Cuando tomamos el tren rumbo a Spring Lake era casi el final del verano. Queríamos experimentar esos días de playa tan venerados por los neoyorquinos que abandonan sus departamentos en Manhattan y salen corriendo cada fin de semana a refugiarse en las pequeñas ciudades que bordean el Atlántico nada más llega el buen tiempo.
La zona más famosa son los Hamptons. Descartada por cara y atiborrada de gente, pensamos mi esposo y yo. Finalmente, encontramos una ruta alternativa: Spring Lake, un adorable pueblito en la costa de New Jersey con soberbias mansiones y una playa kilométrica y aséptica en la que no hay ni un chiringuito. No importa, mientras nuestra hija esté contenta y pueda jugar en la arena lo demás da igual, concluimos.
Y así, nos embarcamos en un pequeño viaje, de sólo tres días, que siempre recordaremos.
Encontrar un lugar en el que quedarnos con una niña de dos años no fue cosa fácil, sólo un par de Bed and Breakfast y contadísimos hoteles están dispuestos a lidiar con la energía de los pequeños. Y es que lo suyo en Spring Lake es rentar una casa gigantesca, y compartirla con amigos. Demasiado tarde.
Fue así como llegamos a Villa Park House, una casa antigua de estilo victoriano reformada por Matthew Schmid. Después de darnos nuestra habitación, un pequeño y acogedor rincón lleno de detalles, Matthew nos preparó un kit con todo para ir a la playa: sillas, sombrillas y toallas. Deseando el sol, corrimos hacia el mar. Nos encontramos con la arena limpia, el azul Atlántico, las familias de turistas y locales que disfrutaban de la espléndida tarde. Volvimos al hotel renovados tras quitarnos Manhattan de encima.
A la mañana siguiente, Matthew nos preparó el desayuno, como hace con cada uno de sus huéspedes. Le encanta cocinar y se nota en cuanto das el primer mordisco a su creación matutina. "Trabajé muchos años como el director de banquetes del Waldorf Astoria", nos dijo en tono anecdótico. Entonces entendemos su gusto por los detalles y por qué, ese omelette es una fiesta tanto para los ojos como para el paladar. "Llegó un momento en el que mi mujer y yo decidimos que queríamos tener una vida más tranquila, un lugar más adecuado para poder criar a nuestros hijos y verlos crecer. Pasar tiempo con ellos. Ya saben, en Manhattan no hay tiempo más que para trabajar y esto, ¡esto es un paraíso!", agregó el orgulloso dueño de la acogedora mansión mientras nos servía un capuchino.
Con el estómago agradecido, volvimos a repetir la rutina playa-siesta-cena. Y nos llenamos los ojos de atardecer y nos sentimos plenos.
Sólo dos meses después, encendí la televisión con apuro y lo primero que me dije es, "por suerte tenemos luz", y empezamos a mirar en las noticias las costas de New Jersey destrozadas. Los malecones hechos trizas, los árboles convertidos en proyectiles letales. La naturaleza se puso furiosa, los meteorólogos le decían Sandy. Y empecé a preguntarme ¿Qué habrá sido de Matthew? ¿De su hermosa casa cercana al mar? ¿De su mujer? ¿De sus hijos?
Sentí una tristeza, egoísta, al saber que para muchas personas los veranos después de Sandy, nunca serán iguales.
MÁS DEL HURACÁN SANDY EN FOTOS:
¿Te pareció interesante esta historia?
Mira qué opinan otros y deja tu comentario aquí