Así es cómo Estados Unidos provocó la crisis de la frontera

8 eventos con los que EE.UU propició la crisis fronteriza
A young boy is is helped down from the top of a freight car, as Central Americans board a northbound freight train in Ixtepec, Mexico, Saturday, July 12, 2014. The number of unaccompanied minors detained on the U.S. border has more than tripled since 2011. Children are also widely believed to be crossing with their parents in rising numbers.(AP Photo/Eduardo Verdugo)
A young boy is is helped down from the top of a freight car, as Central Americans board a northbound freight train in Ixtepec, Mexico, Saturday, July 12, 2014. The number of unaccompanied minors detained on the U.S. border has more than tripled since 2011. Children are also widely believed to be crossing with their parents in rising numbers.(AP Photo/Eduardo Verdugo)

Los 57,000 niños de América Central que han llegado a través de la frontera entre Estados Unidos y México desde octubre del pasado año hasta la fecha lo han hecho impulsados, en gran parte, por el propio Estados Unidos. Aunque los demócratas y los republicanos se han señalado con el dedo el uno al otro, en realidad, la ola de inmigrantes procedentes de El Salvador, Guatemala y Honduras tiene sus raíces en seis décadas de políticas estadounidenses llevadas a cabo por miembros de ambos partidos.

Desde la década de 1950, Estados Unidos ha sembrado violencia e inestabilidad en América Central. Décadas de juegos políticos, astucia durante la Guerra Fría, unidas a la lucha global contra las drogas, han dejado un legado de caos y brutalidad en estos países. En muchas partes de la región, la sociedad civil dio paso a la anarquía. Éstas son las condiciones de las que los niños están escapando.

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1954: EE.UU. derroca Árbenz
(AP)
La historia de la desestabilización de América Central, liderada por Estados Unidos, se inició en 1954, con el golpe de estado y derrocamiento en Guatemala al presidente elegido Jacobo Árbenz, un líder populista inspirado por el “New Deal” (Nuevo trato) del presidente estadounidense Franklin Roosevelt. Árbenz tenía planes para un ambicioso programa de redistribución de tierras, cuyo objetivo era ayudar a una nación compuesta en gran parte de campesinos sin tierra.

Pero esos planes estaban en contra de los intereses de la United Fruit Company, una corporación estadounidense que poseía gran parte de las tierras cultivables en Guatemala, junto con las infraestructuras ferroviarias y un puerto. La Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) ayudó a diseñar el derrocamiento del gobierno de Árbenz, y sentó las bases para décadas de inestabilidad del gobierno y, como resultado, una guerra civil que cobró más de 200,000 vidas durante los años 80. Esa guerra no se resolvió hasta la década de los 90.

“Nuestra participación en América Central no ha sido muy positiva durante los últimos 60 años”, dijo a Huffington Post el representante demócrata Beto O’Rourke, de El Paso, Texas. “Se puede regresar al golpe de estado que derrocó a Jacobo Árbenz en 1954, que fue completamente respaldado por la administración de Eisenhower y los hermanos Dulles, quienes tenían un interés en la United Fruit Company, y cuya pelea con el gobierno realmente precipitó la crisis que resultó en el golpe”.

Y con esto se estableció un modelo. “Se ven las décadas después de eso, y los caudillos militares y las juntas, y las matanzas, y no es extraño que Guatemala esté en tal mal estado hoy”, dijo O’Rourke.
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EE.UU. impulsa guerras civiles
Junto con la guerra contra los movimientos de izquierdistas en Guatemala que duró décadas, EE.UU. organizó y financió la guerra alargada de El Salvador contra el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), identificado como un movimiento guerrillero de la izquierda. Estados Unidos también financió los esfuerzos de contrainsurgencia en Honduras, que se convirtieron en un precedente para la Contra. Los escuadrones de la muerte florecieron, más de 75,000 personas perdieron la vida y la sociedad civil se derrumbó.

Si la crisis de hoy fuera simplemente un resultado de la confusión de Centroamérica sobre la política del Presidente Obama en relación con los niños inmigrantes, como se afirma ampliamente, se podría esperar que el número de niños que vienen de cada país centroamericano sería igual. Pero significativamente, Nicaragua – un país que limita con Honduras y en el que Estados Unidos no pudo evitar que un gobierno de extrema izquierda llegara al poder – hoy es relativamente estable y no es una fuente de la migración desenfrenada. Está gobernado por el presidente Daniel Ortega, cuyo movimiento Sandinista tomó el poder en 1979 y mantuvo a raya a la Contra, respaldada por EE.UU., hasta que un gobierno de oposición fue elegido en 1990.

