No hay duda que los teléfonos inteligentes o smartphones llegaron para cambiar la forma en que trabajamos, hacemos amigos y pasamos tiempo con la familia. Sin embargo, el futuro de estos gadgets depende cada vez menos de la empresas que los producen.
Si analizamos los nuevos teléfonos veremos un despliegue tecnológico importante pero el consumidor ya no se impresiona con facilidad. Mayor capacidad del procesador o pantallas más nítidas no sorprenden con la misma facilidad, hay un límite en la mejora de hardware en términos de atención del consumidor.
El futuro de los smartphones está en gran medida atada a los servicios que se puedan proveer vía la nube, traducción de textos, mapas o geolocalización y dependen de la conexión constante a redes de datos. En el futuro inmediato la venta de estos dispositivos dependerá de lo bien (o mal) que funcione el operador de telefonía celular. Pensar que las redes WiFi o WiMax resolverán este asunto es demasiado optimista y en mi opinión una sobre simplificación de la realidad.
Los consumidores debemos exigir mejor calidad y destacar con prontitud las fallas en el servicio telefónico, ya sea de datos o de conexión de vox.