El idiota latinoamericano invicto

Dudo que pueda haber -y menos en corto plazo- un cambio favorable en Venezuela. Lo peor, recuerden, no es haber sido idiotas sino seguir siéndolo.
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Hace ya 18 años que un colombiano, Plinio Apuleyo Mendoza, un cubano, Carlos Alberto Montaner y un peruano, Álvaro Vargas Llosa, publicaron en 1996 su "Manual del perfecto idiota latinoamericano".

Un libro como los que me gustan, incisivo -agresivo dicen algunos- fuerte, con agudo sentido del humor y una buena dosis de ironía, que causó polémica por ser la antítesis de "Las venas abiertas de América Latina" de Eduardo Galeano, una verborrea de ideas distorsionadas que el latinoamericano de izquierda considera su biblia.

Aunque su lectura me parece, no diré obligatoria porque de acuerdo con Borges, el verbo leer como amar y soñar no soporta el modo imperativo, pero sí muy necesaria, sé de amigos y conocidos que no lo leyeron nunca pese a mi insistente recomendación.

Apuesto a que por miedo a reconocerse. Casi dos décadas después ya se han publicado otras dos partes, "El regreso del idiota" en 2007 y "Últimas noticias del nuevo idiota latinoamericano", en marzo de este año, que no he leído todavía.

No sé si celebrar o lamentar esta nueva publicación.

Me preocupa que se hagan interminables estos manuales... que no haya vacuna... que no se produzca nunca la mutación genética indispensable para superar ese rasgo que los autores perciben como un defecto congénito en América Latina: la idiotez ideológica.

El idiota político que respaldó y aplaudió (y votó a favor de) la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y el regreso de Daniel Ortega en Nicaragua, sigue vivo y mantiene la misma actitud resentida de siempre.

El victimismo ancestral que aqueja al latino sigue siendo un mal sin cura. La fatal herencia genética se refleja en las redes sociales. Hace pocos días vi uno de esos cartelitos que la gente propaga alegremente en Facebook sin ninguna reflexión previa. Decía: "El 5 de julio de 1811 Venezuela se independiza de España. Hoy 203 años después nos toca independizarnos de Cuba".

La mente es frágil y los pueblos oprimidos comienzan a sufrir rápido de demencia senil, dejándonos a amigos y parientes la nada agradable tarea de refrescarles la memoria.

Nicolás Maduro no es cubano, Diosdado Cabello no es cubano, los militares al mando de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, incluyendo a la nueva ministra de Defensa Carmen Meléndez, no son cubanos.

Tampoco era cubano Hugo Chávez Frías ni los millones de personas que lo eligieron presidente,
pasándole por encima como una aplanadora a Henrique Salas Römer e Irene Sáez. Un castigo muy caro a los partidos tradicionales AD y Copei, que si bien es cierto que fueron incapaces de limpiar la corrupción y resolver los problemas económicos, mal que bien fueron al menos gobiernos democráticos.

En su habitual columna en el diario caraqueño El Nacional, Fausto Masó -cubano por cierto- publicó el 24 de mayo un texto titulado "¿Tenemos patria?".

No, tuvimos patria, en el que explica mejor que yo cómo en lugar de enfocarse en reformar la democracia, la sociedad venezolana abrió fuego sin tregua contra los presidentes civiles.

La inconformidad, el rencor, el resentimiento, la insensatez, enceguecieron a los venezolanos al punto de no querer ver que su país simbolizó un faro democrático mientras el continente estaba bajo las sombras de dictaduras militares.

De Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Rafael Caldera, Luis Herrera Campins, Jaime Lusinchi y Carlos Andrés Pérez, se podrá decir cualquier cosa menos que no respetaron los procesos electorales.

Los respetaron y permitieron la alternancia en el poder de gobiernos democráticos. Chávez en cambio, era un militar golpista y solo por eso debió haber quedado fuera de toda consideración. Me importa un rábano que no haya en Venezuela una ley que prohíba a militares golpistas postularse a elecciones presidenciales.

No tiene que haber leyes, tiene que haber sentido común.

Lamentablemente el sentido común era el menos común de los sentidos por aquellos días en Venezuela. Chávez generó furor. Los jóvenes lo admiraban y con todo y su repugnante verruga las mujeres lo adoraban. María Isabel de Chávez era por entonces la mujer más envidiada del país. Los 23 gobernadores le dieron su apoyo al aspirante a dictador que nunca escondió su plan.

La posible injerencia cubana no era una preocupación. ¡Al contrario! Con excepciones, que siempre hay, para los venezolanos la Revolución cubana no era un temor sino un amor que parecía imposible y por tanto más deseable, el Che Guevara un ídolo y Fidel Castro, tremendo macho.

-Ese sí es un hombre -decían- Uno como él hace falta aquí pa' que ponga orden en esta casa.

-¿Aunque viole a la mujer y le de golpes a los hijos?

-No vale, tranquila, eso no va a pasar.

