Shutdown: Wall Street secuestra al pueblo estadounidense

La nueva crisis económica en Estados Unidos no es fortuita ni coyuntural. La aplicación del modelo económico y político capitalista asegura para nosotros, sus sobrevivientes, un ciclo tras otro de problemas.
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La nueva crisis económica en Estados Unidos no es fortuita ni coyuntural. La aplicación del modelo económico y político capitalista asegura para nosotros, sus sobrevivientes, un ciclo tras otro de problemas. Algunas veces es la recesión, otras la deuda, nuevos impuestos, precarización del trabajo, costos elevados de productos básicos, desempleo, cancelación de crédito... Y en el peor de los casos, como hoy ocurre, la parálisis absoluta de los bienes y servicios públicos por la falta de dinero.

¿Qué hay detrás del apagón económico de Washington? No, no es una simple rebatinga ideológica entre demócratas y republicanos. Y aunque la manzana discordante es el 'Obamacare', este problema pudo venir con o sin él.

El modelo que Estados Unidos ha escogido para sí mismo y que ha impuesto a los países bajo su dominio es una bomba de tiempo de explota de vez en vez. En el capitalismo, como su nombre lo explica bien, dominan los capitalistas. Ellos son los dueños de las empresas, corporaciones y monopolios que obtienen ganancias gracias a la explotación de la fuerza de trabajo de miles de personas. A algunos les pagan bien, a otros modestamente, y a la mayoría, por debajo de lo necesario para vivir.

Es prácticamente una ley natural que quien gane uno, siempre quiera ganar dos; luego cuatro ¿y por qué no seis? Este sistema nos ha acostumbrado a creer que es normal siempre obtener más de lo que tenemos o necesitamos. Es el modelo donde las oportunidades son para todos, según se dice, donde lo mismo se da o se quita, claro, según las reglas impuestas por el más fuerte.

Y para ganar más, el capitalista debe producir más. Y para producir más, debe acelerar la fuerza de trabajo; es decir, explotar más a los trabajadores. Pero llega un momento en que la plusvalía no concuerda con los intereses creados de ganancia. Entonces algo hay qué hacer. Casi siempre, eliminar gastos. Y qué gastos incomodan más que aquellos que no generan ganancia. Por ejemplo, seguro médico, vacaciones pagas, capacitaciones, pensiones, salario justo... En suma, derechos laborales.

Pero no es fácil quitarles sus derechos a los trabajadores que por años han gozado de ellos. Entonces, la solución es liquidarlos. En masa o uno por uno; el dueño del juego escoge las reglas. Esto le permite contratar nuevos empleados bajo sus propias condiciones. Sin prestaciones sociales y laborales, y a veces hasta sin contratos. Del salario, lo menos posible. Y una vez logrado esto, a gozar de las ganancias.

Se abre un periodo en el cual el capitalista goza de una acelerada producción y de enorme riqueza, a costa de reducir el salario de los trabajadores. Sin embargo ¿quién ha de comprar sus productos sino la gente? Pero con una paga mínima, el poder adquisitivo del pueblo es reducido. Entonces hay mucho y de todo, pero no hay quién lo compre. Esto genera una crisis de sobreproducción, y a su vez, de sobreacumulación.

Entonces el capitalismo tiene tres opciones. Generalizar la precarización de las condiciones laborales y sociales de la clase trabajadora, siempre y cuando ésta lo permita. La otra, abrir nuevos mercados, que en los tiempos actuales, cuando la vida misma tiene un costo de póliza, es difícil encontrar nuevas metas de producción. Y la última, la más común para la casa Blanca desde hace 50 años, la economía de guerra cuya apuesta es someter las fuerzas productivas y los recursos de una nación para obtener de las ganancias requeridas.

¿Y qué le ha sucedido a Barack Obama y Wall Street ahora? La economía de la guerra se frenó en Siria debido a la intervención de Rusia, quien ha parado por sus propios intereses una nueva invasión estadounidense en Oriente. ¿Nuevos mercados? ¿Es que hay algo más en Estados Unidos que no esté reformado? Incluso la religión, es un negocio redituable. Entonces queda la sobreexplotación de la clase trabajadora. Algo que el pueblo estadounidense ya no está dispuesto a permitir, según parece, luego de décadas de sobreexplotación.

Por eso cuando Obama dijo 'démosle salud al pueblo', los primeros en protestar fueron los capitalistas. Obvio: el negocio de la vida y la muerte, quizá el más grande del mundo, se les terminaba. ¿Y qué hacen para evitarlo? Operan en el Congreso con los políticos en cuyas campañas electorales invirtieron millones de dólares , justamente para que, una vez en las Cámaras, protegieran sus intereses. Sólo que este 1 de octubre han ido demasiado lejos. En su chantaje, le han cerrado la llave de la salud, la educación y los derechos sociales a la clase trabajadora de su propio país.

Lo están secuestrando.

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