“Se ven los efectos directos de estas políticas de la Guerra Fría”, dijo Greg Grandin, un profesor de historia latinoamericana de New York University, a The Huffington Post. “Nicaragua no tiene realmente un problema de las pandillas, y los investigadores han remontado esto a la década de 1980 y a la política de la Guerra Fría de los Estados Unidos”.

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Refugiados huyen de América Central para Estados Unidos
(AP)
Con las guerras vienen los refugiados. Los jóvenes que llegaban a Estados Unidos, provenientes de América Central, a finales de los años 70 y los 80, tenían una experiencia profunda con la violencia. Cuando Alex Sánchez, director ejecutivo de Homies Unidos en Los Ángeles, hizo su primer viaje de El Salvador a Estados Unidos en 1979, sólo tenía 7 años de edad. Como muchos de los 57,000 niños detenidos actualmente en la frontera – la mayoría de ellos procedentes de América Central – Sánchez llegó en busca de sus padres, quienes habían emigrado cinco años antes a Los Ángeles. Cuando los adultos que viajaban con él y su hermano, de 5 años de edad, los entregaron a sus padres en California, Sánchez ya no los reconocía.

“Lo único que tenía era una foto en blanco y negro de mi mamá de cuando ella tenía 16 años”, dijo Sanchez a The Huffington Post. “Esas dos personas ahora eran desconocidos para nosotros. Ya no los conocíamos. Al principio pensamos que nos habían vendido y entregado a unos desconocidos – no sabíamos qué pensar de eso”.
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EE.UU. lanza la guerra contra las drogas mientras las ciudades se vacían
(Getty)
A mediados de los años ochenta, el presidente Ronald Reagan y su aliado demócrata, Joe Biden, entonces el presidente del Comité Judicial del Senado, se unieron para implementar sanciones draconianas por el uso de las drogas, entre ellas las sentencias mínimas obligatorias y las sanciones por el crack que eran famosamente más duras que las de la cocaína en polvo. La población reclusa de EE.UU. se elevó de 333,000 presos en 1980 a 1.57 millones en 2012, según la Oficina de las Estadísticas de la Justicia -- lo cual hace que EE.UU. cuente con la población reclusa más grande del mundo.
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La guerra contra las drogas y el encarcelamiento masivo resultan en un aumento en la violencia de pandillas
Una vez en Estados Unidos, Alex Sánchez, de 7 años, tuvo problemas con la adaptación a la escuela. Como salvadoreño, era un forastero. Como un niño que estaba recuperándose de la trauma de ver a cadáveres decapitados en el camino a la escuela o evitando atajos por vías férreas, debido a los disparos, estaba doblemente aislado de sus pares. Sus compañeros de clase lo golpeaban.

Un día, cuando un bully empezó a darle problemas, Sánchez se defendió. “Lo golpeé hasta que empecé a llorar”, dijo Sánchez. “Y para mí ese momento fue mi propia terapia. Liberé toda esta rabia que tenía adentro sobre ese niño”.

Las próximas etapas de la vida de Sánchez sirven como un microcosmos de la relación disfuncional de Estados Unidos con América Central y con sus propias "comunidades de color". Cuando Sánchez llegó a la secundaria, se unió a un grupo de salvadoreños que habían vivido experiencias similares a las de él, y así, en grupo, se protegían. Era la década de 1980, y al igual que otros adolescentes estadounidenses, escuchaban la música de heavy metal y llevaban el pelo largo. No era una pandilla – al menos no al principio – pero posteriormente se convirtió en una.

Para Sánchez, lo que comenzó como una forma de protegerse a sí mismo se transformó en una participación cada vez más grande en la cultura de las pandillas. Fue arrestado, y lo colocaron en un centro de detención juvenil, después en una cárcel. No le molestaba en aquel momento. Sabía que cuanto más tiempo pasaba en la cárcel, más credibilidad tendría con la pandilla a su salida. “Tenía una apuesta con un amigo sobre quién saldría de la cárcel primero”, dijo Sánchez. “Le gané por una semana”.

Sánchez y sus amigos se volvieron duros por sus encuentros con la ley. Las autoridades les cortaron el pelo largo que alguna vez los distinguía.

“Cuando la gente empezó a salir del centro de detención juvenil, llegaban con otra cultura diferente al vecindario”, dijo Sánchez. “No nos rehabilitaron, en realidad nos hicieron peores”.