Así más o menos empezaban las conversaciones. Nadie me hizo el cuento, lo viví. Yo fui una de muchos cubanos que tratamos de abrirles los ojos a los venezolanos. Tarea inútil. Todo cuanto decíamos les entraba por un oído y les salía por el otro. "Quisiera irme en una balsa a Cuba con un cartel que diga Creo en la poesía de esta revolución", me escupió un día una amiga poeta muy
querida que hoy milita en la oposición.

Los más escépticos o moderados te decían "cualquiera menos un adeco o un copeyano". Pues bien, llegó un cualquiera y lo convirtieron en presidente. El 6 de diciembre de 1998 el 56.2 por ciento de los votantes lo eligieron. El 15 de diciembre del año siguiente fue aprobada mediante un referendo la Constitución Bolivariana y el 30 de julio de 2000 Chávez ganó con un 59 por ciento de los votos las elecciones para legitimar los cargos públicos establecidos por esa nueva constitución.

Según Rocío San Miguel, directora de la ONG venezolana Control Ciudadano, la asesoría de Cuba en el ejército venezolano comenzó en 2005. Dos años después se aprobó una reforma de ley que cambió la estructura de las fuerzas armadas y fue entonces cuando oficiales cubanos se habrían posicionado en áreas de operaciones de inteligencia, logística, comunicaciones e ingeniería militar.

Así lo explica el general venezolano Antonio Rivero, exdirector nacional de protección civil durante el gobierno de Hugo Chávez y actualmente líder de un partido político de oposición en declaraciones a ABC el 26 de septiembre de 2013.

La injerencia cubana no es causa sino consecuencia. Nauseabundo efecto secundario. Fruto podrido de creer en la "poesía" de la Revolución cubana.

La Venezuela de hoy es resultado de la idiotez, de un problema más que político, o además de político, social, cultural. Los latinoamericanos tenemos la mala costumbre de atribuir los éxitos a nosotros mismos, pero nuestros fracasos se los achacamos siempre a otros. Llevamos siglos lamentándonos... Somos pobres porque España nos robó el oro y subdesarrollados porque Estados Unidos nos explota.

Seguimos creyendo infantilmente en Robin Hood y vivimos rezando por la llegada de un mesías que de la noche a la mañana nos libre de todo mal. Jamás nos molestamos en buscar en nosotros mismos la cuota de responsabilidad que nos toca. En nuestra cultura la autocrítica es de mal gusto. ¿Lo digo yo? No.

Lo explicó magistralmente un venezolano, Carlos Rangel, en su ensayo Del buen salvaje al buen revolucionario, un libro publicado en los 70. Ha llovido desde entonces, sin embargo parece haber sido escrito ayer, lo cual es un signo inequívoco de que por desgracia, no ha habido evolución.

Nada hemos cambiado. En el último capítulo de El regreso del idiota (segunda parte del Manual del perfecto idiota latinoamericano) el trío de autores recomienda 10 libros que todo latinoamericano de izquierda debería leer. Del buen salvaje al buen revolucionario es uno de ellos; otro es La acción humana del economista austriaco Ludwig von Mises, brillante texto para entender que la prosperidad depende de decisiones individuales y estas a su vez de la información.

El cambio pues en Venezuela depende de todos los venezolanos y una buena tajada de la responsabilidad le corresponde a la oposición, que hasta ahora no ha sabido crear una estrategia efectiva, ni siquiera unirse y mucho menos crecer más allá de la clase media y parte de los estudiantes. En su infinita credulidad los opositores están convencidos de que son mayoría y de que el oficialismo solo gana elecciones haciendo fraude. Están seguros de que el poder les caerá obligatoriamente en las manos tan pronto Maduro renuncie (lo cual es improbable) o sea derrotado.

La realidad es que el gobierno venezolano tiene un apoyo considerable, que hay un sector de la población que no se identifica con el gobierno pero tampoco con la oposición y no debe ser ignorado, que no hay liderazgo real, que el diálogo fue un fracaso, que la promesa de Henrique Capriles de un chavismo sin Chávez no fue suficiente, y que la buena voluntad de Leopoldo López solamente lo condujo a la cárcel, de donde me temo -y lo lamento- que no saldrá en mucho tiempo.

Su ingenuidad aflora en el intercambio epistolar que sostuvo hace poco con Fernando Mires. Los invito a leer sin falta ambas cartas en Prodavinci.com. Si algo dice con razón Leopoldo es que la situación de su país es un rompecabezas muy difícil de armar. Por lo pronto le urge a Venezuela independizarse no de Cuba, sino del propio idiota político que en algún momento todos llevamos
dentro y también del victimismo y la disociación.

Mientras los venezolanos no encaren la realidad, dejen de culpar a agentes externos y antepongan la unidad por encima de diferencias personales, dudo que pueda haber -y menos en corto plazo- un cambio favorable en Venezuela. Lo peor, recuerden, no es haber sido idiotas sino seguir siéndolo.

Crisis en Venezuela

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