Alumnos migrantes: del campo a la universidad

Alumnos migrantes: del campo a la universidad

Cuarta y última parte

En esta serie de artículos hemos conocido el drama que viven los alumnos y sus familias, inscritos en el Programa Migrante que fue instituido por el gobierno federal para darle educación a los hijos de trabajadores del campo que se trasladan de una a otra región en donde se requieren sus servicios en las siembras y cosechas de temporada.
Esta es la última parte de la difícil situación que viven estos trabajadores y sus hijos, la cual hemos narrado en los cuatro capítulos que integran esta serie exclusiva de Huffpost.Voces.

Los padres de Guadalupe: del campo a la cocina

Benjamín, el padre de Guadalupe Gamboa, ya es residente permanente de Estados Unidos, y su mamá, Irma Angélica Guerrero, es ciudadana. Ambos son oriundos del estado de Nayarit, México, y llegaron a Arizona procedentes de California con la intención de trabajar en los campos agrícolas. “Arreglamos papeles porque el trabajo de campo que teníamos nos permitió calificar durante la amnistía de 1986 y porque teníamos nuestra visa como trabajadores del campo”, explica Irma. “Nos tuvimos que cambiar a Arizona porque mi hermana ya vivía aquí y la vida es mucho más barata. En California pagábamos 800 dólares por dos cuartos y aquí por esta casa pagamos 580”.

Alumnos migrantes del campo por Victoria Ortiz

“Aplicamos para el trabajo del campo en Arizona pero no nos han llamado y no podemos esperar más, porque somos cinco de familia y tenemos que comer”, afirma Benjamín, el padre de Guadalupe, quien estudia en la escuela Mileniumm dentro del programa para estudiantes migrantes, aunque han estado en peligro sus estudios por la falta de oportunidades de trabajo para sus padres en los campos agrícolas, por lo que Benjamín consiguió trabajo de mesero.

“Estaba obligado a conseguir empleo en el campo pero no encontré, sin embargo pude demostrar que he tratado y por eso mis hijos calificaron para seguir en el Programa Migrante”, explica Benjamín quien dice que en el restaurante “hace de todo” y le pagan 8.50 dólares la hora, que es un poco más de lo que se gana en el campo.

“Yo estaba muy preocupado por mis hijos, principalmente porque temía que Guadalupe no siguiera sus estudios porque cuando faltó trabajo aquí nos tuvimos que ir a México y él dejó de estudiar, nos fuimos porque allá no pagamos renta y todo es más barato. Acepto que esto afectó la vida de mi hijo pero no tuvimos otro remedio; lo malo es que los programas binacionales del programa migrante no llegan a lugares como mi pueblo, y esto es un gran problema para los muchachos porque además de no hablar, escribir o leer español, no hay ningún programa que los ayude a seguir estudiando”, cuenta Benjamín. “Además en México piden muchos requisitos para inscribirlos cuando los muchachos son ciudadanos norteamericanos y es muy triste ver cómo nos tratan a pesar de que saben que somos de origen mexicano y que tenemos la doble nacionalidad… la verdad es que nos sentimos rechazados. Guadalupe no podía seguir sus estudios porque le pedían un permiso especial de la Secretaría de Relaciones Exteriores que cuesta veinte dólares y que lamentablemente tardaron demasiado tiempo para emitirla”.

Embarazo y trabajo rural

Irma Guerrero, la madre de Guadalupe, recuerda su vida como esposa y madre migrante. “Yo pasé hambre en el campo… -dice- trabajábamos en los huertos de olivos en California, nos íbamos a trabajar desde la madrugada y al final de la jornada comíamos taquitos y una vaina que es larguita y agria pero evita que te deshidrates… con eso me llenaba. Mi hijo Lupito me ayudaba a cargar la canasta de los olivos y también me ponía la escalera para subir y bajar de los árboles porque yo estaba embarazada… Mi esposo también trabajó pizcando higos y fresas; gracias a Dios allá no nos llegó la Migra”.

