En esta época de días festivos, pregunta y dilo

Mi Tío Miguel murió en 1987. Tenía 31 años; yo tenía seis. En los 25 años desde su muerte, yo crecí escuchando una historia en particular acerca de mi tío: era un hombre brillante. Un tipo que siempre lograba escaparse de los líos con su encanto, y cuya dulzura evitaba que nadie quisiera torcerle el pescuezo. Escuché el cuento de cómo se fugó de casa a los 15: se montó en un avión, y voló de San Juan a Florida donde se apareció en el portal de unos amigos de la familia.
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Para muchas familias la época festiva es un tiempo de bullicio, lleno de charla y comentarios. Como vivimos unas vidas tan ocupadas, compensamos por la distancia y reconectamos a través de la conversación, comentando acerca de los puestos obtenidos y perdidos, quién se casó, quién engordó, quién está fabulos@, agotad@ o preocupad@. Pero cuando se trata de temas de homosexuales, bisexuales, transgénero, etc. a menudo la conversación choca con una muralla que todo el mundo sabe que existe pero nadie admite reconocer. Es como si la familia tuviera en función su propia política de "no preguntes, no lo digas." Un elefante rosado en medio de la sala tan grande como el árbol de Navidad.

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He aquí un ejemplo: tengo una prima lesbiana. Todo el mundo lo sabe. Ella viene a todas las fiestas tradicionales, participa el Día de Acción de Gracias y en el Año Nuevo. Ella también tiene una novia que vive en otra ciudad. Todo el mundo sabe esto también. Pero nadie le pregunta cómo le va a su novia, cómo va la relación, qué planes puedan tener para el futuro. Y ella tampoco lo trae a colación. Mientras todas las parejas heterosexuales están siendo alternativamente agasajadas o interrogadas ("¡Les preparamos el cuarto de huéspedes!" "¿Cuándo se van a decidir a tener un bebé?" "¿Cómo le va al marido en su nuevo trabajo?") la relación gay se ve relegada a la zona de "¿Cómo está tu amig@?," o peor aún, ni siquiera se le reconoce en lo más mínimo.

Pero aquí está la cosa acerca de lo que no se dice: siempre se expresa de maneras más subversivas. Se escapa en susurros, por las comisuras de las bocas, y en lenguaje corporal tenso. El rumor y el chisme cubren las paredes de muchos hogares festivos.

Mi Tío Miguel murió en 1987. Tenía 31 años; yo tenía seis. En los 25 años desde su muerte, yo crecí escuchando una historia en particular acerca de mi tío: era un hombre brillante. Un tipo que siempre lograba escaparse de los líos con su encanto, y cuya dulzura evitaba que nadie quisiera torcerle el pescuezo. Escuché el cuento de cómo se fugó de casa a los 15: se montó en un avión, y voló de San Juan a Florida donde se apareció en el portal de unos amigos de la familia. Cómo, soñando con tener éxito en Broadway, llegó hasta Nueva York para estudiar teatro. Cómo, aún teniendo poco más de veinte años, su corazón dejó de funcionar de momento y se convirtió en el primer puertorriqueño en recibir un trasplante de corazón. Una breve recuperación, y luego la muerte, menos de dos años más tarde.

Pero también escuché trozos de otra historia -- pedazos de especulación y rumores recontados con inseguridad y preocupación. Una historia que corre paralela a la "oficial:" Miguel era abiertamente homosexual. Tenía un compañero que convivía con él, un hombre llamado Robert. Usaba un anillo de matrimonio. Y luego, cuando Miguel se enfermó, su mamá fue a Nueva York para estar a su lado. En sus últimas semanas, ella se dedicó a su hijo moribundo. Y mientras él agonizaba, ella le suplicó que se arrepintiera de su homosexualidad.

