Con razón: diario de un niño

Yo siempre era el nuevo en la escuela. Mientras el resto de los niños ya tenían grupos formados o se conocían de años anteriores, yo tuve que estrenarme en diversas escuelas porque el trabajo de mi padre nos obligó a mudarnos en incontables ocasiones. Entonces el pequeñodebía diseñar estrategias para ganar popularidad en la escuela, donde la popularidad o falta de ella lo es todo.
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Boy (9-11) aiming slingshot
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Tuve la fortuna de vivir en muchísimos vecindarios durante mi niñez-adolescencia. Desde mi nacimiento en otra ciudad de otro país, hasta mi última residencia en la Roma del Distrito Federal --eso es en la Ciudad de México--, mi currículum de viviendas ha sido vasto. Esto significaba, entre otras gracias, que yo siempre era el nuevo en la escuela. Mientras el resto de los niños ya tenían grupos formados o se conocían de años anteriores, yo tuve que estrenarme en diversas escuelas porque el trabajo de mi padre nos obligó a mudarnos en incontables ocasiones.

Entonces el pequeño moi debía diseñar estrategias para ganar popularidad en la escuela, donde la popularidad o falta de ella lo es todo. Mi padre, enemigo de 'las modas', lo hacía todavía más difícil. Jamás tuve Atari 2600 (hasta hace pocos años que me hice de uno nada más porque sí), ni toda la colección de "Star Wars", ni calzado Reebok o tarjetas de Garbage Pail Kids. Entonces debía ser mucho más ingenioso que el estudiante de primaria promedio o ser alimento del bully del momento.

Una de mis estrategias fundamentales consistía en llevar shurikens (estrellas ninja reales) el primer día de clases. Sin ínfulas violentas, únicamente por 'coolness' --palabra que en aquel entonces desconocía--. Durante la clase de lo que fuera, las sacaba para jugar colocando mis dedos sobre las puntas para sorpresa del alumnado. "¿Eso es una estrella ninja real?", preguntaban. ¡Listo! Fama instantánea. Claro que tenía más trucos disponibles, como dibujar a los xenomorfos --tampoco conocía esa palabra-- de "Alien" en mis cuadernos o llevar camisetas de "Ghostbusters" en vez de las del uniforme (la rebeldía otorga muchos gamerpoints en el mundo colegial).

Tengo bien grabadas las noches en vela previas al primer día del inicio de un periodo escolar en un colegio nuevo. ¿Cómo caerle bien a todos mis compañeritos? ¿Cómo simpatizarle a las niñas? ¿Cómo evitar terminar metido en el bote de basura, considerando que siempre fui chaparro?

El resultado de haber sido un trotabarrios de categoría mundial es, en su peor expresión, que jamás soy invitado a las reuniones de mis compañeros de escuela. Frecuento a muchos de mis viejos amigos, pero no soy recordado dentro de "los grupos". De ahí en fuera, gran parte de mi entrenamiento social proviene de esos años. Siempre demostrar que puedo ser excéntricamente atractivo.

Durante mi paso por 2º de primaria en una escuela de la colonia Xoco en la Ciudad de México, nos pusieron a leer "Corazón: Diario de un niño", de Edmondo De Amicis. Muchos de sus capítulos infectaron mi mentecita y comencé a comportarme a la altura de sus personajes, pidiendo perdón a profesores después de una travesura o respondiendo de la manera 'correcta' ante situaciones en las que mis 'diablito y angelito' privados peleaban por mis decisiones. Sobra decir que nada de eso me llevó a ser popular. Al contrario, me generó golpizas y estancias en la dirección.

Aprendí que la gente prefiere la malicia. Lo aprendí muy tarde, aproximadamente en secundaria. Los libros, películas y canciones recomiendan lo contrario, pero esa no es la realidad. Mis padres hicieron todo por alejarme de ser un adolescente maquiavélico, pero me salía tan bien todo que no quería soltar esa parte de mi personalidad.

El mundo infantil es en realidad cruel. Hay en torno a él toda un aura mediática sobre lo 'cute e inocente que es ser niño', pero la realidad no es tan dulce. La escuela y el vecindario son entornos que demandan carácter y es necesario que los padres lo comprendan. Los míos la tuvieron difícil, eran idealistas con un par de hijos sobrealimentados por la cultura pop ochentera. Sí, es digno no entregarse a las modas, pero en la escuela eso significa terminar amarrado a un poste, en el mejor de los casos.

Yo estuve de ambos lados... Y lo amé.

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