Indígenas mexicanos luchan por sobrevivir en los campos de California

Mixtecos y otros grupos oaxaqueños buscan cómo sobrevivir en California

MADERA, California— Cuando Silvia Rojas, nacida en Santiago Tiño, municipio de Juxtlahuaca, en Oaxaca, México, tenía 16 años, su padre la trajo a California, donde él trabajaba en el campo.

“Tenía que estar aquí para que me declarara en los impuestos”, dijo Rojas con un toque de humor. Se establecieron en Madera, en el corazón del Valle Central de California, una de las zonas agrícolas más ricas del país.

Rojas es de origen mixteco, una de las 16 étnias reconocidas en el estado de Oaxaca.

Hoy, 20 años después de ese viaje, Rojas vive junto a su esposo y cinco hijos en una granja. “Mi esposo trabaja aquí; el salario es bajo pero no pagamos renta”.

Ella labora de manera temporal en el campo. “Es trabajo duro y se gana poco”. Según Rojas, un jornalero agrícola gana un promedio de 12 mil dólares al año.

Como muchos jóvenes inmigrantes, Rojas empezó a trabajar en el campo desde su llegada.

“Primero estuve en [la recolección de] el ajo, después en la fresa y más tarde en la uva para pasas… El año pasado trabajé en la almendra”, explicó. En el trabajo fue donde conoció a su esposo, nacido en el estado de Michoacán, México.

El padre de Rojas, ya fallecido, se estableció en Tennessee, donde actualmente viven la mamá y tres hermanos de la entrevistada, que trabajan también en el campo. En Oaxaca quedaron otros hermanos y una familia extendida.

“Somos de la agricultura; toda nuestra familia trabajaba en el campo en Oaxaca. Cuando venimos aquí seguimos en eso, pero igual aprendemos cosas nuevas; hay cosas diferentes aquí”, explicó Rojas.

Como es tradicional, ella y su esposo viajaban por distintos estados, siguiendo la ruta de la cosecha.

“Un tiempo íbamos a Gilroy, a la cosecha del chile campana. Allí nos quedábamos, y cuando se terminaba nos regresábamos a Madera”, narró Rojas. “Cuando nació mi primer hijo ya no fui para Gilroy; en la temporada solo iba mi esposo”.

Gilroy queda a casi tres horas de Madera y forma parte del valle de Salinas, cercano a la costa del Pacífico. Los trabajadores migrantes dormían en el campo, aunque actualmente se trata de evitar esta práctica y los jornaleros rentan espacios donde pueden dormir y comer.

“Nunca regresé a Oaxaca… Nunca pudimos juntar el dinero suficiente y ahora es muy difícil”, dice Rojas. “Sí extraño; quisiera ir y visitar la tumba de mi papá”.

Si los planes de Rojas se cumplen, el regreso tiene fecha. “Con mi esposo ya hablamos de esto… De viejos queremos irnos a México”. Claro que sus hijos, de entre 18 y 3 años, no muestran mucho interés en seguirlos. “Ellos ven muchas noticias de la violencia en México y no quieren ir para allá”.

En los últimos 25 años, los indígenas provenientes principalmente de los estados mexicanos de Oaxaca, Guerrero, Michoacán y Puebla se han constituido en la nueva mano de obra agrícola en los valles de California y de muchos otros estados. Poseen tradición agrícola y se adaptan fácilmente al intenso y duro trabajo en los campos que producen las verduras y frutas que se consumen casi todo el año.

La mayoría de estos trabajadores no tiene residencia legal, y desde 1996, cuando la administración del expresidente Bill Clinton empezó la construcción del muro fronterizo entre México y Estados Unidos, las visitas a sus comunidades de origen se fue limitando de manera dramática.

