Más que seguir una religión, ten una relación con Dios

Hoy que es Nochebuena -y mañana Navidad- voy a lanzarme a hablar de lo que realmente transformó mi vida y de antemano te aclaro que NO se trata de todos los estudios, cursos, talleres, seminarios, charlas y certificaciones que he obtenido...
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Hoy que es Nochebuena -y mañana Navidad- voy a lanzarme a hablar de lo que realmente transformó mi vida y de antemano te aclaro que NO se trata de todos los estudios, cursos, talleres, seminarios, charlas y certificaciones que he obtenido relacionados con el crecimiento personal y profesional, espiritual o de liderazgo, ni de los libros que he devorado en los últimos años --cosa que yo apenas si hojeaba la revista HOLA!-- o cantidad de ejercicios que he aprendido para apoyar a los demás a lograr sus deseos. Aunque claro está, que todo suma.

El cambio trascendental se debe a mi relación con Dios. Sí, una relación, no una religión.

Y es posible que al haber mencionado ese nombre tan enigmático, muchos se sientan ofendidos, les provoque juzgar, quieran mentarme la madre y muchas cosas más. Porque hablar de Dios, del Creador y Ser Supremo de todo, para algunos es como mencionarles al diablo: salen espantados, se ofenden y no tienen o pierden tolerancia y el respeto. Así que si estás entre esos, te deseo Feliz Navidad y todas las bendiciones del mundo y mejor me acompañas en mis otras columnas. A quienes decidan continuar la lectura, les compartiré el verdadero sentido de mi vida, no de la Navidad, sino de mi transformación de un ser totalmente inseguro, acomplejado, con autoestima miles de metros bajo la tierra, deprimido, atribulado, sin paz, miedoso, y muchos otros de esos "atributos" negativos; a convertirme una persona con una vida plena y que no solo la experimenta y la comparte, sino que además la pregona ¡para que otros se empapen y lo logren!

Mi segundo nombre significa "Dios con nosotros". Quizás por ello y porque lo llevo tatuado en mis costillas, a diario y muchas veces al día me recuerdo de dónde vengo y que existo gracias a un ser superior e inexplicable, que me sorprende y regala cada día el milagro de poder abrir los ojos y sentir mi corazón pulsar, lo cual es suficiente razón para motivarme a avanzar y poner todo de mi parte con el objetivo de encontrar y realizar el propósito de mi estancia en la Tierra.

Honestamente, no necesito esperar a un día como hoy, un 24 de diciembre para recordar el nacimiento del hijo de Dios en la Tierra. Menos soy de los que espera a que suceda algo grave para acordarme de Dios. Tampoco soy de los que le pido o le busco sólo cuando me conviene. Y sobre todo, tengo claro que NO necesito de una religión. Lo que si trato de afianzar a diario es mi relación con Dios. --Tampoco soy un santo, muchas veces la he cagado queriendo o sin querer y hay días que algunas situaciones me ganan y me desenchufo de Dios, pero, como me doy cuenta, no disfruto como antes andar sin consciencia y es cuando asumo, recuerdo, pongo en práctica que debo tomar todo lo que la vida me pone por delante y que pase lo que pase, todo siempre tiene un para qué.

Este año, inesperadamente, he dado un gran paso: me di cuenta que no basta con creer en Dios, que hay que conocerlo. A mí me ha funcionado. Empecé a confiar y a decirle: "a ver cómo le haces pero esto no es problema mío, tú lo resuelves", "necesito tal cosa, tú verás de dónde la sacas y me la pones en el camino", "yo no me preocupo más por si tengo dinero o no, tú eres mi Padre y proveerás".... Prácticamente lo empecé a retar y Él a callarme la boca sorprendiéndome. Algunos pueden decir que por alguna carencia tengo la necesidad de creer y vivir de la mano de "alguien" a quien no veo y no sé si existe. Puede que sí. Pero a esas personas les comparto que mi vida, desde que así lo hago, cambió radicalmente y que la plenitud que he experimentado estos meses no sabía que existía.

