¡Magallanes para todo el mundo!

Y es que dentro del estadio, chavistas y opositores brindamos con soberanas dosis de cerveza y absoluto y bendito y persistente descontrol... y celebramos como que lo éramos y somos (pero que olvidamos): hermanos.
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El olor era fuerte... casi fétido... olor a cerveza vieja, broncas, triunfos épicos y trágicas derrotas; el típico perfume maquiavélico, brutalmente varonil y casi medieval, que impregna las esquinas de los estadios de béisbol profesional... particularmente los caribeños. Aquel aroma a testosterona rancia, sudor, alboroto y casi-demencia penetró mis jóvenes -y aún vírgenes- fosas nasales, trayendo consigo un ventarrón de enigmas y promesas de grandes aventuras listas a ser protagonizadas desde ese momento en adelante... porque a los 12 años de edad comprendí, instantáneamente, que el mundo que yo conocía era minúsculo, insignificante, ¡un verdadero chiste!, en comparación a la monumental grandeza que pude presenciar al echar el primer e inolvidable vistazo al campo de juego del glorioso estadio José Bernardo Pérez, en la ciudad de Valencia, estado Carabobo, en Venezuela; una rareza entre los de su clase, puesto que el triángulo del home apunta hacia el polo sur, mientras que en la mayoría de los recintos beisbolísticos apunta en dirección norte.

Ése es el hogar de los legendarios Navegantes del Magallanes, el equipo con más seguidores en todo el territorio venezolano y que, justo durante la explosiva noche del 28 de enero de 2014, obtuvo el campeonato de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional (12avo en su historial y repitiendo la corona del año pasado)... oxigenando, al menos por necesarios instantes, el extraño y rudo panorama político-social que desde hace algún tiempo devoró, a punta de degenerados mordiscos afilados -cual diabólica piraña gigante-, las vidas de los habitantes de este país... y es que cuando hay béisbol por medio, los venezolanos olvidan, a fuerza de batazos y estruendo deportivo, cualquier tipo de diferencia que tengan, sin importar su contundencia. Y es que dentro del estadio, chavistas y opositores brindamos con soberanas dosis de cerveza y absoluto y bendito y persistente descontrol... y celebramos como que lo éramos y somos (pero que olvidamos): hermanos.

(El texto continúa debajo de las fotos)

Mauricio Centeno/Notitarde
Mauricio Centeno/Notitarde
Mauricio Centeno/Notitarde

Aquélla, la de 1987-1988, fue mi primera temporada como fanático activo de los Navegantes del Magallanes (en comparación con Norteamérica, sería casi como hablar de los Yankees de Nueva York). Y esa tarde, un domingo soleado como tantos y tantos que he presenciado en Valencia, me acomodé en una de las duras sillas metálicas del estadio para dejarme caer al vacío hasta ser absorbido por lo que llamo "el espíritu de la pelota"... esa efervescente amalgama de sensaciones que solo quien ha reído y llorado por un equipo de béisbol, sabe reconocer...

Sí, porque no tiene nada malo padecer y llorar a causa del béisbol... Porque hasta los más machos, hombres, realmente hombres en el bíblico significado de la palabra, han sufrido al ver cuando el equipo contrario te deja en el terreno, en lo que a la postre resulta ser un juego importante... entonces el hombre, el "Macho Alfa" y sucumbe con honor (y full lágrimas) ante semejante duelo que se perdió. Entonces no queda otra sino levantar la mano, hacer una seña y visualizar a los vendedores de cerveza quienes, a medida que transcurre el partido, adquieren tanta importancia como el juego en sí. Muchos de ellos tienen ese trabajo año tras año; se conocen los pasillos, los números de cada silla, las anécdotas más infames de cada jugador; ellos son los que mandan. La mafia. La Cosa Nostra. Con cada vaso de frío y espumante elíxir que entregan, se establecen vínculos; amistades, se hacen panas por aquí y allá.

Durante un juego, el vendedor de cerveza, gavera llena de botellas al hombro y vasos desechables a un lado, es la persona con la que todos terminan conversando, intercambiando opiniones; mientras llenan un vaso aprovechan para tomarse el restante dejado en la botella y, en ese intervalo, en ese sagrado break etílico, narran las epopeyas de las temporadas pasadas: aquellos hercúleos jugadores que pisaron tierras venezolanas y se uniformaron de magallaneros: el entonces novato Barry Bonds, para la temporada 1985-1986, el gran lanzador Orel Hershiser en la 1982-1983; Dave "La Cobra" Parker en los años 70... tantos nombres, cada uno representa recuerdos personalísimos para todos los que llegaron a posar sus nalgas en esas sillas tan duras e incómodas como perfectas. Si bien papá no me compró una cerveza en ese primer juego a los doce años, él sí disfrutó varias rondas...

Con los años, el béisbol y, sobre todo, el fanatismo por los Navegantes del Magallanes, sirvió como un puente seguro en la relación que tenía con mi padre. El deporte siempre ha sido nuestro tema común; pudimos haber discutido fuerte y por temas en los que tal vez ninguno tenía razón pero si hablábamos de Magallanes, las rencillas se disolvían como una bola rápida de Félix Hernández desplazándose directo al home. Al crecer, el hijo muchas veces deja a un lado las figuras familiares en busca de la independencia pero (al menos yo sentía esto), de vez en cuando al acercarme a mi padre y preguntarle qué opinaba sobre el juego del día anterior, sentía estar bajo su -necesaria- protección. Y esta suerte de terapia casi mística también se aplicaba a la nación (espero no haya cambiado). Durante décadas, el fanatismo por cada equipo lograba crear impresionantes lazos fraternos, cómplices... la llegada de la temporada, en el mes de octubre, anunciaba la aparición de un oasis sobrenatural donde los problemas comenzaban a ser desplazados por los resultados de cada partido...

Claro, los tiempos cambiaron y se mutaron en el presente: este año, el reto es enorme, casi titánico: ojalá el campeonato de Magallanes pueda hacernos no olvidar sino reemplazar la pesadísima carga negativa que ahoga, como el puño enguantado de un verdugo, el día a día de los venezolanos y su paso hacia la Serie del Caribe, que será en la también venezolana isla de Margarita, nos ayude a sentir que todos los que habitamos en el país estamos sentados en el estadio de nuestra preferencia y ahí daremos lo mejor... juntos... como cuando éramos niños y no existían los problemas; como cuando éramos felices... y no lo sabíamos.

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