Chichicastenango: en el corazón del imperio maya

Chichicastenango: en el corazón del imperio maya

Texto y fotos por Nelson Rentería / ContraPunto

CHICHICASTENANGO - El autobús sube las colinas a toda prisa, a una velocidad increíble deja atrás la masa de casas y edificios de la Ciudad de Guatemala. En la cordillera montañosa, la unidad zigzaguea las prolongadas curvas sin problemas, mientras la música merengue suena con moderado volumen.

En el interior del bus los viajeros se mueven constantemente de un lado hacia otro, pero no es por el Baile del Perrito del dominicano Wilfrido Vargas, sino por la fuerza centrípeta que se ejerce sobre la masa corporal al tomar cada curva. A veces el hombro se exprime contra las paredes o lo saca del asiento.

A través del cristal se ve el cielo, por momentos de celeste claro y en otros tramos suele ser gris, también se observa la tierra negra, café o roja de los campos con sus matices de verde.

Durante la marcha el motor Caterpillar brama con fuerza en el clásico Blue Bird. La brisa fresca se cuela por las ventanas y acaricia la piel. Entre los asientos (una fila con capacidad para tres ocupantes y otra paralela con espacio para dos) el cobrador hace malabares para cobrar el pasaje. El viaje desde la capital guatemalteca hasta Chichicastenango cuesta unos 30 quetzales.

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A través de la CA1 Panamericana se puede llegar a diferentes sitios, el parque Turístico Sederos Alux, Chimaltenango; el lago de Atitlán, Quezaltenango, Chichicastenango y otros municipios de Quiché, el antiguo imperio del mundo Maya.

Los turistas recién llegados, que se delatan fácilmente por su atuendo y equipaje abundante, tienen una pregunta para cada kilómetro, ¿Cuánto falta para llegar? A lo que los acostumbrados usuarios locales responden: “Yo le aviso...”. Locales y extranjeros siguen moviéndose de un lado a otro.

Conforme el autobús se adentra en la cordillera, las calles se vuelven más empinadas. Las montañas están repletas de árboles y en otros sectores se evidencia el deslave de tierras. Los movimientos del bus recuerdan al andar de las serpientes, como recordando que en algún momento de la vida se debe reptar para llegar al destino.

Después de varias vueltas y unos 144 kilómetros recorridos, Chichicastenango se muestra en todo su esplendor. La ciudad forma parte de los 21 municipios del departamento de Quiché.

Paisaje de colores

Cuando la misión del invasor español Pedro de Alvarado llegó a conquistar en 1524 se hacía acompañar de varios indígenas Tlaxcaltecas, quienes al verse rodeados de numerosas plantas de Chichicaste no tardaron en bautizar el lugar como Tzitzicasteango, que se podría traducir lugar Cercado por Chichicaste.

Sus calles son angostas, algunas aún conservan su empedrado, mientras que otras tienen cobertura de cemento o asfalto. La ciudad está asentada sobre la falda de una montaña, donde el casco de la ciudad está, por así decirlo, en la cima. No tiene un orden definido y las estructuras de las casas no son uniformes.

Por entonces es jueves, junto al domingo, día de mercado. Una verdadera fiesta del arcoíris. Las calles están abarrotadas de vendedores y consumidores. Los numerosos puestos comerciales seducen a los visitantes con hermosas artesanías, telas, recuerdos en barro y madera, en definitiva, los jueves y los domingos, las arterias son un manjar de colores.

En una esquina, un local de máscaras de madera con figuras de animales, elaboradas con varios detalles y tonalidades. Un jaguar, un mono, un venado, un coyote, antifaces inspirados en las bestias divinas que maravillaron a los ancestros mayas.

En el lado opuesto una comerciante de telas. Unas tienen flores, líneas gruesas y delgadas, otras cuentan historias en el bordado, que distinguen a una etnia de otra. También ofrecen cargadores de bebés, pulseras y muñecas.