Hace algunos años y por mucho tiempo, era frustrante para mí, ver cómo desde a través del coaching y otras técnicas, las personas que han confiado en mí, lograban lo que deseaban y yo no.

Me marcó un testimonio de un chico en un curso que estaba tomando, quien confesó que había estado en la cárcel 5 años, que había sido adicto a drogas y su vida era un infierno, y que a pesar de haber estado en las mejores clínicas de rehabilitación varias veces, de recibir múltiples terapias y similares, lo único que le rehabilitó, fue Dios. Ese día entendí que para todo hay que caminar con Dios, no teniéndole miedo, sino escuchándolo, tratando de comprender su plan y su tiempo. Porque a mí, principalmente me frustraba que las cosas no salieran cuándo y cómo yo decía. Bastante iluso que fui.

Pero no estaba o estuve solo en eso. Cantidad de personas en sesión de coaching me dicen que las cosas no salen como las planean, "se supone que para esta época yo debería tener o haber logrado", "es que Dios tarda pero no olvida". Me hace mucha gracia. Dios no tarda, uno es quien cree y asume que las cosas debieron haber pasado en tal momento, pero nadie le dice a uno que si las cosas o situaciones que deseamos llegan 5 años después de que nosotros decidimos era el momento correcto, es porque Dios tardó. Nadie tiene el control de nada. Solo Dios.

También me ha quedado claro que muchas personas a través de las técnicas que he aprendido y de miles más que existen, logran sus objetivos materiales y personales y a pesar de eso, siguen vacíos, tienen todo lo que deseaban pero no tienen paz, plenitud, confianza consigo mismos. Y es que podemos lograr nuestras metas, pero si no es lo que Dios desea para nosotros, lo que logramos no permanece o bien, sentimos que algo nos falta, porque hay que escarbarle, hay que buscar qué realmente nos marcó en la vida, superarlo, sanarlo, perdonar, soltar, para poder avanzar y recibir todos esos deseos del corazón con la paz que a muchos que tienen "todo", les falta.

La Navidad es una época interesante. Se respira más el amor, nuestra esencia. Lo bueno hace su debut y logra el protagonismo. La armonía es la música con la que nos novemos, florece en las personas el afecto, la comprensión, el compartir, la tolerancia. En tiempo de Navidad, podemos reflexionar y conversar en torno a hechos inmensamente más profundos y relevantes. Las familias se unen y por unos días, horas o semanas, la mayoría de rencores, resentimientos y odio quedan atrás. Todo es paz y armonía. Sin embargo, ¿no se supone que debería ser así siempre y no que solo sea una época cuando sacamos lo mejor de nosotros? Si nos ponemos a analizar, todo lo que hacemos en Navidad, es como debemos actuar siempre, al reconocernos hijos de Dios, de esa esencia de amor de la cual venimos.

Conste, no hablo desde ningún afán religioso, ni te digo que tienes que irte a meter a misa o vivir en una iglesia, tampoco te digo que debes pasarte con la pandereta en un culto cristiano, eso no, que Dios está en todos lados y a toda hora. Al tener una relación con Él empiezas a disfrutar de lo que creías no existía, porque Dios que se deleita haciendo posible lo imposible, verás como muchas personas te dicen que no pero Él nos dice que sí y hasta más, te das cuenta de cómo Él es capaz de tornar lo que nosotros vemos como una catástrofe en una gran lección de vida y convertir una prueba en testimonio, un juicio en triunfo y pasar de ser víctimas a tener victoria.

En fin, la idea es que analices que hay algo inexplicablemente grande que te tiene con vida y que por algo ha de ser. Que va más allá de cómo te ves físicamente o de tus bienes materiales y logros profesionales así como tu posición económica. Detente unos instantes, pon tu mano en tu corazón, siente los latidos y maravíllate de ese milagro.

¡Feliz Navidad!

Y recuerda: a sonreír, agradecer y abrazar la vida.

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