Cuéntale a Dios cómo te sientes

Por años protagonicé con maestría el papel de arrogante y de pronto hasta de villano. En medio de "mil errores atrás" cómo dice la canción de mi querida Yuri, de grandes vacíos emocionales, carencias sentimentales hacia el amor propio, mejor llamado falta de autoestima, fui especialista en atropellar a la gente, pues cargaba tanta basura interna que la descargaba en quien primero se pusiera en mi camino. Era tan inseguro que asumía que pegando cuatro gritos y humillando a los demás -háblese de familia, amigos, compañeros de trabajo o de universidad-, me daba mi lugar. Realmente era insoportable.
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habla dios

Por años protagonicé con maestría el papel de arrogante y de pronto hasta de villano. En medio de "mil errores atrás" cómo dice la canción de mi querida Yuri, de grandes vacíos emocionales, carencias sentimentales hacia el amor propio, mejor llamado falta de autoestima, fui especialista en atropellar a la gente, pues cargaba tanta basura interna que la descargaba en quien primero se pusiera en mi camino.

Era tan inseguro que asumía que pegando cuatro gritos y humillando a los demás -háblese de familia, amigos, compañeros de trabajo o de universidad-, me daba mi lugar. Realmente era insoportable. Tanto, que cuando trabajé en un noticiero en mi país había un chico que era practicante y el día que terminó su pasantía estas fueron las palabras con las que me "agradeció": "a Dios le pido que nunca en la vida le vuelva a poner en mi camino, espero NUNCA volver a tener que trabajar con usted ya que es un infierno, hay personas insoportables y usted". (Y bien dicen que nunca digas nunca porque él ahora es uno de mis socios. ¿Qué tal? -Pero ese, es enano de otro cuento, es decir tema de otra columna-).

Gran parte de mi vida fui demasiado estructurado y exigente. Sí, todavía más de lo que actualmente soy -afirmarían quienes me conocen-. Sin embargo, cuando empecé a transitar el camino del crecimiento y desarrollo personal y espiritual, la sola idea de hacer un berrinche o despotricar contra la vida misma o de andar atropellando a las personas con groserías y una actitud no correcta e impulsada por cantidad de carencias, vacíos, complejos e inseguridades, quedó fuera de cualquier consideración -según yo-, pues había asimilado que en la vida todo se agradece, que todo pasa para algo, así como que siempre hay un lado amable, que nada se soluciona enfocándonos en la queja.

Renegar no fue la opción, por varios años, pero nada es siempre y llegó el día en el que me percaté de que no estaba postulado para ser el sucesor de la Madre Teresa ni que tampoco era el Dalai Lama. Afronté un aterrizaje forzoso que me llevó directo a salirme de la burbuja zen en la que vivía a comprender que por más proceso espiritual sigo siendo tan humano como todos. Me di cuenta porque me caí, que digo me caí, me hundí. Tuve que enfrentar una situación en medio de la cual no encontré cómo aplicar toda la teoría tan bien aprendida por años para mantener el equilibrio. No encontré, en ese momento, fuerzas para ponerlo en práctica.

Desde que tomé conciencia de que mi vida tiene un propósito que va más allá de lo que yo diga, haga o quiera, le dije a Dios: "que se haga tu voluntad, yo acepto lo que venga y es como tú digas". Pero eso, confieso, por muchos años fue de mis labios para afuera, no brotaba desde el corazón, porque en el momento que las cosas no resultaban como yo creía que iban a salir y tras seis años de espera, el Niágara se me vino encima y me ahogué en tremenda furia contra Dios, él fue quien pagó los platos rotos. Sí, me abalancé contra el mismo que reside en mi corazón, que me pulsa y me impulsa. Mi paciencia de años atrás se había agotado.

Resentimiento, furia, tristeza, desolación, depresión, angustia, decepción y demás situaciones se hicieron presentes en mi vida cual visita inesperada -y nada grata por cierto-. Me di cuenta que como bien dicen, se vale caer. Tanto era mi malestar que hasta llegué a decirle a Dios: "soy un auto sin combustible y la verdad no sé si quiero gasolina ni si quiero volver a echar a andar. Mejor dejemos este viaje hasta acá".

Fue muy raro tener esos pensamientos (que habían sido la constante en la época de mis 20 años gracias al estado depresivo en el que vivía eternamente) pues a través de mi proceso he aprendido a honrar la vida y sobretodo porque se supone que en terapias, cursos, talleres y certificaciones he trabajado ya no ser una persona llena de complejos, inseguridad, sentimiento de inferioridad, ególatra y demás que una vez fui. Pero sucedió y me tocó como dicen de donde vengo: "bailar con la más fea".