La población de Chichicastenango se dedica principalmente al turismo, al comercio y a la elaboración de artesanías, según la Coordinadora Indígena de la ciudad. Las estadísticas indican que de los más de 140 mil habitantes, el 98 por ciento son del pueblo originario maya kiché y el restante 2 por ciento no es indígena.

Según el gobierno de Guatemala en la ciudad un 83 por ciento de la población vive en pobreza.

Para poder ofrecer sus productos a los visitantes, los chichicastecos deben saber al menos dos idiomas, el español y el inglés, sumado a su lengua, el k’iche’. Generalmente entre ellos prefieren hablar su idioma.

En aquel paraíso de colores con muchos productos por comprar, tener el cabello rubio y la piel blanca se vuelve una aventura, es como una flor en medio de un campo donde las mariposas llegan a saciarse.

Los comerciantes extienden sus productos, rodean al posible comprador y con un sutil cantado al hablar dicen, Qué amiga, Ofrezca amiga, Qué vas a llevar amiga. El regateo puede durar cuadras de camino, sin que el turista logre disuadir a los comerciantes con acento su extranjero, No compro, no compro.

Pero otros compran de más. En un chalet de comida del mercado se comenta la historia una americana que se quedó sin dinero para comer, por lo que aprendió el arte del trueque, ofreció una de las telas de colores que compró un día antes a cambio de un suculento plato de pollo frito.

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En el pueblo es imposible no resistirse a la seducción de los colores, literalmente están hasta en el cementerio. Los campos santos tienen un código de tonalidades para distinguir a los padres, abuelos y niños. En aquel poblado es imposible, que incluso, al cerrar los ojos las personas vean colores.

Siguen de pie

Tecún Umán fue el último rey del imperio Maya. La historia cuenta que luchó con la fuerza del jaguar para resistir, sin fortuna, a la invasión española, liderada por Alvarado. Desde entonces, sus sucesores buscan mantener con vida sus costumbres ancestrales.
Al igual que el resto de Latinoamérica, los pueblos originarios sufrieron en los siguientes cinco siglos el dominio, represión, marginación y discriminación de españoles, criollos, terratenientes y militares.

La más reciente ocurrió durante la guerra civil de Guatemala (1960-1996) en el que perdieron la vida 250.000 personas, la mayoría de pueblos originarios. Un informe de Derechos Humanos de Guatemala indica que en 30 años de conflicto, el Ejército realizó más de 620 masacres.

“Hay que precisar que estas masacres tuvieron como víctimas a comunidades mayas, precisamente en núcleos rurales de población civil desarmada que no opuso resistencia alguna. En ningún caso, por tanto, estas matanzas correspondieron a choques armados entre el Ejército y la guerrilla”, indica el documento.

El militar Efraín Ríos Montt, un general golpista centroamericano, es uno de los acusados de ordenar la masacre de miles de indígenas en varias comunidades entre 1982 y 1983, supuestamente por colaborar con el movimiento guerrillero guatemalteco.

Ríos Montt de 86 años, un ferviente evangélico-pentecostal, está siendo procesado en un histórico juicio por delitos de Lesa Humanidad y Genocidio contra el grupo Ixil. Junto a Ríos Montt, también será procesado su antiguo jefe de Inteligencia Militar, el general José Rodríguez.

Este es el primer caso donde un ex Jefe de Estado es procesado por la justicia.

Los dirigentes indígenas de Chichicastenango recuerdan con amargura el oscuro episodio que duró tres décadas de conflicto. Los pueblos eran perseguidos por el solo hecho usar sus trajes típicos, practicar sus costumbres o hablar su lengua.

“Consideraban que la pobreza y el atraso en Guatemala era por los indígenas. Hicieron un examen y ven que en la parte de Quiché está el atraso y deciden liquidar a estas personas porque son parásitos del pueblo”, explicó el chichicasteco Julián Chumill.

