La libertad según el chavismo

La violencia en las calles de Venezuela ha tomado por sorpresa y remecido con espanto a millones de latinoamericanos. Enfrentamientos armados, muerte, bloqueo a la libertad de expresión y amenazas a la prensa.
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La violencia en las calles de Venezuela ha tomado por sorpresa y remecido con espanto a millones de latinoamericanos. Enfrentamientos armados, muerte, bloqueo a la libertad de expresión y amenazas a la prensa. El cúmulo de imágenes emitidas en redes sociales, cual show de tele realidad, ha sacado de su espacio de confort incluso al más desinteresado llevándolo a preguntarse en qué minuto pasó esto. Pero quienes llevamos varios años estudiando al chavismo -antes y después de Chávez- sabíamos que esto iba a pasar algún día. Para mí, se hizo evidente hace casi siete años, cuando el extinto mandatario puso fin a la licencia de Radio Caracas Televisión.

En mi libro "Crónicas subjetivas de América Latina y otras partes" (que publicaré a mediados de este año) dedico un capítulo completo a los pormenores de la salida del aire de RCTV ocurrida a las cero horas del 28 de mayo de 2007. Junto al camarógrafo de Canal 13 de Chile Carlos "caco" Ugarte fuimos testigos en terreno de cómo la policía metropolitana reprimió a miles de universitarios que pretendían entregar una carta en la sede de la OEA en Caracas abogando por la libertad de expresión y de prensa. En el minuto en que nos preparábamos para grabar un enlace de la masiva marcha estudiantil los uniformados abrieron fuego de manera indiscriminada contra el grupo. Vimos caer a jóvenes manifestantes frente a nosotros y varios colegas de medios internacionales que, aunque se identificaban en voz alta, resultaron con serias heridas en todo el cuerpo al transformarse en blanco de los policías.

Al día siguiente el balance de la prensa escrita hablaba de personas muertas y más de alguien que había perdido un ojo producto de los balines. Los mismo balines que nos rozaban la cara a "caco" Ugarte y a mí
24 horas antes. Indignados -y sobre todo asustados- salimos del hotel a hacer nuestro trabajo para enviar un nuevo reporte a Santiago de Chile, tuvimos la suerte de encontrarnos con el jefe de la policía en una pauta oficial que revertimos con consultas incómodas para él: ¿por qué dispersar una marcha armados? ¿Por qué desoír a los periodistas que pedían protección? Fueron nuestras preguntas. "Eso no es así"..."debe haber una confusión", fueron sus respuestas. En ese minuto mi camarógrafo me alertó de un escolta policial que nos estaba fotografiando.

En la noche nuestras caras aparecían en un programa televisivo de propaganda política donde se tildaba de "enemigos de Venezuela" a los equipos de prensa como el nuestro. Entonces entendí que al chavismo no le gusta la prensa, ni la libre expresión, ni las preguntas incómodas. Lo comprendí tarde porque pude hacerlo días antes cuando recibimos una inusual advertencia.

El sábado 26 de mayo llegó una invitación al Hotel Savoy para todos los periodistas que estábamos alojados ahí. Los del piso 2 que éramos nosotros y los españoles del piso 3. A otros hoteles llegó el mismo aviso: que el entonces ministro de comunicación e información Willian Lara deseaba encontrarse con toda la prensa internacional para afinar detalles de lo que iba a pasar el fin de semana con el cierre del canal. Llegamos al piso 10 del edificio ubicado en la Avenida Universidad, en el centro de Caracas. Un funcionario del ministerio nos dio la bienvenida en la entrada de un salón amplio preparado para la ocasión. Nos entregó una carpeta con documentos y una bolsa en cuyo interior estaba la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, un librito de 7 X 4 centímetros que perfectamente cabía en el bolsillo de mi camisa. Lo sé porque emulé el gesto de Chávez cuando celebró ante el mundo que su Constitución era pequeña y fácil de portar para que todo venezolano pudiera llevarla consigo. Que nos dieran un ejemplar me pareció un gesto simpático, hasta que llegó Willian Lara y explicó el sentido del obsequio:

- Cada uno de ustedes recibió la Constitución. Es pequeña y fácil de leer y entender. Se las entregamos para que hagan eso: que la lean. Para que no mientan y para que sepan a qué se atienen si lo hacen. Pueden pasar dos cosas: o no vuelven a entrar a Venezuela o no van a salir de Venezuela.

Eso no era una invitación a conversar, era un rayado de cancha. Un golpe sobre la mesa que continuó con lo que encontramos en el hotel horas después: dos hombres jóvenes de polera roja instalados al frente de nuestro balcón en un edificio a medio construir. No hacían más que dar vueltas en círculos con binoculares en la mano. Cuando salíamos a tomar aire detenían su marcha y se sentaban para mirarnos fijamente, sin ánimo de disimular.

Hoy varios protagonistas han cambiado: el ministro Lara murió en un accidente automovilístico y Nicolás Maduro es el primer presidente post Chávez. Pero, tristemente, el guión de esta historia es muy parecido al que me tocó presenciar: represión contra civiles y atropellos a la libertad de expresión y de prensa. Lo saben Patricia Janiot y su equipo, obligados a abandonar Caracas tras las amenazas del gobierno de Maduro. Lo mismo ha vivido la corresponsal de CNN Osmary Hernández, periodista venezolana cuyo profesionalismo y calidad humana conozco de cerca. Su labor ha sido bloqueada permanentemente por hacer su trabajo: mostrar al mundo lo que está pasando en su país, por muy incómodo que sea.

Les dejo el link con un breve reporte de prensa de lo que pasó en mayo de 2007:

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