Guerra contra el narcotráfico: Fracaso binacional

Los cárteles de la droga han salido victoriosos tras casi seis años de guerra. Los gobiernos de Calderón y Obama son corresponsales de la derrota contra el narcotráfico. El nuevo presidente heredará organizaciones criminales globales altamente sofisticadas, además de terriblemente violentas, que manejan un negocio de miles de millones de dólares.
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Tras cinco años y medio de que el gobierno del presidente Felipe Calderón declarara la guerra al narcotráfico, los muertos los sigue poniendo México mientras que el consumo de narcóticos en Estados Unidos continúa aumentando.

La estrategia militar de Calderón, plenamente apoyada por Estados Unidos, ha fracasado. Su gobierno no ha logrado eliminar a los cárteles de la droga ni detener el flujo de narcóticos a Estados Unidos. Después de cinco años y medio de guerra, los cárteles se han expandido, multiplicado y diversificado. El gobierno de Calderón se acredita haber ejecutado o detenido a altos mandos de las bandas criminales. Sin embargo, los principales cárteles siguen operando y han surgido nuevas bandas como los Caballeros Templarios y la Mano con Ojos.

Las operaciones de los cárteles ahora incluyen secuestro, extorsión y tráfico humano. El cobro por el denominado "derecho de piso" se aplica ya no sólo a grandes negocios, como fue el caso del Casino Royale, sino que los narcos ahora lo aplican también a pequeños empresarios, médicos, maestros y otros profesionales que deben pagar una cuota mensual o enfrentar las consecuencias.

El reciente ataque coordinado y espectacular a la empresa Sabritas, subsidiaria de PepsiCo, marca un precedente peligroso. El incendio a camionetas y camiones de Sabritas en los estados de Guanajato y Michoacán es el primer ataque de un cártel a una subsidiaria norteamericana. La investigación debería revelar si la empresa pagaba extorsión a los narcos. Mientras tanto, el Ejército patrulla las instalaciones de Sabritas.

De este lado de la frontera, el presidente Barack Obama condenó enérgicamente hechos de violencia como el ataque al Casino Royale el año pasado. Sin embargo, en la pasada Cumbre de Cartagena, Obama reiteró su apoyo a la estrategia bélica.

Los norteamericanos observan a la distancia un conflicto cuya violencia en ocasiones les alarma, pero aún así no ven la conexión entre la demanda de narcóticos en Estados Unidos y la violencia que genera el narcotráfico a ambos lados de la frontera.

Ambos gobiernos han aceptado su responsabilidad por una guerra perdida que suma ya 60,000 muertos a pesar de los millones de dólares en asistencia que el gobierno estadounidense envía a México como parte del Plan Mérida. Prueba contundente del fracaso de Calderón es que la intervención norteamericana en la guerra contra el narcotráfico es cada vez más extensa.

El gobierno mexicano admitió en febrero, tras un reportaje que publicó el diario The New York Times, que ha solicitado el apoyo de aviones no tripulados o "drones" como parte de la lucha contra el narcotráfico. A la vez, agentes norteamericanos entrenan a policías federales mexicanos para participar en operativos que se planean y lanzan desde bases en territorio estadounidense.

A pesar de que el Ejército mexicano patrulla las calles, los cárteles operan prácticamente a sus anchas en cada vez más amplias zonas del territorio nacional. La balacera a las afueras de un estadio de fútbol en Torreón y la escena dantesca en Veracruz en la que los narcos amontonaron cadáveres en una avenida principal enviaron un mensaje claro de quién manda en el país.

Al mismo tiempo, los cárteles han logrado extender su red de distribución a todo el territorio estadounidense. Según reportes del Departamento de Justicia, los cárteles operan en más de mil ciudades norteamericanas para abastecer un mercado que se estima en $39 mil millones de dólares al año.

La demanda de narcóticos continúa aumentando a pesar de la guerra contra el narcotráfico. Según el Departamento de Justicia, el contrabando anual de marihuana se ha duplicado desde 2004 a una cantidad estimada de 23,700 toneladas. La producción de heroína se ha cuadruplicado hasta alcanzar unas 41,000 toneladas. Mientras que el consumo de metanfetaminas ha roto récord en los últimos cinco años. Sólo el consumo de cocaína ha disminuido debido a factores que no necesariamente tienen que ver con los esfuerzos del gobierno mexicano, sino que más bien obedecen a la oferta y demanda de nuevos estupefacientes.

La guerra contra las drogas que lanzó el presidente Richard Nixon es un fracaso. El diario Los Angeles Times reportó recientemente que el número de muertes por sobredosis supera, por primera vez en la historia, al número de fatalidades por accidentes de automóvil. Unos 25 millones de estadounidenses --mayores de 12 años-- consumen algún tipo de droga, de acuerdo con datos del Departamento de Justicia.

En cinco años y medio, los cárteles han lanzado una operación global que no se restringe a México, América Central y Estados Unidos. Según fuentes de la Administración Antidrogas estadounidense (DEA), los cárteles mexicanos operan en África del Norte. Su objetivo es el vasto mercado europeo.

A pesar de la buena relación entre los gobiernos de Obama y Calderón, su colaboración en el combate al narcotráfico no ha estado exenta de tensiones. El escándalo de la fallida operación "Rápido y Furioso" es clara evidencia de ello. También lo es la protesta de partidos políticos mexicanos por la creciente presencia de agentes de la DEA y del FBI en territorio mexicano que colaboran con las fuerzas armadas mexicanas en labores de entrenamiento e inteligencia.

Uno de los puntos más contenciosos de la cooperación bélica ha sido el flujo de armas de norte a sur. El gobierno mexicano culpa al norteamericano de no poder detener las armas que los narcos contrabandean a México. Sin embargo, reportes de la agencia privada de inteligencia Stratfor, con sede en Austin, Texas, señalan que el armamento de los narcotraficantes mexicanos proviene no sólo de las tiendas de armas estadounidenses ubicadas a lo largo de franja fronteriza con México, sino también de un extenso flujo multinacional que ha convertido a México en un bazar de armas internacional.

A menos de un mes de las elecciones presidenciales en México, Calderón y Obama se empeñan en continuar una estrategia bélica cuyos supuestos logros los contradice a diario la violencia extrema que despliegan los narcos. Las masacres de los 72 migrantes en San Fernando y las 52 víctimas inocentes del Casino Royale así como las masacres más recientes en diversos puntos del país son trágicos recordatorios para un presidente que se aferra a una estrategia militar fallida.

El problema pasará pronto a manos del próximo presidente de México. Ninguno de los candidatos ha presentado un plan que garantice una solución a la violencia.

En el primer debate presidencial, los candidatos llegaron al extremo de evitar pronunciar las palabras cárteles de la droga prefiriendo usar la frase "crimen organizado". De manera inverosímil, ninguno se refirió a los 60,000 muertos ni a los miles de desaparecidos y desplazados. El poder del narcotráfico impone su marca incluso en el lenguaje que usan los candidatos de entre quienes saldrá el próximo presidente mexicano.

Los cárteles de la droga han salido victoriosos tras casi seis años de guerra. Los gobiernos de Calderón y Obama son corresponsales de la derrota contra el narcotráfico. El nuevo presidente heredará organizaciones criminales globales altamente sofisticadas, además de terriblemente violentas, que manejan un negocio de miles de millones de dólares.

El legado de una guerra perdida será el principal problema de la agenda binacional entre México y Estados Unidos para el próximo sexenio.

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