La experiencia de Sánchez en el sistema penitenciario fue paralela a los cambios dramáticos de la aplicación de ley y encarcelamiento en Estados Unidos. “Se han tomado personas que eran delincuentes y los han transformado en pandilleros curtidos por su exposición a estas redes criminales extremadamente violentas y sofisticadas que operan desde las prisiones de los Estados Unidos”, dijo O’Rourke a HuffPost.
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Con un poco de estabilidad restaurada, Estados Unidos repatria a una ola de pandilleros a América Central
(AP)
Después de cumplir con sus condenas, muchos pandilleros fueron deportados a América Central, donde rápidamente se convirtieron en una fuerza dominante. “Establecieron sus propios dominios dentro de estos estados casi fallidos”, dijo O’Rourke. “Otra vez, se puede ver cómo se puede tener la situación que tenemos hoy en Guatemala, El Salvador y Honduras”.

La representante Karen Bass, demócrata de California, recordó haber crecido en Los Ángeles y haber visto cómo el problema de las pandillas evolucionó en un problema de deportación. “Recuerdo que sí deportamos a muchos, muchos salvadoreños”, dijo Bass durante una conferencia de prensa el mes pasado. “Exportamos un problema de las pandillas que luego floreció en esos países, y ahora estamos teniendo un efecto contrario al buscado”.

Robert López, que cubre las pandillas para el periódico Los Angeles Times, dijo a NPR que muchos de los miembros de las pandillas deportados prosperaron en sus países de orígenes. “He hablado con pandilleros veteranos que recuerdan los primeros días cuando llegaron, a principios de los 90 y a finales de los 80, y estaban allí con sus pantalones sueltos, sus cabezas rapadas y sus tatuajes de pandillas. Y esto fue muy atractivo para los jóvenes salvadoreños”, dijo López. “Uno de los miembros de una pandilla recordó haber iniciado cientos de nuevos miembros en cuestión de varios días”.

Sánchez fue uno de los que regresó. En el verano del 1994, fue deportado a El Salvador, un país que ya no conocía. Llegó con la dirección de su abuelo garabateada en un pedazo de papel.

En El Salvador, encontró un ambiente en el que la cultura de pandillas prosperaba. Apenas dos años antes, los Acuerdos de Paz de Chapultepec habían terminado más de una década de guerra civil, pero el país permaneció violento. La tasa de homicidios estaba a 139 por cada 100,000 en 1995, mucho más alta que cualquier otro país en la actualidad. Las instituciones públicas de El Salvador fueron debilitadas y sus familias fueron divididas por la guerra y la migración.

Las calles estaban llenas de niños sin hogar, conocidos como “huelepegas”, quienes eran acosados por la policía mientras mendigaban por monedas. Al igual que Sánchez en Los Ángeles, estos pequeños encontraron un refugio en las pandillas. Admiraban sobre todo a personas como Sánchez, quienes habían pertenecido a lo que los jóvenes locales consideraban las pandillas estadounidenses más glamorosas que habían visto representadas en la televisión, dijo Sánchez.

“Todo lo que tenían que hacer estos niños era ponerles un número en la cara e ir a pedir dinero y la gente estaba aterrorizada de ellos”, dijo Sánchez. “Antes, los trataban como mierda (sic). Ahora, decían, ‘Por favor, no me hagas daño’”.

Las pandillas que se originaron en Estados Unidos como Mara Salvatrucha (MS-13) o Barrio 18 son quizás las más conocidas, pero otros grupos similares surgieron en los países del llamado “Triángulo Norte” de Centroamérica -- El Salvador, Honduras y Guatemala.

Aunque los deportados trajeron muchas de estas pandillas a América Central, Steven Dudley, director de InSight Crime, una publicación especializada en temas de seguridad en América Latina, dijo que sería un error concluir que los deportados crearon el problema de la violencia en la región.

“La idea de que los deportados en sí mismos son la causa del problema de las pandillas en América Central es errónea”, dijo Dudley a HuffPost. “Sin duda ha sido un factor que ha contribuido, pero hay muchas razones para creer que las condiciones en las que estos deportados se han integrado son las que han permitido que estas pandillas aumenten”.
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EE.UU. intensifica la guerra contra las drogas
La gran mayoría de la cocaína que se consume en Estados Unidos se produce en Colombia. En los años 90, los gobiernos de Estados Unidos y Colombia, operando juntos bajo un pacto de seguridad llamado el “Plan Colombia”, diezmaron los cárteles de Cali y Medellín y rompieron las rutas de tránsito del Caribe. Así que el poder pasó a los cárteles mexicanos. En 2006, con el apoyo de los EE.UU., México lanzó una guerra total contra sus cárteles. La guerra ha dejado más de 70,000 muertos y ha socavado la fe del pueblo mexicano en su gobierno.

