Ver llover en Nueva York

En una conversación con Woody Allen tras el estreno de su aclamada "Midnight in Paris", me dijo que le encantaban las ciudades bajo la lluvia. Especialmente Nueva York y París.
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woody allen
En una conversación con Woody Allen tras el estreno de su aclamada "Midnight in Paris" (la cinta con la que más dinero ha recaudado el cineasta en su historia), Allen me dijo que le encantaban las ciudades bajo la lluvia. Especialmente Nueva York y París.

Desde entonces me quedé con la idea de que existen tres tipos de personas: las que aman la lluvia, las que la odian y a las que simplemente les gusta ver llover tras la ventana. En Nueva York, esto queda muy claro.

En una ciudad en la que siete meses del año se vive bajo abrigos, bufandas y botas es normal ver cómo nada más salir un rayo de sol y rozar temperaturas primaverales, la gente corre por sus flip-flops para mostrar orgullosa sus carnes blancas y la pedicura recién hecha.

No ocurre lo mismo cuando llueve.

La ciudad se divide drásticamente en los que con actitud de "Amélie" brincan charcos divertidos con sus botas de agua de colores y diseños llamativos y los que -con cara de pocos amigos- salen a la calle con los paraguas que, más que un remedio contra la lluvia, parecen un arma letal dispuesta a herir a cualquier despistado o torpe que se cruce por el camino.

Por último están los que se quedan en casa a ver llover. Y ahí es donde puedo imaginarme a Woody Allen sentado en su departamento del Upper East Side, frente a su vieja máquina de escribir Olivetti tramando un nuevo guión o practicando una pieza de jazz con su clarinete. Según el mismo director cuenta, no hay nada más relajante que ver cómo la lluvia transforma el ambiente de las grandes ciudades. Para él, es una experiencia que sólo se compara al placer de refugiarse en el cine por un par de horas y olvidar lo miserable de la vida. Y si es el cine París, frente al mítico Hotel Plaza, mejor.

Pero Woody no es el único. Otro neoyorquino que de pequeño solía mirar caer la lluvia tras la ventana es Martin Scorsese. Era un niño enfermizo que no podía darse el lujo de darse un chapuzón de agua de nubes. Así que en su casa de Queens, mientras su madre cosía pantalones, el director imaginaba sus historias acompañado por el murmullo del chipi-chipi.

Es por ello que en semanas como ésta en las que el cielo no para de llorar, me digo a mí misma que algo debe tener la lluvia que inspira, enfada, alegra, adormece o paraliza. Al menos, en Nueva York.

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