Sandy puede arrastrar todo menos la solidaridad

Como periodista, creí haberlo vivido todo en cuanto a desastres naturales y convulsiones sociales. Desde terremotos, epidemias; pasando por guerras civiles, golpes de estado y atentados terroristas pero, faltaba la experiencia de un huracán y he debutado con Sandy, un nombre tierno y dulce para un fenómeno tan grande como brutal.
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Nueva York.- Como periodista, creí haberlo vivido todo en cuanto a desastres naturales y convulsiones sociales. Desde terremotos, epidemias; pasando por guerras civiles, golpes de estado y atentados terroristas pero, faltaba la experiencia de un huracán y he debutado con Sandy, un nombre tierno y dulce para un fenómeno tan grande como brutal.

Un huracán no sólo que tiene voz sino que ruge. Es un rugir interminable que alcanza diversas tonalidades, en un lenguaje que a veces es como murmullo y en otras, como un grito profundo y desgarrado.

El domingo cuando varios estados del este de Estados Unidos declaraban la emergencia por la inminente llegada del huracán, mi esposa, dos de mis tres hijas y yo, estábamos en Nueva York apertrechados y aprovisionados con lo más elemental para estos casos. Nunca vimos en familia tantas películas juntas, tampoco recuerdo haber pasado antes, tantas horas pendientes de los noticieros de televisión.

Después sólo quedó esperar. No hay mayor incertidumbre que la espera por lo desconocido, las horas parecen detenerse y no hay forma de acelerar la conspiración del tiempo aunque uno está obligado a mantener la calma en el hogar.

Esa noche mientras todos dormían, yo deambulaba en mi habitación y la de mis hijas; abría las cortinas y miraba al exterior a través de las ventanas, cómo los árboles y los cables se remecían frenéticamente.

Sandy empezó a arribar el domingo con ráfagas esporádicas y con densos nubarrones negros que se deslizaban aceleradamente por el cielo; el lunes eran pasadas las siete de la mañana y había completa oscuridad, los vientos sostenidos producían un silbido seco en medio de la lluvia torrencial.
Cuando me cansé de miras tras las ventanas, decidí que debía sentir de primera mano el ciclón. Anduve unas dos millas y fue más que suficiente para confirmar lo minúsculos que somos ante el poder de la naturaleza. Sandy a esa hora apenas empezaba y ya mostraba su fuerza descomunal: árboles y postes de alumbrado derrumbados, inundaciones por doquier y olas gigantescas en una bahía que usualmente llama la atención por la tranquilidad de sus aguas. Capté fotos, videos y regresé a casa perturbado a prisa.

Al rato recibí una llamada de Pedro Rojas, un entrañable amigo y colega quien desde Los Ángeles quiso saber de mi suerte y cuando le conté que había salido dijo: "Si quieres a tu familia, nunca lo vuelvas a hacer. Nadie está seguro en medio de un huracán".

Y así ha continuado su paso el huracán hasta el mismo martes. Sandy no ha dejado de bramar toda la noche sobre un Nueva York en tinieblas; una ciudad fantasma, inundada, sin transporte público, con el sistema económico paralizado y donde el ulular de los carros de bomberos y las ambulancias no cesan de atender incendios y emergencias.

Nunca Nueva York ha tenido un desastre de esta magnitud en la historia reciente. El año pasado, Irene fue el único huracán importante que azotó el área triestatal en el último cuarto de siglo, causando cuantiosas pérdidas por 10.000 millones de dólares, 2.500 de los cuales sólo en el Nueva York.

Se anticipa que los daños producidos por el huracán Sandy podrían superar el costo de 20.000 millones de dólares, lo que lo ubica como uno de los desastres naturales más costosos de la historia.

Las cifras de muertes al momento llegan a los 16. Unos 7 millones de hogares sin energía eléctrica, sólo en Nueva York hay más de dos millones de familias sin electricidad y medio millón de evacuados, pero los efectos de Sandy alcanzan a otros 23 estados de la nación con una población combinada de 60 millones de personas.

El huracán Sandy está dejando su nefasta huella en una época en la que no terminamos de salir de la más aguda recesión que haya tenido el país después de la Gran Depresión. Adicionalmente el país encarará en una semana una crucial elección presidencial todo lo cual nos debe convocar a la reflexión: un huracán puede arrastrar todo a su paso, menos la unidad y la solidaridad.

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