos pone los nervios de punta. Y sus manos... se agarraba la garganta tan fuerte que se le marcaban muchísimo las venas. Se estaba ahogando.

Me posicioné rápidamente a sus espaldas para realizarle una maniobra de Heimlich y poder liberar la obstrucción. Esto no es algo que los doctores tienen que realizar frecuentemente en los hospitales a pesar de lo que ven ustedes en los programas de medicina en televisión. De hecho, para mí, era la primera vez que lo tenía que realizar en una situación real. Agarré a la señora en una especie de abrazo de oso con mis manos juntas y dedos entrelazados posicionadas justo arriba de la boca del estómago. ¡Bum! Le doy la primera compresión hacia adentro y hacia arriba para aumentar la presión intra-tóracica y que la mujer pueda escupir lo que sea que se ha tragado. Le miro la cara para ver si funcionó y veo cómo la misma estaba cambiando de un color rojo a uno azul alarmante. En ese momento supe que en unos 30 segundos colapsaría la víctima. Le doy una orden a la enfermera que llame al equipo de rescate pensando que la mujer va a necesitar ayuda avanzada.

Por segunda vez, ¡Bum!, otra compresión. ¡Nada! Comienzo a sentir miedo, a sentirme incompetente y responsable por lo que podría ser una muerte prematura. Siento las gotas de sudor en la frente, bajándome por los pies... en todas partes. Detecto los múltiples ojos de las enfermeras que observaban la situación incrédulas y a la expectativa de un resultado positivo de mi intervención. Les juro que nunca he sentido tanta desesperación.

Cerré los ojos y en ese momento sentí cómo toda la energía de mi cuerpo, todo el amor a la humanidad y el respeto a la vida se fundieron en mis manos en una compresión más de esperanza que de seguridad. ¡Mega Bum! Y abrí los ojos casi en cámara lenta con miedo de enfrentar el resultado de lo que estaba seguro era mi última oportunidad. Mi corazón paró de latir cuando no vi nada ser expulsado de su boca. Les juro que quise llorar. Justo cuando me preparaba para lo peor, un arresto respiratorio, una enfermera grita "¡está respirando!"

Incrédulo, miré a la mujer a los ojos y su expresión había milagrosamente cambiado. Ya no veía pánico en su mirada y su cara recobraba un color rosado. Miré al piso buscando ver si había expulsado un objeto o alimento, pero nada. Estaba confundido. Evidentemente lo que fuese que le estaba obstruyendo la vía se lo había tragado en vez de haberlo expulsado como se supone suceda con la maniobra de Heimlich.

Le pregunté qué había sucedido y con una semi-sonrisa sacó un paquete de galletas de mantequilla de maíz que había comprado en la tienda del hospital cuando subía a ver a un familiar. Me abrazó fuerte y con una voz rasposa me dijo "Gracias".

Ese día recordé dos cosas. Lo que le sucedió a la mujer me recordó lo efímera que puede ser la vida, y por ende, hay que saberla vivir al máximo. Y de lo que me sucedió a mí, bueno, que humildemente me declaro un mensajero de Dios y servidor del prójimo trabajando duro para lograr ser como dice mi paciente "un buen mensajero".

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