El lado oscuro de los Juegos Olímpicos

El olimpismo contemporáneo tiene dos caras. Como el Dorian Gray del escritor Oscar Wilde. Una visible. Deslumbrante y épica. Promocionada hasta el hastío ante la cercanía de la cita de Londres (27 de julio al 12 de agosto); mientras otra, ajada y aborrecible, permanece en la sombra.
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El olimpismo contemporáneo tiene dos caras. Como el Dorian Gray del escritor Oscar Wilde. Una visible. Deslumbrante y épica. Promocionada hasta el hastío ante la cercanía de la cita de Londres (27 de julio al 12 de agosto); mientras otra, ajada y aborrecible, permanece en la sombra.

Muchos voltean la mirada. Pero en épocas de recuentos es imposible obviar los momentos sombríos en que la magna competición, contrario a sus valores fundacionales, fue tomada como rehén por diferentes estados y grupos para tratar de imponer posiciones políticas; justificables o no.

Quizás la primera cicatriz apareció en Amberes, 1920, cuando aún latentes los horrores y rencores de la I Guerra Mundial, que provocó la suspensión del certamen de Berlín (1916), los anfitriones negaron la entrada a Alemania y Austria, naciones que fueron sus enemigas en la beligerancia. Entonces la URSS tampoco recibió invitación.

Años después, tras la asunción de Adolf Hitler al poder en Alemania, se gestaron campañas internacionales para evitar celebrar la lid (Berlín 1936) bajo el amparo nazi. Al final la mayoría de aquellas naciones participaron, aunque hicieron la onerosa concesión de excluir a los judíos de sus respectivas delegaciones.

A Hitler le importaba un bledo el deporte moderno. Lo asociaba con la imagen de franceses, belgas, polacos y judíos, todas "razas inferiores", de ahí que mostraba poco interés en cumplir el compromiso asumido por el gobierno anterior con el COI. Pero Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi, le recomendó que no renunciara, pues los Juegos serían la vitrina ideal para mostrar al mundo la "superioridad" aria.

Tras el estallido de la II Guerra Mundial (1939-1945), las ediciones correspondientes a Tokio (1940) y Londres (1944) fueron suspendidas. Tres años después del conflicto, la capital británica hospedó el evento, y como sucediera en Amberes, los perdedores (Alemania y Japón) quedaron "olímpicamente" excluidos.

El debut de los juegos fuera de Europa o Estados Unidos fue en Melbourne (1956) y también estuvo empañado por confrontaciones. Egipto, Líbano e Irak se apartaron del certamen en protesta por la participación de británicos y franceses en la Crisis de Suez; China lo hizo por la presencia de Taiwán en la justa, mientras otras seis naciones se ausentaron debido a la invasión de la URSS (4 de noviembre de 1956) a Hungría, aunque estas dos últimas sí participaron.

Los juegos en Ciudad de México (1968) tampoco pudieron evitar titulares desligados del deporte. Dos corredores estadounidenses, Tommie Smith y John Carlos, alcanzaron en los 200 metros planos medallas de oro y bronce, respectivamente. Ambos velocistas subieron al podio y mientras se escuchaba el himno de su país levantaron el puño, enfundado en un guante tan oscuro como su piel, en señal de protesta contra la discriminación imperante en Estados Unidos y el asesinato del reverendo Martin Luther King, seis meses antes (4 de abril de 1968).

En Munich (1972) aconteció el hecho más triste del olimpismo contemporáneo. Ocho palestinos de la organización Septiembre negro entraron por la fuerza a las dependencias israelíes en la Villa Olímpica. Después de matar a dos deportistas, tomaron a nueve como rehenes. Aquel incidente dejó 15 personas muertas, entre ellos todos los secuestrados.

Los países africanos decidieron boicotear los juegos de Montreal (1976) para mostrar su desacuerdo con la participación de Nueva Zelanda. ¿La causa? El equipo de rugby neozelandés realizó una gira por la Sudáfrica del apartheid, nación que estaba excluida del COI por ese motivo. El organismo rector del deporte rechazó las presiones para excluir a la delegación oceánica y esa actitud provocó el retiro de 24 naciones africanas.

En pleno apogeo de la Guerra Fría, más de 60 países encabezados por Estados Unidos, decidieron ausentarse de Moscú (1980) y utilizaron como argumento la invasión soviética a Afganistán, realizada en diciembre de 1979. En Los Ángeles (1984), la URSS junto a los países del campo socialista, con la excepción de Yugoslavia y Rumania, devolvieron la moneda a norteamericanos y sus aliados.

En Seúl (1988) la negativa de Corea del Sur al pedido de Corea del Norte de coorganizar los Juegos provocó la ausencia de estos y el boicot de Cuba, Nicaragua y Etiopía. Los Juegos del Centenario -Atlanta 1996- fueron ensombrecidos por un atentado terrorista (27 de julio). Una bomba situada en los exteriores del Estadio Olímpico estalló y causó la muerte de 2 personas y centenares de heridos.

En Beijing (2008) hubo amagos de boicots por el conflicto entre el gobierno chino y la Región Autónoma del Tíbet. Finalmente la cita se efectuó con total normalidad.

Por fortuna en Londres parece que ese lado oscuro de los Juegos Olímpicos permanecerá en el anonimato, tan resguardado como el retrato que Dorian temía enfrentar. Ojalá así sea. Porque al final, los perjudicados siempre son los mismos: los atletas.

JJOO: Momentos lamentables

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