Brasil traicionado

Parece que el llamado milagro brasileño se está desmoronando desde sus cimientos. La máscara de la "izquierda moderna" se desgarra y de entre sus llagas surge el verdadero rostro de una administración que renunció a sus principios para privilegiar los intereses del capital
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dilma roussef
La presidenta de Brasil, DIlma Roussef, este lunes en Brasilia (Getty).

Latinoamérica mira asombrada las masivas protestas en Brasil. Se suponía que el modelo de "izquierda brasileña" que había sacado a 28 millones de brasileiros de la pobreza extrema era inspiración de progresistas y hasta de conservadores. Por ejemplo, el actual administrador de la Presidencia de México, Enrique Peña Nieto y su principal opositor, Andrés Manuel López Obrador, pasando por el candidato de la derecha en Venezuela, Henrique Capriles, se gastaron durante sus campañas en decir que aspiraban a ser un gobierno "al estilo Lula". Una administración que -decían-, rebasó por la izquierda a los capitales y lo mismo daba pan a los pobres que mantenía contentos a los monopolios

¿Y qué pasó? La mágica solución de administrar la crisis del sistema con la misma receta y la utópica conciliación de dos clases terminó por reventarle en las manos a DIlma Roussef y de paso al Partido de los Trabajadores. Por eso hoy, mientras se desarrolla la Copa de las Confederaciones, cinco ciudades brasileiras se inundan de miles juventudes, sindicalistas y activistas denunciando la traición del Palacio do Planalto.

Apenas este lunes, 14 mil jóvenes ocuparon el Congreso brasileiro en la capital Brasilia para hacer sentir sus demandas. Pero las protestas estallaron desde el jueves 13, un día antes del arranque de la Copa de las Confederaciones, con multitudinarios contingentes marchando en Sao Paulo y Rio de Janeiro contra el alza al precio del transporte como medida compensatoria del gasto por la organización tanto del actual evento como el de la Copa Mundial de Futbol del año que viene y los Juegos Olímpicos del 2018.

El Gobierno de Dilma y de los Gobiernos estatales respondieron a las manifestaciones con la represión de la Policía Militar. Bombas de gases lacrimógenos, balas de goma, gas pimienta y las llamadas "armas no letales" para dispersar a los manifestantes. Con ello sólo lograron aumentar la rabia.

Entonces, la inauguración de la Confederaciones se llevó la nota por el masivo abucheo que en el Estadio Maracaná se propinó a Dilma Roussef, lo cual puso nervioso hasta el propio presidente de la FIFA, el suizo Joseph Blatter. A su vez, las pancartas en el circuito al coloso de Río cuestionaban que el Gobierno brasileiro haya gastado más de 600 millones de dólares en la remodelación de ese recinto deportivo, mientras decenas de escuelas en Brasilia o Río no cuentan con lo básico.

Así la protesta escaló. Lo que comenzó como el descontento como el alza el transporte se ha convertido en una rebelión contra un Gobierno que ha traicionado su pueblo, privilegiando las privatizaciones por encima del sistema de derechos sociales adquiridos.

Así lo consigna el Partido Comunista Brasileiro, una de las organizaciones motor de las revueltas: "La raíz de la indignación es el desmantelamiento de la educación y la salud; las privatizaciones, la brutalidad policíaca, la corrupción, la injusta distribución de la riqueza, la inflación, la precarización del trabajo, la falta de perspectivas para la mayoría de los jóvenes y sobre todo, un sentimiento de traición por parte del Gobierno y la falsedad de la democracia burguesa".

Parece que el llamado milagro brasileño se está desmoronando desde sus cimientos. La máscara de la "izquierda moderna" se desgarra y de entre sus llagas surge el verdadero rostro de una administración que renunció a sus principios para privilegiar los intereses del capital, el que ya estaba desde la Dictadura militar; el que se afianzó durante el Gobierno de Henrique Cardoso; y el nuevo que llegó procedente de Estados Unidos y la Unión Europea en el ascenso de Lula.

Esto lo explica bien el politólogo Franck Gaudichaud, maestro den Civilización Hispanoamericana por la Universidad de Grenoble, Francia, en una entrevista para la agencia Nouveaux Regards:

"No obstante que Brasil presume de autonomía, no defiende un modelo alternativo al capitalismo, sino exactamente lo contrario. En el campo económico actúa siguiendo una orientación de desenvolvimiento capitalista y en algunos aspectos, neoliberal. En sus relaciones con los países de la región se detecta un claro deseo de hegemonía de proximidad. Algunos autores le llaman 'semi-imperiliasmo' o 'imperialismo periférico' "

¿Fue entonces la izquierda de Lula un engaño?

Gaudichnaud tiene una opinión:

"En 20 años, luego de tres derrotas electorales sucesivas en las elecciones presidenciales, el Partido de los Trabajadores cambió mucho. De un programa inicial anticapitalista, que prometía una alternativa radical, su discurso de volvió moderado, de centro izquierda (...) En 2002 el eslogan de campaña de Lula era 'Paz y Amor'. Tenemos aquí un nuevo ejemplo de lo que el birtánico Perry Anderson analizó en Europa: 'La izquierda ganó sus galones como Partido en el Gobierno, después de perder la batalla de las ideas'. El PT sufrió una transformación de su composición social, dejando un lugar cada vez mayor para las clases medias e intelectuales, en un proceso de institucionalización-burocratización de su aparato de dirección, la cual fue ocupada progresivamente por parlamentarios en detrimento de los sindicalistas de ayer"

Por su parte, sociólogos como Michael Lowy o Atilio Borón son más críticos con Lula. Este último apunta que sus dos mandatos fueron marcados por un 'posibilismo conservador'. Y sentencia: "Es posible constatar que Lula renegó a los ideales del PT de 1980 en pro de la estabilidad macroeconómica o de los intereses del capital, los cuales se colocaron muy por encima de las reformas sociales prometidas".

Así, el multicitado plan 'Hambre Cero' lulista ocultaba mientras tanto los negocios, por ejemplo, con las agroindustrias como Monsanto que introdujeron en Brasil semillas y alimentos genéticamente modificados y biocombustibles, haciendo que nunca en ocho años, Lula pudiera concretar su promesa de un nuevo reparto agrario par los campesinos pobres de su país y de paso, afectando a la producción agrícola en Paraguay.

Y esas predilecciones fueron continuadas por Dilma Roussef. Pero con una diferencia: la aplicación de una política de represión de corte fascista, similar a la de las dictaduras militares, la cual se ha vuelto indispensable para socavar las protestas a la crisis, mientras defiende las mimas estrategias que provocaron, y ahora aumentan, dicha crisis.

"Es preciso mucha represión para profundización la privatización del petróleo, de los puertos, aeropuertos, vías terrestres; para expulsar a los indígenas de sus tierras; 'felixibilizar' derechos y adoptar un Código forestal para el agronegocio, aliviando y favoreciendo al capital", apunta el PCB, el cual junto con otras organizaciones políticas, sindicales y juveniles, apuntan lejos en las actuales revueltas, hartos del doble discurso petista y proponiendo un cambio de sistema.

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