Los recuerdos de Irma han quedado atrás, y hoy se siente muy orgullosa de que su hijo Guadalupe, a pesar de tantas barreras en el camino, este año se gradúa con honores de la escuela secundaria.

“Nunca esperé que Guadalupe terminara sus estudios con honores porque es muy tímido, pero para mí es lo máximo que mi hijo se pueda graduar”, afirma.

Al contrario de Daisy, Guadalupe quiere seguir estudiando una carrera de avances tecnológicos, pero tiene el problema de que únicamente poseen un auto, que usa su papá para ir a su trabajo y por eso, como dice su mamá, “quiere ‘agarrar’ un trabajo para poder comprarse un carrito. Ya está aprendiendo a manejar y creo que pronto se va a solucionar todo para que pueda ir a la universidad”.

La hija mayor de la familia Gamboa, Abigail, estudió y vive en México. “Le falló el inglés –dice su mamá- y le tocó la peor parte porque en California nunca nos explicaron lo que era el Programa Migrante, solo los apuntaban en la escuela y no les explicaban nada, no nos tomaban en cuenta, lo contrario de Arizona en donde Rosa González, la coordinadora de la escuela Milennium, nos apoyó. Incluso le dio a Guadalupe lentes nuevos porque los que tenía los traía pegados con ‘tape’ porque no teníamos para comprar unos nuevos… gracias a ella todo cambió”.

La existencia del trabajador migrante no es fácil y quizás a quienes más impacta es a los hijos. El hermano de Guadalupe, de 21 años, vive por voluntad propia encerrado en su cuarto la mayor parte de su tiempo. “Mi hijo es demasiado tímido y yo, preocupada por esto, lo llevé al doctor quien le diagnosticó fobia a los extraños. Creo que es porque tenemos que movernos continuamente de lugar y no siempre encontramos un ambiente amable en el camino”, dice su mamá. “A él le dieron clases en casa para poder estudiar, pero ha sido muy lento su aprendizaje porque la barrera del idioma lo afecta mucho”.

La más pequeña de la familia, de 4 años, habla más inglés y lo hace de forma natural y fluida, pero sus padres tienen dificultad para comunicarse con la pequeña. “Para mi esposo es difícil contestarle; yo sí hablo un poco de inglés porque trabajé de cajera en una tienda de autoservicio y allí aprendí, pero sí nos afecta no hablarlo bien porque no sabemos qué pasa en el mundo de nuestros hijos”, termina diciendo la madre de Guadalupe.

Ojalá que todos lleguen a la universidad

El superintendente del Departamento de Educación de Arizona, John Huppenthal, dice que se preocupa de que todos los muchachos hijos de trabajadores migrantes tengan acceso a una educación de calidad. “Es muy importante tener personal calificado que identifique a todos los hijos de trabajadores temporales, porque son jóvenes que si no se les motiva o guía por el camino de la educación y del aprendizaje correcto del inglés no van a poder competir y obtener un mejor trabajo”, afirma en entrevista para Huffpost Voces.

“Ojala que todos lleguen a la universidad y se superen porque estamos conscientes de que la deserción de estudiantes rurales en Arizona es grande y por eso estamos enfocándonos en cada una las ciudades agrícolas”, dice. “Arizona todavía tiene muchas áreas rurales, como Yuma y Tucson, que albergan a miles de trabajadores de origen latino y nos importa mucho que se sepa que el programa migrante no tiene ninguna preferencia étnica, es para todos, desde kínder a high school, porque a “todos” se les mira con los mismos ojos”, afirma el superintendente.

Huppenthal señala que le preocupa cuando los estudiantes viajan a su país de origen y pierden clases. “Por eso –dice- estamos implementando programas en nuestro sitio web para que continúen estudiando en su país y cuando regresen tengan sus créditos”. El funcionario también está consciente de que muchos muchachos tienen problemas para estudiar en su país de origen porque no hablan español y por eso el Departamento de Educación de Arizona mantiene pláticas binacionales para reforzar la meta de que todo estudiante pueda continuar su educación hasta graduarse de “high school” por medio del Programa Migrante.

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