Historias de indocumentados: Detrás del sueño americano, ¿vale la pena venir? (Segunda parte)

Detrás del sueño americano, ¿vale la pena venir?

Por amor atravesó todo México y después el desierto de Arizona a pie entre sufrimientos y alimañas… y hoy lo lamenta.

“Caminamos toda la noche.No se veía nada, solo se escuchaba la voz del 'coyote' dando instrucciones. Recuerdo que estuvimos a punto de caer en una barranca y matarnos, pero fuimos muy afortunados porque justo antes de caer escuchamos las voces de los agentes de la migra. Eso nos salvó porque inmediatamente nos detuvimos y nos quedamos sin movernos en absoluto silencio. Por suerte los agentes se alejaron sin darse cuenta de nuestra presencia y luego escuchamos la voz del 'coyote' dando instrucción de seguir adelante”.

Así continúa su narración Linda Poroxon, una inmigrante indocumentada que en la primera parte de esta serie explicó en exclusiva a HuffPost Voces la razón por la que un día decidió hacer el largo y peligroso recorrido desde su natal Guatemala hasta el estado de Arizona y cómo eso convirtió su vida en una serie de hechos desagradables que en vez de beneficiar su vida terminaron estropeándola.

Una vez que atravesó toda la Republica Mexicana, Linda, su novio y doce personas más llegaron a la ciudad de Nogales, Sonora, fronteriza con Arizona, y allí iniciaron el recorrido a pie por el desierto.

“Poco después, sin querer, el grupo se dividió en dos y afortunadamente el 'coyote' se dio cuenta y se regresó para volver a juntarnos y porque, nos dijo, no podía llegar sin ‘su carga y no cobrar’”.

En algunos tramos los guatemaltecoscaminaban sin saberlo a través de propiedades privadas.

“Ibamos atravesando un rancho ganadero cuando de repente un hombre a caballo nos alcanzó y nos apuntó con un rifle; el 'coyote' nos dijo que tuviéramos calma porque el vaquero podía disparar; habló con él y vimos que le pagó para que nos dejara pasar”, recuerda Linda.

Después el grupo volvió a encontrarse con agentes de la Patrulla Fronteriza pero no los descubrieron y pudieron continuar aunque un poco después se dieron cuenta de que estaban dando vuelta en "U", pero afortunadamente rencontraron el rumbo sin mayores contratiempos.

“Llegamos a donde nos estaba esperando un camioneta Van, junto a una carretera, después de haber caminado dos noches y un medio día”, platica Linda.

Las luces de Phoenix

En este punto de la narración las lágrimas inundan los ojos de Linda y revive la enorme emoción que sintió cuando a lo lejos vio, en medio de la oscuridad de la noche, el gran manchón de luces de la ciudad de Phoenix.

“Faltaba mucho todavía pero estábamos más cerca de nuestro destino. Me emocioné cuando vi que lo había logrado. Estaba viva y lista para iniciar mi vida con Alejandro”, platica.“Llegamos a donde nos estaba esperando otro vehículo para llevarnos a una casa que estaba a la orilla de la ciudad, en donde nos metieron a todos en un cuarto y conforme los familiares pagaban el resto del dinero adeudado a los polleros íbamos saliendo. Alejandro y yo tuvimos que esperar encerrados durante una semana porque la familia de mi novio no entregaba el dinero. Nos amenazaron con devolvernos, y esto sí nos asustó mucho porque sabíamos que los polleros acostumbran a abandonar a las personas en el desierto para que la migra las detenga”.

Finalmente llegó el pago y Linda y Alejandro quedaron libres, pero ella no imaginaba que otro viacrucis estaba por empezar. Había sobrevivido a los peligros del desierto, pero ahora le faltaba sobrevivir a la selva de concreto, la discriminación y el abuso a su integridad y persona.

¿Una nueva vida?

Alejandro y Linda empezaron una nueva vida. Ella fue a vivir temporalmente al departamento de un primo de su tío y su esposa, mientras él lo hizo con unos amigos y consiguió trabajo en una mueblería,ensamblando muebles,para lo cual un amigole “prestó” un número de seguro social. Después tuvo que conseguir otro número pero éste pertenecía a una persona que debía pagar manutención, por lo cual descontaban una cantidad automáticamente de su cheque,de manera que Alejandro recibía una paga incompleta.

“Yo tuve que buscar trabajo para ayudarlo con los gastos y mi sueño de seguir estudiando se acabó poco después de que nació mi primer hijo. Después vino el segundo y luego el tercero y, aunque en medio de estrecheces, la íbamos pasando”.

Así fue pasando el tiempo hasta que pronto Linda sintió que las cosas estaban cambiando.

