Polvo y paja: Adiós a Calderón

Termina un sexenio que habrá de ser recordado por una cifra, la de los muertos que la estrategia de seguridad más conocida por todos como "guerra al narco", dejó en una sociedad atosigada por otro males, por otras formas de la violencia que a pesar de no ser tan estruendosas son igualmente abominables: la desigualdad, la corrupción, la pobreza heredada y la estupidez endémica de tantas oficinas gubernamentales.
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Mexican President Felipe Calderon attends the Asia-Pacific Economic Cooperation (APEC) CEO summit in Vladivostok on September 8, 2012. AFP PHOTO / YURI KADOBNOV (Photo credit should read YURI KADOBNOV/AFP/GettyImages)
Mexican President Felipe Calderon attends the Asia-Pacific Economic Cooperation (APEC) CEO summit in Vladivostok on September 8, 2012. AFP PHOTO / YURI KADOBNOV (Photo credit should read YURI KADOBNOV/AFP/GettyImages)

felipe calderon hinojosa

Termina un sexenio que habrá de ser recordado por una cifra, la de los muertos que la estrategia de seguridad más conocida por todos como "guerra al narco", dejó en una sociedad atosigada por otro males, por otras formas de la violencia que a pesar de no ser tan estruendosas son igualmente abominables: la desigualdad, la corrupción, la pobreza heredada y la estupidez endémica de tantas oficinas gubernamentales.

Los expertos en política, al menos muchos de ellos, coinciden en que detrás de tan descabellada iniciativa se encontraba la urgencia de legitimación social que un presidente que llega al puesto dejando los pelos en la cerca requería. De ser cierto esto, el caso de Calderón debería ser considerado punible; si no por una vía legal -lo cual me parece muy lejos de suceder- al menos sí a través del reproche social que se vuelve memoria. No estoy hablando, por supuesto, de que frente a los criminales se deba asumir una actitud pasiva, no, pero sí creo que, a diferencia de lo que vimos en los últimos años, frente a un asunto tan complejo y tan vinculado a las esferas mismas del poder, debe asumirse una actitud menos montaraz y menos perversa. Como lo sabemos todos, las víctimas en estos años de plomo han sido, como siempre, los más vulnerables: personas que viven al margen de toda oportunidad social y que, como en el caso concreto de Ciudad Mier, Tamaulipas, quedaron territorialmente aislados y acosados lo mismo por gatilleros que por soldados.

Se va Felipe Calderón y regresa el pasado, un pasado que seguramente jamás se desvaneció del todo y que desde hoy se nos volverá anuncio espectacular, consigna callejera, spot oficial. La figura de Enrique Peña Nieto se vuelve desde ahora central en la vida civil de México y yo veo en ello un recordatorio de eso que tantos estudiosos y eruditos se han encargado de consignar en sus ensayos y tratados: nuestro país camina siempre de espaldas, como los cangrejos, como los locos, como los que carecen del valor necesario para construir un futuro necesario. Todo esto es muy triste y en días como hoy, en los que el clima de mi alma anuncia tempestades, me atrevo a llamarlo trágico.

Racismo de baja intensidad

El desarrollo de la sociedad ha eliminado mayoritariamente las formas de racismo; quiero decir, hoy en día no se trata de una actitud oficial o explícita en los Estados Unidos. La corrección política -esa especie de policía del pensamiento- hace su labor: la discriminación recula y se concentra en formas más sutiles y en ocasiones solamente privadas. No es ciertamente algo que resulte estimulante ni deseable; sin embargo, creo que es un avance, un progreso necesario para la civilización y en concreto para la vida en comunidad.

Algunas formas de racismo hoy en día persisten cobijadas por la ambigüedad. Se trata de expresiones sutiles de un desprecio que sin duda alguna sigue concentrándose en el alma de unos cuantos desgraciados que no tienen el coraje y la inteligencia para vivir en armonía con los demás. Este racismo de "baja intensidad" encarna en negaciones de servicios bajo un amable pretexto; o puede ser, por ejemplo, algo tan infantil como un chofer de autobús que finge un olvido para que aquella persona que él o ella desprecia tenga que caminar unos cuantos pasos más. Todo esto es serio y no debe verse como algo menor. La pervivencia de los sentimientos de odio deben ser combatidos aun en sus expresiones más imperceptibles y aparentemente inofensivas.

La lucha contra la discriminación debe ser asumida por todos porque todos somos potenciales víctimas del desprecio. Hay algo más: ahí donde alguien es incapaz de apreciar el valor de otra persona, ahí también está ocurriendo una pérdida para todos. No olvidemos que es en el encuentro, en el diálogo y en la colaboración que nuestra vida como sociedad alcanza su sentido último.

Sobre la crítica

Una de las vías de acceso a la libertad es la crítica. Permítanme que me ponga un poco melodramático, pero sucede que confío tanto en ella que no puedo sino hablar de sus poderes en términos grandilocuentes. Cuando digo crítica, quiero que quede claro, no me estoy refiriendo a la murmuración o a la maledicencia popular que tan bien se encarga de algo tan malo: el menosprecio de los demás. Más bien de lo que hablo es de nuestra capacidad de análisis, de lectura, de interpretación de las personas y las circunstancias que nos rodean. Frente al poder, los intelectuales y periodistas deberían aferrarse a ella como el arma adecuada, como la única relación posible entre un estamento dirigente y otro que debe comprometerse con el ciudadano, con la persona.

En mi país, la crítica es feroz, pero no porque sea profunda, sesuda, inteligente, sino porque suele parecerse mucho a lo que mencioné apenas unas líneas atrás: el chismorreo. Pareciera que la deliciosa tentación del ninguneo y la injuria pervierten un ejercicio necesario para la liberación de las personas del prejuicio, para el progreso y el desarrollo de toda la comunidad. A esa ferocidad con el otro se le debe añadirá una extraña condición: la absoluta indulgencia hacia uno mismo. La autocrítica parece no ser un deporte que se practique mucho por nuestras canchas, y eso es la raíz de muchos de nuestros problemas.

Creo que la crítica debe partir de un profundo respeto por la dignidad de la persona. No se critica para destruir; por el contrario, lo que debe buscarse es colaborar para que el otro sea mejor y nosotros con él. No es mucho pedir que nunca se nos olvide esto, me lo parece.
Postdata
No podremos dejar de combatir jamás mientras estemos vivos. Lo que somos es un deseo de bien en un contexto de opresión e inequidad; de injusticia y constante deseo. Por ello es que creo que nos haría mucho bien el no exigirnos la perfección que, como todos sabemos, es propia de lo divino. Busquemos la perseverancia, que es algo mucho más próximo a nosotros. Creo que sólo al reconocer esto es que podremos llegar a perdonarnos a nosotros mismos.

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