Observen, my abuela no era simplemente una madre amorosa: también era una devota Católica "por el libro". Era un pilar de su comunidad, una mujer de gran fe y virtud. Dirigía un grupo de oración. Tenía un programa de radio religioso. Y para ella, Miguel había perdido su rumbo. Según él se moría, era su deber el enderezar las cosas y ayudarle antes de que fuera demasiado tarde.

Desde el 2008 he estado haciendo un documental de largo metraje acerca del arrepentimiento de mi tío en su lecho de muerte titulado Memorias de un Corazón Penitente. Con la ayuda de mi mamá he estado escudriñando el archivo familiar. Cada pocos meses otra clave aparece: un artículo de periódico acerca del trasplante de corazón de Miguel, retratos profesionales de primer plano y fotografías de representaciones teatrales de Miguel, además de cartas entre Miguel y su mamá. He estado preguntando por ahí y según lo hago la "otra" historia está comenzando a aparecer con más claridad. He entrevistado a mi madre, quien me ha dicho que Robert estuvo en el funeral en Puerto Rico pero prácticamente nadie le dirigió la palabra. Encontré al cardiólogo de Miguel quien se acordaba de que Robert acompañaba a Miguel a todas las visitas médicas y se mantuvo a su lado cuando las cosas se pusieron muy difíciles. Y hallé el rastro de una antigua amiga de Miguel de su época en el teatro quien casualmente mencionó el memorial alterno que Robert patrocinó en Nueva York y al cual no se invitó a mi familia. Estoy tropezando con otro mundo repleto de dolor y de amor, el cual pasó completamente desapercibido por mi familia.

Recientemente mi mama me confesó que la última vez que mi tío visitó nuestra familia, pocos meses antes de morir, ella y mi padre tomaron a Miguel aparte y le dijeron que estaban preocupados de que el tener un tío gay fuera a influenciar negativamente a mi hermano mayor. El compañero de Miguel no lo acompañó en este viaje, o a ninguna otra visita familiar; si no le falla el recuerdo a mi madre, la idea nunca se mencionó ni tan siquiera como una posibilidad.

Según progreso con la película, estoy tratando de rastrear a Robert. Quiero saber si aún está vivo, y si lo está, qué opina él de todo ésto. Hasta ahora no ha sido fácil; ni siquiera sé su apellido, o cómo se ganaba la vida. Todo el mundo dice lo mismo: "Seguro, lo conocí, pero en realidad no lo recuerdo". Es como si fuera un fantasma, un borroso bosquejo de una vida que se aparece temerosamente por las esquinas de la película.

Recientemente le pregunté a mi mamá qué le gustaría decirle a Robert si lo encontráramos. Ella me contestó: "Quiero decirle cuánto lo siento." Según he comenzado a compartir esta película públicamente, he comenzado a darme cuenta de que la historia de mi tío, aunque trágica en muchos aspectos, representa una oportunidad real para que otras familias reconsideren sus posiciones acerca de las relaciones entre personas del mismo género. ¿Qué es lo que se requiere para que nosotros, como familias, seamos honestos en esta época festiva? ¿Para que hablemos abierta y amorosamente sobre asuntos que nos atemorizan? ¿Cómo podemos hacer para crear familias donde todos puedan participar totalmente, compartir sus amores y sus pérdidas y amarse unos a otros verdaderamente?

Todo el que me conoce testificará que yo no soy usualmente el tipo de persona para estar expresando deseos típicos de la estación. Pero tengo uno este año. Deseo que todas las familias presten atención a esos momentos de silencio, esos momentos en que la pareja no se invita, o cuando se llama "amig@" o cuando no se le nota para nada. Que se reconozca que la tolerancia no es un sustituto para la curiosidad genuina o la inclusión.

Cecilia Aldarondo es una cinematógrafa y escritora basada en Nueva York. Usted puede aprender más sobre ella y su película y apoyar la finalización de ésta aquí. Puede comunicarse con ella en cecilia@penitentheart.com.

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