El espectáculo de la incivilización

Nada entretiene más al público que la tragedia y si incluye perversión sexual mucho mejor. Basta encender el televisor para constatar que es improbable encontrar alguna propuesta medianamente inteligente.
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"Claudio Pérez, enviado especial de El País a Nueva York para informar sobre la crisis financiera, escribe en su crónica del viernes 19 de septiembre de 2008: Los tabloides de Nueva York van como locos buscando un broker que se arroje al vacío desde uno de los imponentes rascacielos que albergan los grandes bancos de inversión, los ídolos caídos que el huracán financiero va convirtiendo en cenizas".

Con esa cita comienza Mario Vargas Llosa el prólogo a su libro "La civilización del espectáculo" (Alfaguara, 2012). En esta dura crítica a la sociedad actual, el Nobel de literatura 2010 le atribuye el triunfo del periodismo amarillista, la puerilidad de la política y la trivialización de la cultura, a la idea generalizada de que el único fin de la vida es comer, tener sexo y pasarla bien. Sin embargo, esta frívola idea de vivir para gozar contrasta con el supuesto gusto de los televidentes.

Según los directivos de los canales de televisión, nada entretiene más al público que la tragedia y si incluye perversión sexual mucho mejor. Basta encender el televisor para constatar que es improbable encontrar alguna propuesta medianamente inteligente que no esté, si no empapada, cuando menos salpicada de sangre y semen.

En los programas noticiosos es prácticamente imposible ver algo alentador. No es frecuente, pero posible con un poco de suerte, escuchar en la sala de redacción de un noticiero, a un productor exclamar con desencanto: "hoy el día está malo, no hay nada", tras comprobar sentado frente a su computador, que entre los cables de las agencias de noticias no hay ninguna catástrofe, o crímenes con sadismo, ni siquiera un incendio infernal, un aparatoso accidente, o por lo menos alguna persecución policial preferiblemente con final violento.

Lo habitual es oír a ese mismo productor gritar eufórico "¡esto está buenísimo!" ante titulares como estos: "Boko Haram secuestra a más de 200 niñas y las venderá como esclavas sexuales", "Desaparece avión de Malaysia Airlines repleto de pasajeros", "Naufragio de ferry es la mayor tragedia en la historia de Corea del Sur", "Estado Islámico difunde video donde decapitan a periodista estadounidense".

Ver que el mundo es solo desgracias, que casi no te dan opciones para la esperanza, me resulta difícil de asimilar. La fatalidad predomina en el periodismo de hoy en día -hablo en particular del periodismo hispano en Estados Unidos- y no únicamente en la televisión.

También en los medios impresos el periodismo -ese que uno siempre ha anhelado- ya no es nada investigativo, sino imitativo, repetitivo. La tragedia en cada página. Y para variar el show vulgar, el escándalo, cualquier chisme que llame la atención aunque sea de un artista de medio pelo. Lo importante es que venda y lo de menos que haya palabras mal escritas, párrafos incoherentes y anécdotas superfluas que por lo general son un calco de EFE, AP, u otras agencias.

En el brillante ensayo sobre ética Filosofía para desencantados, el filósofo mexicano Leonardo da Jandra le dedica algunos párrafos a la desafortunada contribución que han hecho los medios de comunicación al tiempo antifilosófico que vivimos.

En su opinión "el hecho de que los medios estén saturados de futbolistas, de chicas de pasarela, de comediantes, de opinólogos banales, y no de hombres y mujeres con capacidad de reflexión crítica, con aportación de ideas enriquecedoras; el hecho de que no existan propuestas de vanguardia y de que la mayor parte de la creación estética sea una mirada hacia el pasado y no una proyección hacia el futuro, son parámetros indicativos de una decadencia incuestionable".

Da Jandra sin embargo no cree -y yo tampoco- que detrás de esto haya una mente perversamente iluminada ni una intencionalidad económica. Eso sería atribuirles demasiada inteligencia y perspicacia a personajes que si han llegado a donde han llegado, no ha sido precisamente por su capacidad intelectual. Creo que más bien se trata de una combinación de factores, que han sabido aprovechar y fomentar. Eso es tema para otro artículo.

Frente a esta floreciente subcultura para tontos es urgente oponer rechazo, pero ante cualquier manifestación de protesta los directivos responden siempre con el hegemónico argumento del rating... "Ah, pero eso es lo que la gente quiere ver"- te dicen. Personalmente me molesta que quienes trabajamos en los medios de comunicación tengamos una soberbia tal que nos haga creer que el público es idiota, que no tiene criterio y que se tragará cualquier cosa.

Me he opuesto siempre a validar ese argumento, sin embargo cuando volteo la vista a las redes sociales ya no estoy tan segura. Allí donde la gente si tiene entera libertad para elegir lo que difunde y consume, veo que también la superficialidad es un rasgo prevalente.

Con el fin de documentarme para escribir este artículo he visto todos los videos del Ice bucket challenge que amigos, seguidores y celebridades han colgado en las redes. Mi perplejidad ha ido in crescendo al punto de que temo haberme predispuesto de forma tan negativa que sería incapaz de analizar el fenómeno con objetividad.

Me limito a preguntar: ¿No pueden simplemente donar el dinero? ¿Arrojarse hielo en la cabeza es un reto? ¿Qué tal dormir una noche en la calle para experimentar lo que siente un desamparado?
Siguiendo a Raimundo y todo el mundo nos lanzamos agua helada encima, pero después salimos a la calle y si alguien se nos acerca pensamos que nos va a pedir o robar. No sabemos ni como se llama el vecino y si el periódico se acumula frente a su puerta, no nos molestamos en tocar para saber si está vivo o muerto.

Contaminamos los mares, arrasamos los bosques y luego apoyamos una fundación ambientalista. En Facebook y YouTube son un éxito los videos de perros y gatos, pero los refugios para animales están repletos de mascotas abandonadas. La filantropía hipócrita es inaceptable.

La ocurrencia del reto del balde de hielo no hubiera pasado a mayores sin el concurso de las redes sociales La difusión de estupideces además de ser una muestra de poco juicio es un ejercicio de irresponsabilidad social. Compartir por compartir no es un valor en sí mismo. El término viral es relativo a virus, que no es nada bueno que yo sepa... ¿Alguien quiere uno?

No seré yo quien juzgue lo que otros divulgan en sus cuentas personales en las redes. Allá cada cual con su vida y la huella que deja. Pero si quiero apelar a la responsabilidad individual por ganar el respeto de los medios de comunicación. Tiene que haber una mejor manera de transmitir la información relevante y crear consciencia entre el público, pero no la habrá si no la exigimos.

Nosotros mismos, que también somos medios de nuestro propio mensaje, no deberíamos contribuir a sepultar bajo una capa de superficialidad a una sociedad que ya adolece de falta substancia. Si casamos la "viralidad" con la idiotez estaremos engendrando un mundo en lugar de sólido, gaseoso. Nada edificante.

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