El papa y el espíritu de la esperanza

El papa y el espíritu de la esperanza
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VATICAN CITY, VATICAN - 2015/09/30: Pope Francis delivers his blessing as he attends Weekly General Audience in St. Peter's Square in Vatican City. Pope Francis recalled his Apostolic Journey to Cuba and the United States in an overcast St Peters Square on Wednesday. (Photo by Giuseppe Ciccia/Pacific Press/LightRocket via Getty Images)
VATICAN CITY, VATICAN - 2015/09/30: Pope Francis delivers his blessing as he attends Weekly General Audience in St. Peter's Square in Vatican City. Pope Francis recalled his Apostolic Journey to Cuba and the United States in an overcast St Peters Square on Wednesday. (Photo by Giuseppe Ciccia/Pacific Press/LightRocket via Getty Images)

Con el llamado de alerta que hizo en Washington y en Nueva York, el papa Francisco causó una conmoción en su reciente visita a los Estados Unidos. Conmoción moral, espiritual, y también política e ideológica.

El papa expuso -ante el Congreso y en la Asamblea General de las Naciones Unidas- los peores males de nuestro tiempo: la exclusión de los desposeídos, la desigualdad social, el deterioro del medio ambiente, las guerras, el narcotráfico.

"El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentos, de odio nocivo, de sangrienta atrocidad, cometida incluso en el nombre de Dios y de la religión", dijo el Sumo Pontífice ante los congresistas. Y exhortó a "estar atentos frente a cualquier tipo de fundamentalismo de índole religiosa o del tipo que fuere". De cualquier tipo.

Después, el viernes 25 de septiembre, en la ONU, Francisco destacó el papel de la organización de naciones -tantas veces vilipendiada por los que quieren imponer sus criterios y sus deseos al resto del mundo- como guardiana del derecho internacional, de los derechos humanos, y como ejecutora de misiones de paz y reconciliación.

Sin la actividad de la ONU, afirmó el pontífice, "la humanidad podría no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades". El discurso del papa en la sede mundial a orillas del East River se centró en la defensa del ambiente y en la defensa de la humanidad, que van juntas, que no se pueden deslindar.

Una defensa desde una perspectiva humanista, en la que subrayó la necesidad de cuidar nuestro planeta en aras de la supervivencia de la especie. Como el ser humano necesita para sobrevivir y desarrollarse un entorno ecológico favorable, "cualquier daño al ambiente, por tanto, es un daño a la humanidad", sentenció el jefe de la Iglesia Católica.

Francisco expresó que "el abuso y la destrucción del ambiente... van acompañados por un imparable proceso de exclusión". Una exclusión de los débiles frente a intereses egoístas y ambiciones materiales desmedidas. Una exclusión económica y social que "es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente".

Una exclusión que genera plagas como "trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado".

Condenó la guerra, que es "la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente" y exhortó a "empeñarse por un mundo sin armas nucleares".

Y censuró a los sistemas crediticios de los organismos financieros internacionales que, "lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia".

El poderoso discurso del obispo de Roma constituyó una invitación necesaria a un examen de conciencia. Pero sobre todo a una evaluación urgente, honesta y sin prejuicios del momento peligroso en que vivimos, de las consecuencias de la desigualdad desenfrenada -que beneficia a los pocos en detrimento de los muchos-, del belicismo, de las amenazas que nos acechan.

Nuestra salvación estriba en crear, como apuntó el papa, una "mínima base material y espiritual" para que la gente viva con dignidad, para que la familia -"la célula primaria de cualquier desarrollo social"- no se desintegre bajo los embates de nuestro tiempo.

Las palabras de Francisco agitaron el hirviente caldero de nociones, creencias, prejuicios y expectativas que conforman el disímil conjunto de ideas de la sociedad moderna. Esa caja de Pandora que abrimos todos los días con el deseo de comprobar que -como en el pithos mitológico- Elpis, el espíritu de la esperanza, permanece en el fondo, todavía está ahí.

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