Mujeres modernas: ¿arrepentidas?

Mujeres modernas: ¿arrepentidas?

Advertencia: Esta columna está basada en focus groups realizados en lugares desconocidos y no en las experiencias personales del autor. Está prohibida su lectura a las mujeres.

Ilustres caballeros que día a día nos reunimos en este espacio a conversar de nuestros temas de "hombre a hombre", les traigo hoy un email que me han enviado más de cuatro lectoras, suplicándome que lo publique. Parece que su vida "moderna" ya no las hace tan felices y aunque este correo es un caso particular creo que se debe revisar para ver en qué nos puede afectar a los hombres.

Según tengo entendido cada vez le agregan nuevos párrafos a este escrito melancólico que anuncia al mundo que ya muchas mujeres modernas se han rendido ante sus afanes de controlar el mundo y desean volver a patrones de familia de hace 30 o 40 años.

¿En qué les podemos ayudar? ¿Cómo podemos sacarlas de ese lío? La respuesta espero podamos encontrarla juntos. A continuación esta carta que revela un caso excepcional o tal vez y no lo sepamos los hombres muy generalizado entre el gremio femenino.

Carta de lectora:

Son las seis de la mañana y el despertador no para de sonar y ya no tengo fuerzas ni para tirarlo contra la pared. Estoy acabada. No querría tener que ir al trabajo hoy. Quiero quedarme en casa, cocinando, escuchando música, cantando, etc. Si tuviera un perro, le pasearía feliz por los alrededores. Todo, menos salir de la cama, meter primera y tener que poner el cerebro a funcionar.

Me gustaría saber, ¿quién fue la bruja imbécil, la matriz de las feministas, que tuvo la mala idea de reivindicar los derechos de la mujer?, y ¿por qué hizo eso con nosotras, que nacimos seguramente después de ella?

Estaba todo tan bien en el tiempo de nuestras abuelas; ellas se pasaban todo el día bordando, intercambiando recetas con sus amigas, enseñándose mutuamente secretos de condimentos, trucos, remedios caseros, leyendo buenos libros de las bibliotecas de sus maridos, decorando la casa, podando árboles, plantando flores, recogiendo legumbres de las huertas y educando a sus hijos. La vida era un gran curso de artesanos, medicina alternativa y cocina, hasta que llegó la "digna feminista" que cambió todo.

Después todo se había puesto mejor, teníamos servidumbre, llegaron el teléfono, las telenovelas, la píldora, el mall, la tarjeta de crédito, ¡ahora el Internet! Cuántas horas de paz, solas, y realización personal, nos trajo la tecnología. Hasta que vino una idiota -a la que por lo visto no le gustaba el sostén-, a contaminar a varias otras rebeldes inconsecuentes con ideas raras sobre "vamos a conquistar nuestro espacio". ¡Qué espacio ni qué nada! ¡Si ya teníamos la casa entera! ¡Todo el barrio era nuestro, el mundo a nuestros pies!

Teníamos el dominio completo sobre los hombres; ellos dependían de nosotras para comer, vestirse y para hacerse ver bien delante de sus amigos. Y ahora... ¿dónde carajo están?

¿Nuestro espacio? Ahora ellos están confundidos, no saben qué papel desempeñan en la sociedad, huyen de nosotras como el diablo de la cruz.

Ese chistecito, esa gracia feminista, acabó llenándonos de deberes. Y lo peor de todo, acabó lanzándonos dentro del calabozo de la soltería crónica aguda. O si no con un marido con el que me veo en la obligación de trabajar como sea para mantener una vida similar a la del resto de tontas que se matan como yo en un trabajo que no me deja disfrutar de mis hijos, perdón... ¿cuáles hijos? Aún no he tenido y me acerco a los 40.

Antiguamente, los casamientos duraban para siempre. ¿Por qué?, díganme, ¿por qué un sexo que tenía todo lo mejor, que sólo necesitaba ser frágil y dejarse guiar por la vida, comenzó a competir con los machos? ¿A quién se le ocurrió?

Todo el día frente al computador para salir con los ojos rojos (por el monitor, claro, porque para llorar de amor no hay tiempo). ¡Y mira que teníamos todo resuelto!

Estamos pagando el precio por estar siempre en forma, sin estrías, depiladas, sonrientes, perfumadas, uñas perfectas, sin hablar del currículum impecable, lleno de diplomas, doctorados y especialidades.

¿No era mejor, mucho mejor, seguir tejiendo en la silla mecedora? ¡BASTA!

Quiero que alguien me abra la puerta para que pueda pasar, que corra la silla cuando me voy a sentar, que me mande flores, cartitas con poesías, que me dé serenatas en la ventana. Si nosotras ya sabíamos que teníamos un cerebro y que lo podíamos usar. ¿Para qué había que demostrárselo a ellos?

Ay, Dios mío, son las 6:30 a.m. y tengo que levantarme. ¡Qué fría está esta solitaría y grandísima cama! !Ahhh!, quiero que un maridito llegue del trabajo, que se siente en el sofá y me diga: "Mi amor, ¿no me traerías un whisky, por favor?", o "¿Qué hay de cenar?"; porque descubrí que es mucho mejor servirle una cena casera que atragantarme con un sándwich y una coca-cola ligth mientras termino el trabajo que me traje a casa.

¿Piensas que estoy ironizando? No, mis queridas colegas, inteligentes, realizadas, liberadas y abandonadas. ¡PENDEJAS! Estoy hablando muy seriamente. Renuncio a mi puesto de mujer moderna.

¿Alguien más se suma?

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Señores es un caso particular, pero igual debe tenerse en cuenta. ¡Feliz día de Acción de Gracias!

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¡Adiós a la mujer perfecta y bienvenida la mujer libre!

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