La oí llorar y el corazón se me salió del pecho. Era tan chiquita. La ropa para un bebé recién nacido le quedaba grande y desde el primer día se negó a usar calcetines. Los pies desnudos diminutos salían de la cobija con la que la arropamos.
Ángela, mi hija mayor, nació el 6 de noviembre, hace ya una década. Una verdadera "escorpiona", llorona, de mal carácter y poco sueño. Sus preciosos ojos claros me miraban con tal intensidad que daba miedo. Me penetraban el alma y parecía que sabía de ida y vuelta mis más íntimos pensamientos.
Recuerdo que en sus primeros meses de vida me impactaba ver que se reía muy poco pese a las carantoñas que su papá y yo le hacíamos embobados. Durante mucho tiempo, se encargó de mantenernos insomnes y se aseguró que su padre la sacara de la cuna para dormirla en su pecho y así veían juntos el amanecer.
Con el paso del tiempo, mi bebita se convirtió en una niña fuerte y hermosa. Amante de los gatos, como yo, sabe pedir lo que quiere... y conseguirlo. Le encanta argumentar y debatir. No dudo en que se convierta en abogada de las causas perdidas.
Ángela me transformó. Yo, que me creía invencible de pronto me volví vulnerable. Sentía un miedo inmenso ante la posibilidad de perderla (aún lo siento) pero a la vez entendí que estaría dispuesta a todo por ella, a entregar mi vida... y a tener mi corazón latiendo entre sus manos.
Mi hija es mi orgullo, la continuación de quien soy, la certeza de que una parte de mi vive en ella, mi niña es mi todo. Larga vida a mi Angelita. Feliz cumpleaños.