Desde entonces, la violencia se ha desplazado hacia el sur. Los cárteles – algunos liderados por las mismas personas que habían pertenecido a fuerzas especiales de Centroamérica financiadas por los EE.UU., como los Kaibiles de Guatemala – han llegado a América Central, donde han encontrado pandillas que están listas para participar en el comercio lucrativo y llevar a cabo trabajos más pequeños.

“Hoy se tiene un mercado de consumo [de la droga] cada vez más grande que estas organizaciones criminales están aprovechando para crecer y hacerse más sofisticadas”, dijo Dudley. “Los cárteles transnacionales tienen una visión más amplia. Esos grupos, aunque tengan contacto con o en algunos casos usan las pandillas para algunos trabajos, tal como asesinando a un rival, su relación no es una que es esencial u orgánica… [Las pandillas locales] hacen trabajo bajo contrato”.
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2009: Otro golpe
(AP)
En 2009, los militares hondureños, con el respaldo de la Corte Suprema, derrotaron ilegalmente al gobierno elegido del presidente Manuel Zelaya, un reformista populista. A diferencia de los gobiernos de América Latina -- cuyas historias están llenas de golpes de estado respaldados por Estados Unidos -- el gobierno estadounidense se opuso a usar la palabra “golpe” en este caso, e hizo muy poco esfuerzo para regresar Zelaya al poder, y en vez presionó a los vecinos de Honduras para que reconocieran al nuevo gobierno.

El gobierno de facto en Honduras usó a las fuerzas armadas para apaciguar las manifestaciones y restablecer el orden en la capital. Los cárteles intervinieron a lo largo de la frontera entre Honduras y Guatemala, aprovechando el vacío de poder, según un informe publicado en junio por el International Crisis Group.

“La policía local, siempre débil, cayó en un desorden”, dice el informe. “Estados Unidos, preocupado por proveer asistencia a un régimen irresponsable e ilegítimo, suspendió la ayuda no humanitaria, incluso la asistencia contra el narcotráfico. El resultado fue una ‘fiebre del oro de la cocaína’, ya que los narcotraficantes se apresuraron para obtener rutas por la región”.

Tuvieron éxito. Un informe del Departamento del Estado de 2012 estimó que hasta un 90 por ciento de las 700 toneladas métricas de cocaína que son enviadas de Colombia a EE.UU. cada año pasan a través de América Central.

Un incremento de la violencia acompañó el golpe de estado de 2009 y la expansión de las operaciones de los cárteles. El índice de homicidios en Honduras se disparó de un ya elevado 61 por cada 100,000 en 2008 a 90 por cada 100,000 en 2012, considerada la tasa de homicidios más alta del mundo, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.

Hoy, Honduras, El Salvador y Guatemala son lugares horrorosamente peligrosos. Los niños están huyendo. La respuesta de la mayor parte del Congreso y el Tea Party ha sido argumentar por la revocación de las leyes de inmigración para que Estados Unidos pueda deportar rápidamente a los niños y regresarlos a sus devastados países de origen.

Pero eso, dijo O’Rourke, es una abdicación de la responsabilidad. “Sólo por razones humanitarias básicas debemos hacer lo correcto por estos niños y aceptarlos como refugiados - o el término legal es ‘solicitantes de asilo’ pero éste es también nuestro problema, tenemos culpabilidad en él, ya sea con nuestra participación con los gobiernos violentos en el pasado, o si es el hecho de que somos el mayor consumidor del mundo de drogas ilegales que se transitan a través de estos países, o si se trata de la guerra contra las drogas que le hemos impuesto a estos países”, dijo O’Rourke. “Todas estas cosas contribuyen a la desestabilización, la inseguridad, el gobierno fracasado, la falta de desarrollo de la sociedad civil. Así que, primero, debemos ayudar ahora que hemos hecho tanto para crear esta situación, y segundo, debemos trabajar de forma constructiva con nuestros socios regionales para reconstruir estas sociedades lo mejor que podamos”.

La versión original de este artículo fue publicada en HuffPost Latino Voices por Ryan Grim y Roque Planas. La traducción es de María Guardado.

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