Le di el protagonismo a la desesperanza. Y no porque no se diera lo que yo quería, sino porque no entendía qué era lo que Dios, la vida, el universo, la fuerza, la energía -como quieras llamarle a lo superior que existe- quería de mí en ese momento y tras tantos años de espera, de confiar, de tener paz y tratar de fluir. ¿Por qué no me daba las señales? Sentía una lluvia de meteoritos contra mí, uno tras otro y con tremenda puntería pues yo no lograba esquivar uno solo.

Simplemente le dije a Dios sus cuatro cosas (bueno más que cuatro para ser exactos) y Él en vez de ignorarme me habló, como siempre lo hace. Precisamente en ese momento estaba re-leyendo "Una Vida con Propósito", de Rick Warren y justo ese día me tocaba el capítulo 12 en el cual se comenta sobre cómo desarrollar la amistad con Dios y menciona: "Si quieres ser amigo de Dios, debes ser sincero con él, comunicarle lo que de verdad sientes, no lo que piensas que deberías sentir o decir. Es posible que necesites confesar una rabia oculta o algún resentimiento contra Dios en ciertas partes de tu vida donde sientes que no te trató con justicia o te decepcionó".

Más claro el mensaje ni el agua. Ese mismo día, le escribí a mi amigo Marcos Witt (pastor, cantante y escritor). Le dije: "hoy he hecho tremendo berrinche a tu jefe de allá arriba. Que se decida porque NO lo comprendo".

La respuesta de Marcos Witt fue:

"Lo más hermoso de todo lo que escribiste es que estás hablando con Él. Eso es lo más importante. Dios entiende que tú no entiendes. Pero aún sin entenderlo sigue hablando con Él. Aún si son reclamos, no dejes de hablar con Él cada día. Recuerda que aún las mejores relaciones tienen sus discusiones apasionadas. Igual tu relación con Dios".

No quiero con esto justificarme ni decir que la idea es que la vida se convierta en constantes reclamos, peleas, berrinches y agarrones con Dios. Pero lo que sí es que entendí que es válido también enfadarse con Él. Como bien dijo Regina Brett en su libro Dios Nunca Parpadea: "puedes enojarte con Dios, Él lo resiste".

Hablarle a Dios, según me dijo Marcos, nos asegura seguir teniendo su respaldo a pesar de nuestro malestar. "Él no se molesta con nuestras molestias. Pero le duele cuando buscamos soluciones fuera de Él. Por eso, dile de todo, pero díselo en su cara, de frente. Él conoce tu malestar. No lo sorprende. Pero como en todo, díselo en su cara, no a sus espaldas".

Mi amigo Israel, uno de esos ángeles que la vida me ha dado en México, me decía: "siéntelo, saca todo eso que llevas bueno, es que eres tan estructurado que ni eso te permites y no es bueno que lo lleves dentro, déjalo salir, te vas a desahogar, así sea en contra de Dios, Él te escuchará". Insisto, más claro ni el agua. Una vez más la vida misma, Dios, se encargó de hablarme por varias vías, como lo hace siempre. Y lo sigue haciendo sin rencores tras la paliza verbal que yo le dí.

Luego, hablando con mi querida Yuri -la cantante--, a quien Dios hizo que me encontrara en una actividad en esos días intensos, ella me daba las palabras clave, me motivó a confiar, a tener paz, a soltar y no atribularme y sobretodo una vez más el mensaje fue: "habla con ÉL, pero no en una discoteca, en un avión o en el trabajo, sino todos los días debes dedicarle un espacio y pedirle que te hable, que te guíe, en una conversación entre ambos donde todo lo necesario sea puesto en la mesa". Me recordó que una vez leí que es importante mantener la comunicación con nuestra Fuente, con la Luz, con Dios, durante todo el día pero que además hay que dedicarle tiempo a una conversación fluida y sin intervenciones, algo así como cuando se medita. En fin, a la hora que sea y durante todo el día, la línea de comunicación debe ser directa para recibir sus mensajes por medio de un libro, de una película, de las palabras de alguien con quien interactúas, de una valla publicitaria, de la televisión, de una canción. La cuestión es estar alerta, porque de que sucede, sucede.

Con esta experiencia me quedó claro que sea con Dios, con los demás o contigo mismo, expresar nuestro resentimiento y revelar sentimientos es el primer paso para la recuperación de lo que sea que tengamos que sanar para seguir adelante.

Analiza, reflexiona y ¡hasta compártelo!

Y recuerda: ¡A sonreír, agradecer y abraza tu vida!

¿Cómo te comunicas con Dios?

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