La firma de la paz llegó el 29 de diciembre de 1996 y con ello los pueblos originarios dejaron de ser perseguidos en toda Guatemala. Los indígenas pueden utilizar sus trajes en las oficinas de gobierno y en las escuelas (en lugar de uniformes), pueden hablar libremente su idioma y practicar sin represalias sus costumbres.

Los dioses creadores

En Chichicastenago hay dos iglesias coloniales una frente a la otra. Una situada en el oriente y la otra en el poniente. Simboliza la vida y la muerte. El dios Sol nace pero también muere.

En medio de los dos templos está el llamado Palo Volador, un tronco de pino de unos 30 metros de altura, donde los kiché realizan la danza del Mono. Pero cuando no hay fiestas, el inmenso palo, que sobresale de entre las ventas y comedores, pasa desapercibido.

En esta iglesia central de la ciudad se da un suceso único en toda Latinoamérica, es el único sitio donde se celebran todos los días y al mismo tiempo dos ceremonias distintas, la misa de los cristianos y la entrega de ofrenda de los mayas a los dioses.

Mientras el sacerdote consagra el Cuerpo y Sangre de Cristo, en las escalinatas de piedra los adoradores elevan sus plegarias y depositan sus ofrendas a sus dioses creadores del mundo. En estas dos celebraciones distintas se evidencia la lucha por siglos entre dos culturas que ahora conviven paralelamente.

Ese lugar, en esas gradas de piedra al pie del templo, otrora fue un lugar sagrado para los mayas, pero que fue usurpado por los sacerdotes colonizadores y destruido para construir la iglesia de Santo Tomás, patrono de la ciudad.

Pero en esta ciudad situada a más de 2 mil metros sobre el nivel del mar y cuya temperatura se mantiene entre los 12 grados centígrados, hay muchas más cosas que tradiciones religiosas. Acá el Fray Francisco Ximénez descubrió el libro sagrado del Pop Wuj (Popol Vuh).

Este manuscrito original fue sustraído de la ciudad y ahora es expuesto en Chicago. Pero los mayas están empeñados en recuperarlo.
Han iniciado diálogos para traerlo de vuelta y exponerlo en la ciudad donde fue dictado por los dioses creadores a los escritores Kiché.

En Chichicastenango los pueblos originarios tienen dos tipos de gobierno, el ancestral y el “oficial”, hay un alcalde municipal y un alcalde maya, existe un consejo de ancianos que dirimen problemas económicos, matrimoniales e incluso judiciales con el valor de la palabra.

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Para ellos, la promesa y la palabra de un hombre y una mujer tiene más peso que la ley. El valor de la palabra, le llaman. Un préstamo de dinero o un matrimonio no requiere de documento avalado por el abogado. Basta la palabra. Para esta comunidad una promesa es una promesa. Un acuerdo no se viola. No hay espacio para los mentirosos.

Tampoco para los ladrones, pese a que la presencia policial es casi inexistente. Si alguien se le ocurre hurtar a un local o un turista, los mayas hacen sonar un pito y la comunidad se encarga de castigar al pillo.

El castigo consiste en mandar a barrer la ciudad durante un tiempo con un chaleco que dice, Yo barro porque soy ladrón. Pese a que esta acción resulta incomoda para algunos conservadores, para las autoridades indígenas es mejor que enviarlos a la cárcel donde aprenderán peores mañas.

En la ciudad el olor a pollo frito inunda los espacios, en cada esquina se tuestan las tortillas azules y blancas, que se pueden combinar con atoles, de chocolate y café. Pero no se puede ser mezquino con la madre tierra, ella los sustenta. Antes del primer sorbo se verte un poco en el suelo.

En fin, los pueblos originarios están muy orgullosos de sus costumbres, de su lengua, de su historia, del legado de sus ancestros. Lo portan como el mejor de los vestidos frente a quien sea. Son orgullosos de ser mayas.

“Cuando nos reunimos oficialmente con el presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, yo hablé en mi idioma K’ich’e. Si él quiere saber que estoy diciendo, pues que contrate un traductor”, dijo Chumill.

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