“Mi marido empezó a ser diferente y yo no sabía por qué. Habíamos vivido en paz durante seis años con nuestros hijos, rentábamos una casita, pobre pero bonita, y gozábamos de buena salud. Teníamos problemas económicos, cierto, porque le quitaban la mitad de su sueldo por la deuda de pensión alimenticia que tenía el verdadero dueño del número de seguro social, pero yo lo ayudaba limpiando casas y haciendo comida para vender. Pero de ser un marido y padre amoroso cambió totalmente. Se volvió lejano, intolerante, con frecuencia no llegaba a casa y me empezó a maltratar. Yo pensaba que era por nuestra situación migratoria y que estaba preocupado por la nueva ley SB1070, o porque tenía que manejar sin licencia y temía que lo detuviera el sheriff Arpaio. Nunca me imaginé que su cambio era porque tenía una relación extramarital con una mujer mayor que él. No lo podía creer y fue un trago muy amargo cuando me enteré”, recuerda Linda.

Cuando Linda le reclamó, él la golpeó y la ofendió.Le gritó que su tío le había dicho que su segundo hijo no era de él. “La verdad es que su tío le envenenó la mente para vengarse de mi papá, con quien había tenido diferencias, y esto provocó que nuestros problemas se acentuaran”, explica ella.

El problema de la violencia conyugal se fue acentuando hasta que se convirtió en una situación insufrible y ella comprendió que vivir con Alejandro era no sólo difícil sino también peligroso.

Un refugio

Sin hablar inglés, pero con la ayuda de su hijo mayor, que es bilingüe, Linda se dio a la tarea de buscar un refugio. Pidió ayuda a una de las personas con las que trabajaba, y fue quien la ayudó a ingresar con sus hijos a un refugio para mujeres maltratadas, donde dan albergue por 45 día sasí como asesoría legal.

“Me costó mucho trabajo llevar a mis hijos a ese lugar, porque un refugio no es el mejor lugar para ellos pero lo hice ante la emergencia. Pero lo más importante que me sucedió es que mi amiga me ayudó a recobrar mi autoestima y a no dejarme vencer. Ahora no era el reto de cruzar un desierto desconocido, o evadir a la migra; ahora tenía la responsabilidad de llevar por buen camino a mis tres hijos, nacidos en Estados Unidos, con su padre o sin él.

Cuando Linda salió del refugio se encontró sin casa, sin marido, sin dinero, con enorme problemas y un futuro de lo más incierto. Pero continuó trabajando en la limpieza de casas, se consiguió una humilde vivienda y, con mucho esfuerzo, logró reiniciar su vida.

“Todo lo que haga hoy tiene que ser en función de mis hijos y de su futuro. No puedo regresarme a Guatemala, que es lo que más deseo, porque es un país que no es el de ellos, donde no hablan su idioma y no conocen su cultura. Serian objeto de burlas de la gente por ser ‘gringos’”, se lamenta.

Linda platica que decidió divorciarse formalmente y lo consiguió, a pesar de que Alejandro dejó a su amante, le pidió perdón y deseaba que reconstruyeran su matrimonio. “Nunca lo acusé de violencia doméstica porque sabia que lo podían deportar, y bueno, a fin de cuentas es el padre de mis hijos y ellos lo quieren y buscan. Ya bastante preocupación tienen los niños en pensar que se pueden quedar sin sus padres si nos atrapan y nos deportan. Tienen pavor a quedarse solos. Viven entrampados porque nosotros de forma irresponsable les dimos esta vida.Por eso mi prioridad, sea como sea, es sacarlos adelante y evitar que sufran lo menos posible porque ellos no tienen la culpa de nuestras malas decisiones”.

Linda fija su mirada en la lejanía y sostiene: “Si pudiera retroceder el tiempo no repetiría lo que he hecho. No valió la pena todo esto en que me metí,en que metí a mis padres y ahora a mis hijos. No puedo ir a mi país, no he visto a mis padres desde hace 13 años y no sé cuándo los veré. Mi madre está enferma de diabetes y por más que quisiera estar con ella no puedo.Pero lo hecho hecho está y sólo quiero seguir luchando por mis hijos y ayudarles a alcanzar sus metas en sus estudios para que sean profesionales, para que sigan en Estados Unidos que es un gran país. Yo estoy preparada para cualquier problema, por si se llegara el caso de una deportación, y evitar que nos separen; pero espero que no pase nada y que pronto se haga una reforma migratoria”, concluye Linda y nos deja su historia de dolor, problemas y temores, pero que por desgracia vemos que se repite cada día en millones de casos similares que existen por todos los rumbos del país.

Before You Go

Popular in the Community

Close

What's Hot