Tengo la fe -quiero tenerla- de que todas las personas, sin importar su situación o circunstancia, tienen en su corazón una semilla de bondad. He conocido, ciertamente, a personas que podrían ser calificadas como "operadores de la maldad", agentes de una perversión tan retorcida como dolorosa. Aunque no lo sepan, estas personas son las primeras víctimas de sí mismas.
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Tengo la fe -quiero tenerla- de que todas las personas, sin importar su situación o circunstancia, tienen en su corazón una semilla de bondad. He conocido, ciertamente, a personas que podrían ser calificadas como "operadores de la maldad", agentes de una perversión tan retorcida como dolorosa. Aunque no lo sepan, estas personas son las primeras víctimas de sí mismas.

Cuando me enfrento con esta clase de oscuros personajes, siempre trato de respirar lentamente y dar uno o dos pasos hacia atrás; desde esa distancia trato de comprender aquel cúmulo de dolor y rabia. Es así: creo que nunca podremos conocer del todo lo que sucede en el interior de la persona y que, por eso mismo, establecer un juicio será siempre algo complicado, por no decir imposible.

No podemos eliminar la maldad del mundo, pero sí podemos evitar agregar más dolor del que ya existe. Frente a estos seres perversos no tengo más estrategia que la huida y la oración. Siento, como decía Marcel, que las personas tenemos distintas velocidades de maduración y que en cada ser existe la esperanza de la renovación, de esa pascua personal que es el despertar a una conciencia trascendente y solidaria. No pierdo jamás esta fe.

Por otro lado, he visto con mis propios ojos cómo es que el ejemplo tiene en sí mismo un carácter profético que termina por seducir -con mucha más fuerza que el más refinado de los argumentos- a quienes lo atestiguan. Seamos, pues, la clase de personas que queremos que los demás sean; hagamos con nuestras manos aquello que queremos sea hecho por los otros. Que en este maravilloso mundo nuestro, ahí en el rincón en que nos ha tocado vivir, quede con toda dignidad nuestra humilde huella.

He conocido también almas bellas que son como espejos refulgentes. Cuando nos vemos en ellas, nuestras imperfecciones se vuelven evidentes y así, aunque sea por pudor, enmendamos la plana.

Feliz viernes.

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