Hasta esa fecha, muchos jornaleros solo venían a California a trabajar durante los meses de la cosecha y después regresaban a sus hogares, reproduciendo el ciclo tradicional de casarse y tener hijos en México. El cierre de la frontera modificó este modus operandi. Los trabajadores prefieren ahora quedarse en EE.UU., donde el costo de vida es más elevado. Más trabajadores disponibles puede significar más dificultades para conseguir trabajo. La sobrevivencia se hace entonces más difícil.

“Nos limitamos en los gastos porque tenemos que mandar dinero a nuestras familias en México”, dice Rojas. “También intercambiamos con la gente: algunos tienen chiles o madera para leña...”.

El fuerte aumento de la presencia indígena en Madera, especialmente de origen oaxaqueño, generó cambios en el comercio local.

“En el remate (mercado al aire libre, o swap meat) se consiguen muchas cosas de Oaxaca”, explicó Rojas, quien además comenta que plantó hierbas tradicionales que usa en la comida. “En el mercado conseguimos el chile costeño, que es común en Oaxaca”.

Rojas tiene además nopales en su jardín. Su esposo construyó una parrilla de ladrillos para leña y hasta un asador en la tierra “para la barbacoa estilo Michoacán”.

Rosa Hernández, otra indígena mixteca residente de Madera, explicó en su presentación durante La cocina cultural, un evento organizado por el Instituto Pan Valley del Comité de Servicios de los Amigos Americanos, para intercambio de tradiciones culinarias entre grupos étnicos del Valle Central, que “uno come lo que tiene”.

Hernández, quien presentó un atole de papas, dijo que este era un alimento común entre familias pobres de Oaxaca.

Esta combinación de recrear costumbres y adaptar la cocina tradicional a los alimentos disponibles no solo le permite a las familias de jornaleros sobrevivir, sino también conservar el sabor y el olor de su tierra.

“Estas son prácticas culturales tradicionales y estrategias de sobrevivencia de grupos marginados socialmente”, dijo el doctor Gaspar Rivera, director del Centro Laboral de la Universidad de California en Los Angeles, y originario de Oaxaca. Pero Rivera se pronuncia contra el uso de estos argumentos para justificar la explotación de los indígenas y el “folklorismo”.

“A veces escuchamos discursos como ‘están pobres porque así son, es parte de su cultura’, pero esto no es correcto”, dijo. “En realidad, las prácticas culturales le permiten a mucha gente sobrevivir”.

La combinación de aislamiento y no socialización es también una práctica que le permite a los indígenas mexicanos pasar inadvertidos en ciertos momentos, pero a la vez les sirve para conectarse entre sí. Poco a poco, las celebraciones oaxaqueñas —incluyendo las fiestas patronales— se han ido estableciendo en el Valle Central de California.

“Aquí no he sentido discriminación”, dice Rojas. “Pero recuerdo que en la Ciudad de México me insultaron por ser indígena”. Esta clase de comentarios son comunes: indígenas que denuncian una mayor discriminación en México que en EE.UU.

Las dificultades de la vida diaria no impiden que Rojas realice trabajo comunitario. Actualmente colabora en un proyecto de alfabetización en español para jornaleros de origen indígena; la mayoría solo habla su lengua. También participa en el programa de becarios del Instituto Pan Valley.

“Me gusta trabajar con la gente; en Oaxaca ayudaba en una clínica de salud… Mi papa quería que fuera enfermera”, dijo con un tono de nostalgia.

Aunque Rojas quisiera enseñarle la lengua mixteca a sus hijos, dice que ellos se resisten. A lo que no se resisten es a la comida de mamá.

“Me gusta cocinar pollo con mole, es el platillo favorito de mis hijos”, dijo Rojas con una sonrisa. “El pollo es común en Oaxaca; es la carne más barata; mucha gente cría sus pollos”.

Condimentado, claro, con hierba santa, que hoy se encuentra sin dificultades en el mercado de Madera. O si no, pregúntele a un oaxaqueño dónde puede conseguir una ramita. Su caldo sabrá diferente.

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