Cambiar el apellido... Después del divorcio

"Quiero que te quites mi apellido"... Pensé que era una mala broma de mi exmarido. "No, no es broma. Quiero que te quites mi apellido. Yo quiero que si me caso otra vez, mi pareja sea la nueva señora Montaño".
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"Quiero que te quites mi apellido"... Pensé que era una mala broma de mi exmarido. "No, no es broma. Quiero que te quites mi apellido. Yo quiero que si me caso otra vez, mi pareja sea la nueva señora Montaño".

El día en que nos divorciamos, él, la jueza y yo estuvimos de acuerdo en que seguiría llevando su apellido. Lo habíamos hablado con anterioridad y pensamos que por el bien de nuestros hijos lo ideal era que mantuviera mi apellido de casada. No queríamos causarles un trauma mayor teniendo que lidiar también con la idea de que su mamá tiene un nuevo nombre. Hasta una sicóloga me recomendó no hacerlo. "Los niños no lo entenderán y sentirán que también te desprendes de ellos. Como aquí no se usa el apellido de la madre, pues será casi casi como si no fueran tuyos". Ese argumento me resultó más que convincente. Además, todos mis papeles están con ese nombre y así me reconocen en mi medio profesional.

"Mira, me lo voy a quitar cuando mi nuevo apellido sea Kennedy, Onassis, Rockefeller o mínimo mínimo Slim", le dije.

"Todo lo tomas a broma y esto es serio. Lo pensé bien, si ya no estamos casados, ¿para qué quieres seguir usando mi apellido?", me dijo.

Por un momento me dije, "pues sí, para qué lo sigo usando", pero la sola idea de tener que cambiar toda mi documentación me daba una pereza espantosa. Además, este es mi nombre de batalla como periodista y tras 20 años usándolo se ha vuelto también parte de mi personalidad y define de cierta forma quién soy en esta gran nación.

"Yo tampoco bromeo. No me lo voy a cambiar. Si te vuelves a casar tu nueva esposa será otra señora Montaño. No veo ningún problema, has de cuenta que yo soy... una pariente tuya lejana... muy lejana".

Para evitar una discusión mayor, decidimos dejar así la conversación pero lo sucedido me puso a meditar en la costumbre verdaderamente machista de ponerle a uno el apellido del marido como si se tratara de marcar vacas. En Latinoamérica, la cosa es más fuerte aún. "Linda Fernández De", "Sofía Villaurrutia De", "Jimena Martínez De"... ¿de quién? ¿del marido? ¿Para que luego te pidan que te lo quites una vez salgas de su rebaño?

Si tuviera la posibilidad de regresar el tiempo, no habría cambiado mi nombre original "Diana Robles Hernández" por el que adopté en mi nueva vida en los Estados Unidos una vez vine a vivir aquí junto al que fue mi esposo, (quien fue por cierto el que insistió en que usara su apellido).

De hecho, ni mi nombre de soltera es auténtico. Mi bisabuelo materno era un judío que al llegar a México, con todo el deseo de pasar desapercibido se cambió su apellido por uno muy común y popular en mi país.

Algunas amigas divorciadas me recomendaron no cambiar el apellido una vez quedara legalmente separada.

"¿Para que te lo vas a cambiar? Ahora, si tienes un nuevo esposo, no vuelvas a cometer semejante estupidez", me dijo una amiga italiana que es abogada. "No te vaya a pasar como a mi, que tengo más nombres que el narcotraficante más buscado, imagínate me he casado 5 veces".

Mi exmarido no insistió en el tema y su apellido me acompañará por mucho tiempo. No sé, supongo que hasta que las circunstancias, la vida, la muerte.. u otro amor.... nos separe.

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